La cancelación en Betevé del programa radiofónico sobre humor y deporte La sotana (bautizado en Twitter como el Sotanagate), a raíz de sus comentarios sobre el presidente del Barça, Josep Maria Bartomeu; los aficionados del Espanyol y el piloto del Dakar Isidre Esteve, ha vuelto a despertar el debate sobre los límites del humor. Sea dicho que considero que lo que ha pasado con el programa es un acto de censura, que su humor chapucero me encanta ―soy una persona que ríe con la viñeta del humorista islandés Hugleikur Dagsson "¿Llevas un condón peludo en la polla? No, es un hámster"― y que los debates sobre los límites del humor me dan mucha pereza.

En primer lugar, porque más que hablar sobre los límites del humor, tendríamos que empezar a hablar sobre quién tiene límites para hacer humor. Por ejemplo, en la tertulia que se hizo en El món a RAC1 sobre la cuestión, donde se invitó a Manel Vidal, uno de los integrantes de La sotana, no hubo ninguna humorista invitada. Ni siquiera Ana Polo o Natza Farré, que trabajan en programas de la cadena. Alguien me dirá que qué importa, pero es relevante. No sólo porque tenemos humoristas catalanas que merecen el mismo reconocimiento que sus homólogos hombres, sino porque la posición social de cada uno influye a la hora de ver el mundo y, por lo tanto, marcará cómo hace el humor. De hecho, la perspectiva de una humorista nos aporta otra faceta de la censura: los prejuicios de género que desincentivan muchas mujeres a dedicarse al humor, así como el acoso verbal y sexual que reciben las que están en activo.

La segunda cuestión que me cansa sobre el debate de los límites del humor es que solemos reducirlo a una cuestión de o no, de limitación versus libertad, en lugar de reflexionar sobre la capacidad que tiene el humor, como herramienta que juega y hurga en la realidad desde una perspectiva bien personal, de despertar conciencia política, de transmitir ideas que sustentan ideologías de odio o de romperlas. De sacudir, a grandes rasgos, porque eso es lo que hace la risa, sacudirnos. Físicamente y emocionalmente. El humor no es un ente, sino una herramienta, de expresión, de entretenimiento o de movilización ―emancipadora o represiva―. Tiene más sentido analizar los usos de una herramienta y sus consecuencias que si se tienen que limitar los componentes (insultos, por ejemplo), que es lo que se hace ahora.

Solemos reducir el debate de los límites del humor a una cuestión de o no, en lugar de reflexionar sobre la capacidad que tiene el humor de despertar conciencia política, de transmitir ideas que sustentan ideologías de odio o de romperlas

La composición del equipo de La sotana hace que sus bromas corran el riesgo de tener sesgos sexistas, racistas u homófobos. Algunas bromas hechas en relación a Isidre Esteve tenían un tono capacitista, que ellos han reconocido. Eso no quiere decir que no se pueda bromear de una persona en silla de ruedas, o de una mujer, o de una persona musulmana, sino simplemente tener en cuenta si al hacerlo estás fomentando un discurso de odio. Si no lo haces, adelante. Si lo haces y lo quieres, si te encanta hacer chistes de mierda sobre gitanos como Rober Bodegas, adelante, pero debes estar preparado para que alguien, ejerciendo la libertad de expresión, te conteste que lo que explicas es racista y no quiera participar de tus bromas. No se vale hacer eso tan típico de los ilustres señores intelectuales, periodistas y tuiteros de taparse las orejas como niños pequeños mientras gritan muy fuerte y repetidamente: ¡Censura! ¡Censura!

El caso de La sotana ―y el de Valtònyc, Pablo Hasél o el de las feministas sevillanas que sacaron en procesión a El coño insumiso― muestra hasta qué punto existe una desconexión entre quienes creemos que ejerce la censura y fomenta el imperio de aquello políticamente correcto ―a grandes rasgos y para que me entendáis, un contubernio de lesbianas negras trans musulmanas con silla de ruedas― y quien verdaderamente lo hace. La censura y la ideología de lo políticamente correcto son herramientas al servicio de la perpetuación del sistema. En el caso de La sotana, lo políticamente correcto se ha utilizado para que los que ostentan el poder o tienen una posición privilegiada instrumentalicen las causas de los más desfavorecidos ―las personas con discapacidad― para protegerse.

El debate sobre los límites del humor, en el caso de La sotana, se tendría que inscribir en el poder que tienen los clubs de fútbol, sobre todo el Barça, para influir en nuestro periodismo deportivo; en el hecho de que los miembros de La sotana no cobraran para hacer el trabajo que hacían en una empresa pública; en las manifestaciones a favor de la censura hechas por políticos del PP, Ciudadanos y de lo que sea que representa Manuel Valls; de las presiones que reciben los integrantes del programa por parte de grupos ultras del Barça y el Espanyol, así como de las dificultades que tienen los medios mayoritarios en incorporar formatos subversivos hechos, sobre todo, por gente joven.

Cualquier debate sobre los límites del humor y de la libertad de expresión en el periodismo catalán tiene que hablar de la intervención de los agentes económicos y políticos en los medios, de la precariedad que se vive en el sector y de las dificultades de toda una generación para acceder.