Tengo la impresión de que, hasta su reciente detención en Cerdeña, la política catalana, especialmente la gubernamental, se había olvidado un poco del president en el exilio. O mejor dicho, lo había ido situando en una especie de limbo. El incidente provocado por Llarena, sin embargo, lo volvió a poner en primer plano, y mostró claramente a todo el mundo el potencial simbólico, la fuerza, de la figura del expresident, que es visto con simpatía por muchos independentistas que no votan JxCat. Una fuerza, también, capaz con creces de desestabilizar radicalmente la política interior, y en especial la apuesta en que ERC parece jugárselo todo: la mesa de diálogo con el gobierno presidido por Pedro Sánchez.

Tan fuerte fue el terremoto de Cerdeña, que el president Aragonès se sintió obligado a coger la maleta y viajar hacia la isla para apoyar a Puigdemont. Quedarse quieto habría podido ser interpretado como pasotismo o simplemente como un menosprecio.

Puigdemont, a mi entender, ha cometido una serie de errores desde que la CUP y las circunstancias lo convirtieron en 130.º president de la Generalitat. He hablado a menudo de esto y me reafirmo. Pero este artículo no es para profundizar en eso. Sino para enfatizar que, al mismo tiempo, y junto a las equivocaciones, el de Amer también ha tenido razón muchas veces. Si hablamos de la etapa posterior a su huida de Catalunya, hay que reconocer que el único ámbito en que el independentismo ha podido ganar batallas y sentirse sinceramente orgulloso ha sido justamente en el frente exterior. Es decir, mientras el independentismo ha sido derrotado en el interior ―causándole eso un desconcierto en el cual todavía vive atrapado―, en el exterior se han sucedido las decisiones de la justicia de diferentes países y de la justicia de la UE favorables a los exiliados, singularmente a Puigdemont. Además, el expresident y los exiliados no han dejado ni por un momento trabajar para dar a conocer fuera la cuestión catalana.

El independentismo tiene que resolver urgentemente cuál tiene que ser el rol de Puigdemont en el marco de una estrategia global y coordinada

Pienso que cualquier mirada sobre el conflicto con España que se quiera hacer desde el independentismo tiene que tener como primera condición el realismo (es decir, la voluntad y la capacidad de ver la realidad tal como es, sin empañarla con intereses y deseos). Partiendo de aquí, encuentro obvio que el independentismo tiene que resolver urgentemente cuál tiene que ser el rol de Puigdemont en el marco de una estrategia global y coordinada. Una estrategia pactada entre ERC, Junts y la CUP y, al menos, las dos grandes entidades, Òmnium y el Assemblea Nacional Catalana.

Como es sabido, el asunto Puigdemont ya fue uno de los elementos de desacuerdo en las negociaciones entre ERC y Junts ―el partido del president exiliado― de cara a la investidura de Aragonès y la formación de un gobierno conjunto. Entonces se dijo y se nos dijo que se buscaría un acuerdo para sacar todo el rendimiento de la actividad de Puigdemont y el resto de exiliados en beneficio del independentismo, entendido este como un todo. Que sería una ocasión para empezar a construir la tan deseada unidad estratégica. Han pasado los meses y no ha sido así. Por falta de ganas o por pereza, más bien por las dos cosas, en esta cuestión que es ―sobre todo para ERC― incómoda y espinosa no se ha adelantado.

Tenemos que recordar aquí, por una parte, la enemistad entre Puigdemont y Junqueras; y por la otra el resentimiento de muchos republicanos ―sea con el grado de razón que sea― con el president exiliado. Con respecto a la CUP, el pasado convergente de Puigdemont hace que la urticaria les impida actuar positivamente (cabe decir que el president exiliado de convergente no tiene nada, y tengo dudas profundas sobre si nunca lo fue demasiado). Sin embargo, todo ello no tendría que servir de excusa para no avanzar. Al menos no para ERC, que insiste en defender el realismo y el pragmatismo como valores inspiradores de su política en relación con conflicto político con España. ¿Qué puede haber más realista y pragmático que un acuerdo para aprovechar el máximo los éxitos en el flanco europeo?

Sea como sea, y aunque parece que la defensa de la causa independentista en el exterior es uno de los ámbitos en que el acuerdo estratégico tendría que resultar más sencillo, no es así. Una prueba más nos la da el proceso electoral en marcha para la asamblea de representantes (una especie de parlamento) en el Consell per la República, la entidad impulsada por Puigdemont. Un proceso del cual ERC y la CUP se han mantenido radicalmente al margen. Los pocos miembros de estas dos fuerzas que participan son de segunda fila y lo hacen a título estrictamente personal, completamente al margen de las direcciones de ERC y la CUP, que han decidido seguir ignorando la cuestión.

Desgraciadamente, así estamos.