Vamos a intentar contar esta historia de la forma más clara posible y describiendo el cuadro completo, hecho que implica no poder adentrarnos en el detalle.

Existen en España grupos de poder convencidos de que tienen que dirigir y controlar el país, al menos en última instancia. Sus orígenes familiares y de clase se remontan en no pocos casos al franquismo. Los ideológicos, culturales y de mentalidad, más atrás incluso. La Transición, fundamentada en una serie de pactos tan operativos como injustos, no solamente no les barrió del poder, sino que les garantizó, además de la impunidad, poder conservar sus posiciones de privilegio. Transitaron. Transitaron de la dictadura a la democracia y siguieron teniendo al alcance las palancas del poder. Del poder real.

En el 78 no creían en la Constitución ni en la libertad pero tuvieron que embuchárselas. Ahora se las apropian y las lanzan contra el discrepante. Trabajan incansables a favor de ellos mismos a la vez que blanden la patria y la bandera con el rostro inflamado. Las cosas, como es obvio, les han ido más que bien.

Cuando sorprendentemente cayó el PP, pero más todavía cuando se formó el actual gobierno, se indignaron. Una cosa es el PSOE, al fin y al cabo un partido que nunca les causó problemas, al contrario, y otra muy diferente es un gobierno de "chavistas, golpistas y proetarras." Pero no es sólo indignación. Lo peor es que han sentido amenazado su estatus, su posición de privilegio. No lo piensan tolerar. Hasta aquí hemos llegado.

El estallido de la pandemia de la Covid-19 y, sobre todo, los errores de Sánchez en la gestión de la crisis fueron volviéndose a sus ojos como la gran oportunidad que necesitaban. Un regalo del destino. Se activaron todos los tentáculos de un pulpo monstruoso y ciegamente cruel. La energía recorrió sus innumerables patas. En el mundo del dinero, en la política, en los medios, en la calle, en las cúpulas judiciales, en el alto funcionariado, en la policía, en el ejército, etcétera. Empezaba la guerra del virus. Una guerra que será larga y muy pero que muy cruenta. El escenario principal, Madrid, donde el pulpo tiene su gran nido (si lo prefieren, al cefalópodo pueden llamarle deep state, casta o estado paralelo).

El choque de Grande-Marlaska con De los Cobos y, acto seguido, con la cúpula de la Guardia Civil, es una escaramuza de la guerra que ha empezado y que busca tumbar el gobierno de socialistas y podemitas. Digamos sólo que De los Cobos es alguien sin escrúpulos y que el historial del juez deja mucho que desear. Grande-Marlaska conoce bien al pulpo. Ha servido al monstruo con diligencia y se ha balanceado en su regazo. Por eso era consciente de que no valen paliativos. Y que tenía que actuar sin titubeos ni haciéndose el remolón. Él entiende a qué se enfrentan.

Esta guerra, la guerra del virus, con la cual el pulpo confía destruir el actual Gobierno interpela directamente, claro está, al independentismo

De los Cobos entregó a una jueza amiga un informe diseñado como un arma de guerra. Lleno de mentiras, manipulaciones, interpretaciones perversas, etcétera. Es sólo una de sus tácticas de guerra sucia. Nada que no hayan hecho -por hablar sólo de aquello más reciente- contra Pablo Iglesias y Podemos y, con toda su iniquidad y crueldad, contra el independentismo y sus principales líderes.

El jueves, Pablo Casado se reunía con las asociaciones de la Guardia Civil para expresarles su apoyo ante lo que tilda de "purga" y de "caza de brujas" del ministro del Interior.

Veinticuatro horas antes, Cayetana Álvarez de Toledo, la marquesa y corolario de lo peor del PP, le decía a Pablo Iglesias: "Usted es hijo de un terrorista".

Esta guerra, la guerra del virus, con la que el pulpo confía destruir el actual Gobierno interpela directamente, claro está, al independentismo. Sobre todo a JxCat y ERC, en el gobierno de la Generalitat. La disyuntiva es o apuntalar al ejecutivo de Pedro Sánchez contra el embate o no hacerlo, propiciando la erosión y caída, hecho que facilitaría sin duda un ejecutivo de la derecha españolista. O negociación con Madrid o dejar que la derecha ultraespañolista triture a Sánchez y a Casado.

Camino largo o camino corto. Paciencia y confianza en un futuro más propicio para el soberanismo o el "cuanto peor, mejor". Las dos estrategias, la de ERC y la del presidente Carles Puigdemont, de nuevo en tensión y bloqueándose mutuamente, en un bucle estéril que a estas alturas se hace difícil de comprender y soportar.