Miquel Iceta, siempre un paso por delante, aconsejaba este fin de semana no esperar resultados a corto plazo del diálogo entre el Gobierno y el de la Generalitat. Les diré un secreto: tampoco hay que esperar resultados a medio ni a largo plazo. Me refiero a un acuerdo que pueda satisfacer mínimamente al independentismo. La razón es clara: aunque el PSOE cediera (cosa improbable), cualquier acuerdo que pudiera ser aceptable necesitaría al menos el voto del PP o que el PP le apoyara. Y el PP no parece que tenga que cambiar radicalmente, mejor dicho, girar como un calcetín, ni esta legislatura ni en las próximas.

No obstante, opino que ERC ha hecho bien pactando con el PSOE y facilitando el diálogo entre gobiernos. La vía de los que quieren volver a declarar la independencia mañana mismo y que dicen que les da igual o incluso que puede venir bien tener la derecha extrema y extremada gobernando en Madrid me parece un despropósito, casi un suicidio.

Un ejecutivo de Sánchez con PSOE y Unidas Podemos es sin duda el mejor —el menos malo— que puede tener hoy por hoy el independentismo en el otro lado. Por mucho que, ciertamente, y como dicen los republicanos, los socialistas ni los podemitas merecen ninguna confianza. Menos todavía un tipo como Pedro Sánchez, del que todavía no sabemos ni cuáles son sus valores personales ni sus convicciones reales.

El independentismo necesita tiempo y calma, al menos en la medida en que se pueda. Un nuevo enfrentamiento directo con el Estado sería devastador

La vía escogida por ERC es —dado que, como decía, de las conversaciones no puede salir nada que de verdad valga la pena— la opción tácticamente más acertada. Por motivos muy sencillos, que se derivan del hecho de que la DUI de octubre de 2017, la declaración de independencia del presidente Puigdemont, resultó virtual, simbólica, y por lo tanto un fracaso en toda regla. No solamente eso: los efectos derivados de la posterior acción de los aparatos judiciales y policiales españoles están siendo altamente lesivos para el independentismo.

Hoy el independentismo tiene sus principales líderes encarcelados o exiliados, está desunido si no enfrentado, no tiene estrategia conjunta, el presidente de la Generalitat se encuentra pendiente de su inhabilitación, el mundo posconvergente —si todavía se puede llamar así— se ha convertido en un galimatías sometido a las imposiciones de Waterloo, la CUP sigue siendo necesaria...

Podríamos seguir. Todo sólo conduce a una conclusión: el independentismo necesita tiempo y calma, al menos en la medida en que se pueda. Un nuevo enfrentamiento directo con el Estado sería devastador. Necesita tiempo y calma para reorganizarse, coser heridas, favorecer y consolidar nuevos liderazgos, reunirse tras una estrategia la más compartida posible, resintonizar con la sociedad catalana (también con aquella parte que no es soberanista, a la cual hay que dirigirse con honestidad), etcétera.

Lo que tiene el soberanismo y el independentismo por delante son unos auténticos trabajos de Hércules. Delante de eso, resulta una buena solución ablandar el conflicto tanto como se pueda y, en definitiva, en la práctica, alargar el impasse, o sea, la estabilidad y duración del gobierno socialista-podemita. En paralelo, e igual o más importante, mirar adentro, trabajar mucho para fortalecerse y administrar los tiempos.

Todo lo que digo, claro, siempre suponiendo que se quiera, algún día, tener posibilidades de ganar, lo que quiere decir celebrar un referéndum y que triunfe el sí a la independencia. Si lo que se pretende es hacerse el héroe, el mártir o el milhombres despreciando las consecuencias que la comedia pueda tener, entonces estamos hablando de otra cosa.