Si vi con buenos ojos propuestas como Primàries, el Front Republicà y los debates celebrados por todo el territorio por los CDR, fue porque ofrecían oportunidades productivas de canalizar un descontento ―y un duelo― latente en buena parte del movimiento independentista desde los hechos de octubre del 2017.

A raíz de las manifestaciones por el Consejo de Ministros del 21 de diciembre del 2018, alerté de que la dinámica reactiva que había adoptado el movimiento a partir del encarcelamiento y exilio de sus líderes hacía peligrar tanto la eficacia de las movilizaciones como difuminaba el objetivo de alcanzar la independencia. Como bien indica Sonia Andolz en Nació Digital, partiendo de la base que quemar contenedores y hacer barricadas para protegerse de las fuerzas de ocupación ―Mossos, Policía Nacional y Guardia Civil― no es violencia, la elección entre una estrategia confrontacional y una de resistencia no pacífica se tiene que hacer atendiendo a costes y beneficios. Algo difícil de valorar porque los políticos independentistas no tienen ningún tipo de plan consensuado a nivel institucional.

Hace justo una semana, antes de que se publicara la sentencia, y también antes del referéndum del 2017, escribí en este medio que el proyecto de emancipación nacional catalán había sido para muchos millennials, y también para jóvenes de la generación que nos sigue, una manera de decidir sobre la gestión democrática de los bienes comunes en base a un horizonte de esperanza, y no del mantenimiento de vidas precarias marcadas por la crisis económica y el calentamiento global.

Las revueltas en Barcelona, Manresa, Tarragona, Sabadell y tantas otras poblaciones catalanas son el resultado del fracaso de los partidos políticos independentistas, sobre todo los de la Generalitat, al dirigir estas tres cuestiones. Y esto es, en parte, porque, como también advertí, estamos gobernados por una clase política que no sólo es incapaz de articular un discurso de emancipación nacional, sino que no ha sabido gestionar los escasos recursos disponibles para hacer República.

"La república es superior a todo el resto de regímenes: se presta al movimiento". En ElDiario.es, Amador Fernández-Savater recordaba estas palabras de Maquiavelo para indicar como el régimen democrático español era absolutamente impermeable a las demandas expresadas por la ciudadanía a través de revueltas (1 de octubre, 15-M). El hecho de que el president Torra, el conseller Buch y el vicepresident Aragonès se pusieran al lado de los Mossos y del resto de fuerzas policiales, las cuales, recordémoslo, han reventado ojos y testículos, han atropellado a jóvenes en furgoneta y han agredido a población civil desarmada, muestra hasta qué punto aquellos que nos dicen que están en el gobierno para hacer República traicionan uno de sus principios fundamentales. Como dice el tuitero David Vinyals, se ve que la independencia no valía el riesgo de muertes y sangre en la calle, pero la autonomía sí. Por eso, el plan anunciado por el president de volver a ejercer la autodeterminación en esta legislatura habría sido mucho más creíble sin la criminalización de los manifestantes y con la presentación de unos objetivos previos alcanzados.

Para evitar desperdiciar esta fuerza, como se hizo el 3 de octubre, tarde o temprano será necesario un proyecto político institucional

Tal como escribí también, a raíz de las conversaciones con una abogada, para que fuera verdaderamente efectivo, el Govern tendría que haber tenido un plan preparado para saber cómo gestionar la contradicción que supone que Generalitat, Mossos y Parlament sean las principales fuerzas que hay en Catalunya para hacer valer el orden colonial del régimen del 78. En el artículo de la semana pasada, hablaba de cómo la ciudadanía tenía que impulsar el tiempo histórico y las instituciones catalanas el cotidiano. Curiosamente, encuentros con personas de sectores políticos independentistas muy diferentes me han hecho darme cuenta de que las instituciones tienen que gestionar la cotidianidad, sí, pero una cotidianidad que sirva para construir la de una República catalana. Como me sugirió uno de ellos, nada impedía que los diputados en Madrid se convirtieran en emisarios del Parlament. Es decir, que las decisiones clave que adoptaran ―investiduras, mociones, presupuestos― fueran primero votadas en la cámara que representa la soberanía del pueblo catalán. Tampoco nada impedía tener, a estas alturas, un Consell por la República hecho y derecho.

Viendo cómo han evolucionado las cosas, para enfilar el camino hacia la independencia hay que cambiar los liderazgos políticos. Convocar elecciones no servirá de nada si no se presenta gente nueva que pueda articular un proyecto consensuado y estimulante, de clara matriz anticolonial y republicana. El régimen del 78 establecido en Catalunya mediante el pacto de no agresión pujolista ―que aun así tuvo el acierto de mantener viva la llama de la nación catalana― era un estado de excepción histórico en la continuidad temporal marcada por la opresión española sobre nuestro país. Necesitamos personas al frente que sean capaces de gestionar un periodo en el cruce entre un régimen del 78 zombi y la emergencia de una nueva-vieja realidad que nos recuerda que si Catalunya se ha podido autogobernar, es porque le dejaban a cambio de no ser del todo ella misma. No se trata de poner plazos temporales, pero sí de establecer unos pasos que puedan ser fiscalizados por los medios y evaluados por la ciudadanía.

Durante estos días, he pensado si el Tsunami Democràtic, las revueltas populares o las marchas por la libertad tendrían que empezar a apuntar, además de hacia la Moncloa, hacia el Palau y el Parlament. Eso tendría el riesgo de enrocar todavía más las cúpulas de los partidos y todo el entorno que vive de sus cargos, así como de echar a los independentistas que no se atreven a criticar a sus líderes a causa de la represión sufrida. Es por eso que la presión popular sería más potente si, dentro de los partidos, las voces rebeldes se pusieran de acuerdo, dentro de sus formaciones pero también transversalmente, para cuestionar abiertamente sus cúpulas.

Mientras tanto, seguimos en una situación en que la ciudadanía, otra vez, ha puesto el cuerpo, los recursos y el tiempo para articular una respuesta a las sentencias ―PD: habría que crear una caja de solidaridad para las personas a las que se les ha quemado el coche en las revueltas―. Una movilización sostenida como la que propone el Tsunami es más fácil de mantener si se comparten unos objetivos comunes; objetivos que, ahora mismo, están del todo menos claros, aunque la imprecisión pueda servir para ganar muchos apoyos al inicio. Unos quieren la amnistía, otros la libertad, otros la independencia...

Clara Ponsatí ha propuesto articular las demandas a partir de tres ejes: paz ―fuera las fuerzas de ocupación―, amnistía ―liberación de los presos políticos y retorno de los exiliados― y autodeterminación ―referéndum―. Me recuerda a una reedición del "llibertat, amnistia i estatut d’autonomia" y es una pizca más refinada que la de "somos el 80%", con la ventaja de que aparece en un momento de ebullición. Por una parte, canaliza las demandas de la ciudadanía ahora mismo. Por la otra, el punto de echar las fuerzas de ocupación implica poner el foco en la violencia policial y, sobre todo, en el carácter imperialista de esta violencia. Así, las reacciones de autodefensa de los manifestantes es más fácil que se perciban como tales, y que las personas heridas se conecten con el resto de presos políticos y exiliados, y no se contrapongan.

En medio de la calma de estar hasta los ovarios de tanta cadena de incompetencias políticas, veo en la propuesta una vía de espolear la respuesta popular y de hacerla continuada en el tiempo. Sin embargo, para evitar desperdiciar esta fuerza, como se hizo el 3 de octubre, tarde o temprano será necesario un proyecto político institucional. Viendo el panorama, sigo pensando que las movilizaciones tienen que servir para acabar de descolonizar la mente de la ciudadanía, mantener vivo un tiempo histórico que tiene que romper tanto con la dinámica del régimen del 78 como con la histórica y represiva, y para empezar a espabilar a nuestros políticos. Lo que más me desesperaba de todo es que la descolonización de la mente de nuestros líderes, y de los que vendrán, parece que va para largo.