De la mesa de diálogo entre los gobiernos español y de la Generalitat prevista para septiembre no cabe esperar gran cosa. Me atrevería a decir que más bien no se puede esperar nada. Ningún avance significativo. Y en eso, expresado con más o menos convencimiento, parece estar todo el mundo de acuerdo. Alguien podría decir que es una comedia que hay que formalizar.

Para empezar, el gobierno catalán no puede apearse del burro de la amnistía y la autodeterminación. Cualquier cesión que quiera hacer ERC en este sentido, si es que eso pasara, sería frenada por JxCat y la CUP. Por su parte, Pedro Sánchez ha jurado y perjurado que nunca habrá referéndum (tampoco amnistía). La derecha y la derecha extrema —en todas sus expresiones: mediática, judicial, etcétera— tampoco le permitirán modificar esta postura.

De hecho, el plan elaborado por Pedro Sánchez pasaba por los indultos —que le han resultado menos traumáticos y menos costosos en términos de opinión pública de lo que había calculado y temido— y para reactivar la mesa de diálogo. Y ya estaría. C'est tout con respecto a Catalunya. Completan el plan la salida de la pandemia —aplazada por la quinta ola— y un cambio radical de gobierno para encarar con fuerza los dos años que quedan hasta las elecciones, contando con el viento a favor de los fondos europeos y la mejora económica (es lo que ya han bautizado como "gobierno de la recuperación"). Y a por todas.

En cuanto a la mesa de diálogo, el mismo gobierno Sánchez ha ofrecido señales suficientes para que al independentismo le quede claro que no tiene que esperar nada. "El reencuentro" de Sánchez o el "pasar página" de Salvador Illa no buscan otra cosa que encapsular, obviar, barrer lo que ha pasado en Catalunya en los últimos años. Por si alguien no lo había entendido, lo explicaba con todas las letras el domingo en un diario de Madrid el flamante ministro de la Presidènicia, Félix Bolaños. “La etapa del proceso soberanista está terminando y empezamos una nueva que es la de la búsqueda de soluciones. La concesión de los indultos y la apuesta por la vía pactada la han abierto". Añadía a continuación el nuevo hombre fuerte del Gobierno: “Después del verano nos sentaremos en la mesa de diálogo para buscar soluciones, pero siempre dentro de la Constitución y la ley”.

Madrid cuenta con poder ir desactivando el independentismo y al mismo tiempo seguir contando con el apoyo de ERC en el Congreso gracias a una especie de peix al cove 3.0

Que Sánchez se haya sacado de encima a Carmen Calvo, José Luis Ábalos e Iván Redondo, personas clave en la relación con el gobierno de Aragonès, es toda una declaración de intenciones. Como lo es el desplazamiento de Miquel Iceta a Cultura y Deportes, traslado del cual el dirigente socialista catalán se ha quejado amargamente. Su sustituta en Política Territorial, que además se ha convertido en portavoz del ejecutivo español, sentenciaba ayer lunes que, a su entender, los independentistas "tendrían que haber aprendido la lección".

No habrá, no puede haber, un acuerdo sobre cuestiones estructurales con respecto a Catalunya. Por supuesto, no se dará luz verde a un referéndum de autodeterminación. Sin embargo, Madrid cuenta con poder ir desactivando el independentismo y al mismo tiempo seguir contando con el apoyo de ERC en el Congreso gracias a una especie de peix al cove 3.0. Se trataría de hacer, administrándolas estratégicamente, concesiones sobre cuestiones largamente reclamadas y al mismo tiempo ir reparando algunos de los estragos que se arrastran desde el 155. Como recordarán, en una entrevista de hace poco, Junqueras venía a decir que vale más tener el actual gobierno en España que cualquier otro.

Es muy sintomático, en este sentido, que, mientras Sánchez y Aragonès han situado la próxima reunión de la mesa de diálogo (como decíamos será más de diálogo que de negociación de verdad) para mediados de septiembre, la comisión bilateral Estado-Generalitat, la del peix al cove 3.0, se celebrará el próximo 2 de agosto. De la comisión saldrán cosas, de la mesa no se esperan buenas noticias. Lo que es desagradable, farragoso y sin aparente solución, siempre vale más dejarlo para después del verano, al volver de vacaciones.

Ante este panorama, ¿qué tiene que hacer el independentismo? En relación a la mesa de diálogo, nadie tendría que intentar sacar más jugo de la cuenta del previsible fracaso. Nadie tendría que ser excesivamente cínico en eso. Todo el mundo sabe, hoy, que el fracaso está prácticamente asegurado. Ahora, todo el mundo sabe también que se tiene que hacer, que se tiene que ir a la mesa de diálogo, que se tiene que intentar. El independentismo no se puede negar.

Al margen de la mesa, los independentistas tendrían que intentar seguir esforzándose para trabajar juntos y con lealtad. En los últimos días hemos visto algunas imágenes de unidad —en Waterloo, primero, y en Elna, después— que, como mínimo, proyectan algo de esperanza.

El objetivo no es otro que, evitando las equivocaciones del pasado, el independentismo pueda ir fortaleciéndose con el tiempo. Porque si una lección se tendría que haber aprendido de lo que ha sucedido, es que el independentismo debe ser mucho más fuerte si quiere alcanzar en parte o completamente sus objetivos. Tiene mucho terreno para correr, si tiene la firme voluntad, muchas cosas por hacer, para ganar músculo. Convencer a más catalanes, pero mirándoles a los ojos y diciéndoles las cosas tal como son, es una. Gobernar con solvencia, para todos y con mirada larga, es otra.

Como escribió el estratega chino Sun Tzu entre los siglos sexto y quinto antes de Cristo, las batallas se ganan antes del choque, antes de que las espadas salgan de sus vainas, se ganan preparándolas. Eso, por cierto, lo sabe también perfectamente el estado español, que no dejará ni por uno solo instante —tenga el gobierno que tenga— de intentar debilitar el independentismo, trabajar la derrota del independentismo y evitar un nuevo desafío futuro.