Si tuviéramos que decir de qué trata la entrevista en forma de libro que Vicenç Villatoro le ha hecho a Jordi Pujol, Entre el dolor y esperanza (Proa y Enciclopèdia), podríamos apuntar que nos encontramos sobre todo ante un intento del segundo de explicarse a sí mismo y a los lectores, e, idealmente, al pueblo de Catalunya. Una explicación que pretende quizás no exactamente que la gente lo perdone, pero sí que ponga el escándalo del dinero que su padre le dejó en el extranjero en un discreto segundo plano. La confesión, en 2014, del tema supuso un auténtico terremoto.

El libro es interesante por las reflexiones que hace Pujol en el crepúsculo de su intensísima vida. No tiene tanto éxito, desde mi punto de vista, a la hora de convertir lo que ha pasado en sólo una pequeña mancha, una humana equivocación, en un expediente ciertamente grande y brillante. Para encarar esta maniobra, el president se vale de una metáfora. Como es sabido, es un virtuoso en el uso de las metáforas. La metáfora es la del tapiz y el roto. De hecho, hace mucho que Pujol piensa, mastica, esta metáfora. La prueba es que de ella ya hablaba Manuel Cuyàs —transcriptor de las memorias de Pujol— en una entrevista en Vilaweb en julio del 2019.

Pujol nos invita a imaginar una ciudad flamenca o italiana del Renacimiento, cuyo consejo municipal encarga un gran tapiz para su sala de sesiones. Pero resulta que el maestro artesano responsable del tapiz comete una pifia. "Pero puede pasar que en el proceso de confección del tapiz se cometa un error. Un error grave, o no tan grave, pero que no se enmienda a tiempo, o que simplemente no se puede enmendar y deja una señal muy vistosa. Un roto".

Continúa el expresident de la Generalitat prolongando la metáfora: "Y la ciudad que lo encargó podrá decir que tiene un buen tapiz, realmente un buen tapiz. Pero con un fallo. Y el maestro artesano que lo hizo, quizás, con el tiempo, seguirá siendo valorado. Pero siempre se le recordará que, por desidia o por precipitación, o en todo caso por una falta personal, si bien el tapiz quizás será revalorizado, él quedará siempre manchado por un error".

No hay que decir que el maestro artesano es Pujol; el tapiz, su obra política y de gobierno, y el roto, el asunto de la deja.

El expresident se preocupa por situar los escándalos familiares fuera de la vista del lector, a apartarlos lejos del relato. En este sentido, el volumen es una gran elipsis

Pienso que, puestos a adentrarnos en la metáfora, esta se hubiera podido perfeccionar si nos hablara no de uno, sino de dos tapices. Uno bueno y otro defectuoso, frustrado. Dos tapices que, además, están hechos de materiales diferentes y tienen naturalezas separadas. El primero representaría la acción en la esfera pública de Pujol, toda una vida de política, veintitrés años de gobierno. El segundo no representaría tan sólo la deixa famosa, que, al fin y al cabo, es una pequeña parte, y no la sustancial, de lo que ha ocurrido.

Esta es la trampa que justamente Pujol nos pone: delimita lo que ha sucedido al asunto de la deixa del abuelo Florenci. Y, de hecho, todos sabemos que no es así. Están las finanzas de Convergència, también. Pero por encima de todo está el montón de asuntos supuestamente delictivos de la familia Pujol. Singularmente, los de algunos de los hijos del president, el quinto de los cuales, Oriol Pujol, ya ha sido condenado por el llamado caso de las ITV.

Aunque Villatoro intenta que se meta, Pujol se niega. Y se empeña en ceñir el roto a la antigua deixa. Lo que hace es intentar expulsar una parte de la realidad. Una parte que sobrevuela, que atraviesa como un mal aire, las páginas de la larga entrevista, pero que él se empeña en negar. El expresident se preocupa por situar los escándalos familiares fuera de la vista del lector, a apartarlos lejos del relato. En este sentido, el volumen es una gran elipsis.

Se trata, asimismo, de una vieja táctica: admitimos el pecado menor para poder callar sobre los otros pecados, mucho mayores y comprometidos. O para ganar credibilidad para reclamarnos inocentes. Ponemos el foco en lo menor, y dejamos así fuera de la visión lo que está cerca o lo rodea, pero que preferimos ocultar. Hacemos pasar la parte por el todo

Pujol no nos quiere hablar del verdadero roto, que para mí es todo un segundo tapiz, un tapiz malogrado. El futuro juzgará los dos tapices, el bueno y el malo, y los pondrá en la balanza. Sea como sea, nos quedaremos sin saber qué siente Jordi Pujol al contemplar el segundo tapiz. Qué siente en su ser más íntimo, como hombre, como padre, como marido, por no haber querido o sido capaz de impedir o cortar de cuajo las actividades por las cuales la justicia los ha perseguido y sigue persiguiéndolos a él y a su familia.