Enfermera de mucha experiencia, casada y con hijos ya adultos, de un hospital público catalán, un hospital de entre los primeros y más golpeados por el brote de la enfermedad. A nuestra enfermera la llamaremos Carme, aunque no es su nombre de verdad. Lo que narra Carme es real, vivido en primera persona, y puede dar una idea —a pesar de que cada centro es diferente— de lo que está pasando hoy en nuestros hospitales, la zona cero de la pandemia.

Los primeros días, rememora Carme, fueron un caos, una locura. Un infierno. Era el mes de marzo. Iba a trabajar dolorida por las contracturas musculares, de los nervios. "La sensación de espanto que teníamos era muy grande, llegabas al hospital y no sabías qué te encontrarías".

Ahora, pasadas tres semanas, todo parece más controlado. El ser humano tiene una gran capacidad para normalizar lo que no es normal. El caos se ha reducido notablemente, hay más orden, más racionalidad, se han ido mejorando cosas. Un ejemplo: una asistente social recorre diariamente las habitaciones para que los abuelos —una muy amplia mayoría de los ingresados son personas mayores— puedan conectar por videoconferencia con sus parientes. Se hace con un móvil. "Los abuelos, pobres, algunos bastante tocados, hacen todos los esfuerzos y más para poner buena cara y ser locuaces. Lo dan todo. Se les iluminan los ojos y la cara, se revitalizan. Este es un gran momento de alegría". Desgraciadamente, si empeoran y tienen que dejar la habitación para pasar a la UCI, se acaban las videoconferencias y el móvil del asistente social.

"Sufro porque en algún momento, cuando todo baje, nos saldrá lo que hemos ido acumulando dentro"

Los médicos y los enfermeros hacen turnos de 12 horas. El cansancio y la tensión interna, psicológica, son grandes. También la sensación de estar cumpliendo con el deber. Material no ha faltado —tampoco sobrado— y lo aprovechan al máximo. Aprovechan cada cosa hasta donde es razonable.

En el hospital ingresan las personas que necesitan oxígeno, oxígeno casi siempre en altas concentraciones. La UCI es, sin embargo, el gran problema y se prevé que lo seguirá siendo en el futuro. Está prácticamente al límite y, por lo tanto, es preciso escoger a quién se le da una cama en la UCI, si es que hay una cama para dar. ¿A este chico joven con buena salud o a esta abuela con un montón de patologías previas? Nuestra enfermera se ha acostumbrado al hecho de que se tenga que priorizar, también en esta dimensión tan extrema, donde se decide, prácticamente, entre la vida y la muerte.

A los enfermos, además de oxígeno, les administran hidroxicloroquina —la medicación contra la malaria. Actualmente las muertes, por suerte, se repiten con menos frecuencia que durante los primeros días. Cada vez que alguien recibe el alta, se produce una pequeña fiesta en el hospital.

Nuestra enfermera dejó su casa. Se queda en un piso cerca del hospital. Se ha aislado de su familia desde que empezó la pesadilla. Para ella, como para los abuelos que cuida, las videoconferencias son clave. Al cabo de unos días de haber estallado la pandemia con toda su brutalidad, se encontró mal. Tenía todos los síntomas del Covid-19. Le hicieron el test, pero dio un resultado negativo. Ella está convencida de que fue un falso negativo, y que efectivamente ha pasado la enfermedad. Eso, confiesa, de alguna manera la hace sentir más fuerte. Más confiada cada día cuando a primera hora entra por la puerta del hospital.

En este tiempo ha visto cosas que nunca no había ni siquiera imaginado que tendría que ver. La procesión va por dentro. Como va por dentro en todos los médicos, enfermeras y otro personal sanitario. Sabe, y está preparada para cuando pase, que todo el esfuerzo, todo el agotamiento, todo el estrés y el trauma aflorarán. "Sufro porque en algún momento, cuando todo baje, nos saldrá lo que hemos ido acumulando dentro".