Después de desterrar a Cayetana, Pablo Casado cargó sin contemplaciones contra Abascal y su trumpismo castizo durante la moción de censura a Pedro Sánchez. Abascal quedó aturdido, desconcertado, cabreado y melancólico. No se esperaba tal golpe bajo de su socio en tres gobiernos autonómicos.

Casado fue aclamado por "romper" con Vox y su viraje al centro. El revuelco en el Congreso a Abascal se convirtió en un gran éxito. Fue un discurso brillante, cosa que no se recordaba en Casado desde el congreso del 2018, que lo elevó al liderato del PP. El brusco movimiento fue no sólo un intento de poner en su sitio a Abascal, sino también —e igual de trascendente— una afirmación rotunda de su poder en el PP. Sus diputados entraron en el Congreso sin saber si votarían no o votarían abstención a la moción de censura (Casado lo mantuvo en secreto), sin embargo, eso sí, dispuestos a aplaudir de lo lindo tirara por donde tirara finalmente su presidente.

Casado se ha adentrado en las aguas de su particular Rubicón. Veremos si esta vez se atreve a cruzar (y llega a la orilla del centroderecha), si recula (como tantas veces ha hecho el PP) o si se queda a la mitad de la corriente y acaba siendo arrastrado fatalmente.

El plan popular de atraer al mismo tiempo y de forma significativa electorado de Ciudadanos y de Vox es hoy en día un mero deseo

El PP puede escoger la primera opción y, por lo tanto, entrar en competición con Ciudadanos y dejar a sus espaldas un espacio y una oportunidad para Vox (que ahora intenta instrumentalizar en beneficio propio la irritación, la frustración y el pesimismo por la gestión de las medidas contra la Covid-19). O recular y continuar su convivencia y connivencia con Vox. En los dos casos, un juego de suma cero.

Recordemos un par de datos. Después de ganar en 1996 por no mucho, Aznar, forzado por su alianza con Pujol, llevó a cabo un aparatoso viraje al centro. Eso le proporcionó después su mayoría absoluta del 2000. No existían entonces ni Ciudadanos ni Vox. Rajoy, por su parte, accedió al poder con mayoría absoluta cuando ni Ciudadanos ni Vox competían con el PP. Después de la moción de censura contra él, fue derrotado en las dos convocatorias del 2019 con Vox y Ciudadanos dándole la lata.

En términos aritméticos y de mapa político, lo que podría dar lugar a un gobierno de la tríada derechista es que los de Arrimadas consiguieran atraer un sector considerable de votantes socialistas, cosa que podría hacer posible, con la combinación que fuera, un gobierno de las derechas, si Ciudadanos quisiera. El plan popular de atraer al mismo tiempo y de forma significativa electorado de Ciudadanos y de Vox es hoy en día un mero deseo.

De momento, Casado apostó por buscar la abstención el otro día en el Congreso durante el pleno para renovar el estado de alarma. En cambio, parece seguro que rechazará los presupuestos. Veremos cómo el líder del PP acaba saliendo del Rubicón en el que se ha metido, cómo acaba encontrando la salida del laberinto, si es que consigue encontrarla.

Mientras tanto, Sánchez se mueve rápida y preventivamente. Su flanco más amenazador, la pandemia, lo ha protegido con el escudo de las autonomías. Para la crisis económica, confía en el maná europeo y con un aumento del gasto, en que Europa, esta vez, verá con buenos ojos. Mientras tanto y al mismo tiempo, seguirá demostrando a todos aquellos —poderosos o gente de la calle— que temen y detestan a Unidas Podemos, que no hay para tanto y que puede mantenerlos perfectamente bajo control.