"Lasciate ogni speranza voi ch'entrate ("Abandonad toda esperanza los que aquí entráis"). Como todo aquel que osara cruzar el umbral de la puerta de los infiernos de Dante, el independentismo tendría que dejar de tener esperanzas en Pedro Sánchez, el cual ha decidido que del laberinto catalán no quiere saber nada. Mucho menos, claro, se plantea encontrar una solución a lo que es el problema más importante que tiene España. Sánchez no dialogará con los independentistas y tampoco reanudará los contactos que se interrumpieron después del encuentro en el Palau de Pedralbes el diciembre pasado.

Desde entonces, la cerrazón de Sánchez con respecto a esta cuestión ha sido cada vez más hermética, escondiéndose tras el escudo demagógico según el cual la cuestión se reduce y limita a "un problema de convivencia" entre catalanes.

A lo largo de las negociaciones para intentar su investidura, Sánchez ha exigido, y ha conseguido, que, si quiere entrar en el próximo gobierno de España, Unidas Podemos renuncie a sus posiciones sobre Catalunya ―celebración de un referéndum― y se abstenga también de abrir la boca sobre el asunto. En resumen, ha conseguido manos libres para hacer lo que quiera ―incluso un nuevo 155― sin que los de Pablo Iglesias puedan ni siquiera mover un músculo.

Sánchez afrontará las sentencias del juicio del procés como lo haría Mariano Rajoy, es decir, haciendo lo que haga falta menos política. La derecha trigémina no le reprochará que actúe de esta manera. Si de caso, lo que hará es exigirle más mano dura y más represión, lo que encima puede hacer quedar al socialista como, en el fondo, un buen chico. De hecho, Sánchez no ha dejado de pedir a Pablo Casado y Albert Rivera que lo hagan presidente para así no tener que recibir apoyos independentistas.

De las famosas 370 medidas compuestas por el PSOE, sólo una ―ni más ni menos que la 350― menciona la cuestión catalana. Son unas líneas llenas de vacío al final de las cuales, eso sí, se acuerda que: "En ese modelo no tiene cabida un referéndum de autodeterminación que el TC ha considerado contrario a la Constitución y que, desde una perspectiva política, provoca la quiebra de la sociedad".

Sánchez considera que la batalla contra el independentismo se ha ganado y que las protestas que se puedan producir no alteran esta verdad fundamental

Los indultos, por la misma regla de tres, no parecen probables. Sánchez, un tipo que tiene el vicio de la táctica, un personaje más listo que con ideas y convicciones sólidas, no creo que esté dispuesto a hacer el precioso regalo a la derecha que los indultos supondrían.

Sánchez considera, como considera la derecha española, que la batalla contra el independentismo se ha ganado y que las protestas que se puedan producir no alteran esta verdad fundamental. Se ha ganado la batalla y de lo que se trata a partir de ahora no es de negociar y hacer concesiones ―no se negocia ni se hacen concesiones a alguien al que se ha derrotado―, sino de aprovechar el triunfo. Eso pasa no por hacer una propuesta política a los catalanes, sino por, como se haría con una piedra en el riñón, intentar actuar sobre el independentismo hasta reducirlo a un tamaño que el cuerpo pueda soportar sin muchas molestias o bien eliminar.

En otras palabras, la vetusta conllevancia orteguiana se ha acabado, al menos de momento. El españolismo de derecha e izquierda intentará ignorar y cronificar el problema, primero, para a continuación maniobrar con constancia para ahogar, para erosionar el independentismo, lo que para ellos significa atacar también las bases de la identidad catalana.

Ante este panorama, ¿el independentismo tiene que facilitar que Pedro Sánchez consiga finalmente ser investido y formar nuevo gobierno? La pregunta nos lleva directamente al cálculo del mal menor. ¿Qué es mejor, perdón: menos malo para Catalunya y el independentismo, un gobierno presidido por Sánchez o uno de Casado y sus dos cómplices de la derecha ultraespañolista?

En todo caso, si se da apoyo a Casado, se tiene que tener presente lo que decíamos más arriba, que se parece a lo que se decía, en su tiempo, de Zapatero: que su principal mérito era no ser Aznar. El principal mérito de Sánchez es que si él gobierna, no lo hacen los trillizos de la derecha patológicamente anticatalana. No es mucho, pero tampoco es poca cosa.