He seguido estos últimos días, la verdad es que sin entusiasmo y con gran inquietud, el episodio de los lazos amarillos, protagonizado por el president Torra y la Junta Electoral Central. Este episodio ejemplifica, por desgracia, la clase de desconcierto en que se encuentra no todo, pero sí una parte muy significativa del independentismo.

Cuando Ciudadanos denunció la presencia de los lazos, el president y el gobierno catalán debían haber diseñado una respuesta. Tuvieron tiempo suficiente. Sin embargo, la impresión sobre lo que en realidad sucedió es otra. No solo no se preparó nada en el seno del Govern, sino que la respuesta, cuando llegó, fue improvisada por el president Torra. Este tipo de cosas no se hacen así. Toda acción debe responder a una estrategia y a un cálculo sobre la relación de fuerzas.

El independentismo no puede permitirse morder todos los anzuelos ni intentar chutar todos los balones que le llegan. Teniendo en cuenta que se está todavía gestionando una derrota ―la del 27 de octubre de 2017―, debe calibrar cuidadosamente qué hace y qué no hace. Y únicamente ha de comprometerse en aquellas batallas que son relevantes y, segundo y más importante, tiene posibilidades claras de ganar. Hay que ser cerebrales, muy fríos y estrictamente calculadores, todo absolutamente imprescindible cuando uno es el débil y tiene ante sí a alguien más fuerte dispuesto a aplastarlo sin miramientos.

En el caso de la batalla de los lazos, tras improvisar, finalmente se encontró una respuesta aproximadamente buena: la de la pancarta reclamando libertad de expresión. La factura de este choque, sin embargo, es alta. Demasiado.

No puedo entender ni justificar que personas que se encuentran hoy al frente del independentismo, y en un momento tan delicado, se adentren entusiásticamente en batallas que uno sabe que no ganará

Supongamos que el episodio se ha cerrado ―esperémoslo― y repasemos rápidamente los daños principales:

a) Los Mossos d'Esquadra se han visto obligados ―actuando como policía judicial― a entrar en escuelas e institutos para buscar y eliminar lazos.

b) Torra ha regalado una munición muy rentable a las derechas españolas, que cabalgan enloquecidas con el afán de arrasar los derechos y libertades catalanas, además de forzar un giro explícitamente autoritario en España.

c) No creo que el independentismo o el soberanismo hayan ganado nada relevante política ni electoralmente, al contrario: muchos ciudadanos pueden haberse sentido incómodos por el espectáculo al que han asistido y / o porque creen que no pasa nada grave porque durante algunas semanas no haya lazos en los edificios del Govern.

d) No se han ganado tampoco, al contrario, seguramente se han perdido, simpatías entre aquellos españoles comprensivos con el soberanismo y el independentismo, y que consideran, por ejemplo, que el juicio que tiene lugar en el Supremo es absolutamente injusto y plagado de irregularidades.

e) Muy probablemente el president Torra acabará siendo inhabilitado por no haber cumplido a tiempo las órdenes de la Junta Electoral.

En todo este asunto aprecio también, si me lo permiten decir así, una especie de pulsión sacrificial, de gusto romántico por la inmolación, que me deja absolutamente desconcertado. Estupefacto. No puedo entender ni justificar que personas que se encuentran hoy al frente del independentismo, y en un momento tan delicado, se adentren entusiásticamente en batallas que uno sabe, o debería saber, que no ganará. Y que luego, una vez se confirma que, efectivamente, no hay salida triunfante, entonces se pretenda presentar el embrollo como una gesta heroica y llena de sentido.

Si ser cerebrales, muy fríos y estrictamente calculadores es la única fórmula que puede dar al independentismo y al soberanismo la oportunidad de conseguir un día sus objetivos, la manera segura de fracasar es profundizar en la falta de estrategia (que debería ser ―no me cansaré de repetirlo―, conjunta, lo más ampliamente compartida posible) y la improvisación, todo ello presidido por un empacho de romanticismo y emocionalidad que enturbian la razón y tan solo ayudan al tropiezo, es decir, a continuar tomando decisiones erróneas.