La campaña, que ahora llega a su recta final, no ha sido una campaña ejemplar. Tampoco se esperaba. Ha consistido en un puñado de proclamas superficiales y emotivistas lanzadas por unos candidatos con más ambición que consistencia intelectual. Los principales asuntos tratados: Catalunya y los debates televisivos. En cuanto a Catalunya, el escarmiento por el 1-O o, para ser más precisos, borrar la catalanidad de Catalunya, es la propuesta estrella de la triple derecha. En esta tarea, Casado y Rivera cuentan para atizar el odio con Álvarez de Toledo y Arrimadas. En cuanto al PSOE, se trata de negar el referéndum y blandir la ley (en sintonía con Rajoy), eso sí, con diálogo y de la mano de Meritxell Batet, cuyo tono, gracias a dios, nada tiene que ver con las siamesas de la derecha.

El segundo gran asunto, decíamos, han sido, son, los debates televisivos. Aquí Pedro Sánchez no ha necesitado a nadie para ponerse en evidencia. Lo peor fue la decisión inicial, cuando prefirió debatir en la televisión privada —Atresmedia: Antena 3 y la Sexta— y no en TVE. ¿Por qué lo hizo? Porque en la privada le ofrecían —atención— incluir en el debate a Santiago Abascal. Dos graves incongruencias, pues: a) despreciar a la televisión pública, la de todos, la que se supone que cualquier gobierno debe defender y priorizar; b) mucho peor: abrir la puerta del debate en un partido ultra sin representación en las Cortes.

Detengámonos aquí un momento. Sánchez y su entorno consideraban, al parecer, que con Vox en el debate sería más fácil presentar a PP, Ciudadanos y Vox como la misma cosa. No se les ocurrió, en cambio, y es sintomático, reclamar a Atresmedia la incorporación de los independentistas —que sí tienen representación en el Congreso y el Senado—, a pesar de que esto hubiera podido ayudar al PSOE quizá más que la participación de Vox. Máxime cuando se da la gran paradoja que Catalunya es un asunto sobre el que han debatido y continuarán debatiendo ante las cámaras cuatro partidos, ninguno catalán.

La decisión de Sánchez que favorecía a Vox es muy, muy política. Va más allá incluso de la política entendida como medidas concretas o proyecto, ya que alcanza directamente al tuétano de lo político: los valores

A Pedro Sánchez, el socialista, no le importó lo más mínimo regalar audiencias millonarias a Abascal y Vox solo porque calculaba que eso supondría un inconveniente para sus adversarios de la derecha. Se resume con una frase que Maquiavelo nunca escribió: el fin justifica los medios.

He oído a algunos periodistas muy respetables quejarse de que la discusión sobre los debates —que finalmente desembocó, en contra del deseo del PSOE, en dos debates sin Vox, ayer y hoy— es una discusión metapolítica. Lo decían lamentando que esta cuestión de la táctica comunicativa primara sobre otros aspectos realmente políticos, es decir, sobre las propuestas concretas de los partidos.

No acabo de compartir del todo esta tesis de la metapolítica. La decisión de Sánchez que favorecía a Vox es muy, muy política. Va más allá incluso de la política entendida como medidas concretas o proyecto, ya que alcanza directamente al tuétano de lo político: los valores. Y lo que demostró Sánchez con su decisión fue, ni más ni menos, cuál es la firmeza y la solidez de sus valores.

En la disyuntiva entre egoísmo o convicción democrática, optó por el primero. Prefirió un teórica ventaja —un solo debate con Vox presente en el plató— a pesar que conllevaba hacer un gran favor a un partido de extrema derecha. Al final, sin embargo, ha tenido lo contrario de lo quería: dos debates a cuatro y, encima, seguidos. Con su manera de proceder, Sánchez, el estandarte del bloque de izquierdas, no solo estaba haciendo política, sino que mostraba, exhibía —sin mucho pudor, por cierto—, su verdadera anatomía moral.