Se alargan como un chicle las negociaciones para tratar de construir un gobierno independentista. Han quedado atrás el 14 de febrero, el 14 de marzo y el 14 de abril. Se siguen negociando las cláusulas de la nueva etapa de convivencia entre ERC y JxCat. Se han invertido muchas energías en diseñar grupos, comisiones y mecanismos de coordinación de todo tipo. Después de cómo fue la última legislatura, son necesarias todas las precauciones. Sobre todo entre gatos escaldados. Sin embargo, no son sólo medidas de vigilancia y seguridad. Para no patinar, para no pelearse, para intentar saber qué piensa el otro. Elementos preventivos. Con eso, sin embargo, no se garantiza que un gobierno funcione como la seda. Ni que funcione a secas.

Queda una cosa mucho más importante. Hay que hacer algo de modo que los adversarios, en determinados momentos enemigos, puedan construir una relación menos tóxica, incluso saludable. Que puedan trabajar juntos con lealtad y eficiencia. Con empatía y tal vez simpatía mutuas. Veámoslo como un matrimonio que tiene problemas. Que o bien vuelve a empezar o bien se ha acabado el tema. Un matrimonio que ha llegado a un punto en el que o hacen algo o más vale por el bien de todos que lo dejen estar. Y adiós muy buenas.

Quien primero verbalizó que se había llegado a este punto, quien insinuó que, quizás, habría que ir contemplando la idea de un divorcio acordado y de buen rollo fue Jordi Sànchez, secretario general de Junts: os damos el gobierno, pero nosotros nos vamos a casa. Sànchez les decía eso a los de ERC porque sabe que los de Oriol Junqueras no quieren el divorcio.

La cuestión es que a veces el solo hecho de verbalizar una cosa hace que esta cosa empiece a ser posible, existir, y crecer en la mente de los que nunca lo habían imaginado. Así, hay gente en Junts a la cual irse a la oposición, la libertad, les hace brillar los ojos. Igualmente ha empezado a pasar en ERC. Hay quien sueña un mundo en el que los republicanos se han sacado a los de Junts de encima.

Cuando un matrimonio no es capaz de situar los buenos momentos pasados y el proyecto en común por encima del recuerdo de los momentos amargos vividos, ese matrimonio está condenado

Incluso Aragonès parece haber tomado la palabra a Sànchez. Quedaba claro el domingo en una entrevista en el Ara. ¿El divorcio de mutuo acuerdo? Bueno, eso no lo queremos, pero hablemos... Una entrevista que, por cierto, no ayuda a la paz matrimonial, y en la cual el president en funciones insiste en subrayar los desacuerdos con los de Puigdemont: la política en Madrid, el Consell de la República, la estructura del gobierno, etcétera. Era una entrevista en forma de coz y contradictoria con el afán de ERC de llegar a un acuerdo lo más rápido posible.

Después de la entrevista en La Vanguardia de Jordi Sànchez, llegaba la de Pere Aragonès en el Ara. Bueno, no lo deseamos, pero hablemos... Resultado: ahora la posibilidad de ruptura está sobre la mesa. Existe.

Llegados aquí, quizás habría que detenerse un momento. Y que, de una vez por todas, unos y otros afrontaran el problema de fondo, lo que lo envenena todo, y decidieran a continuación si quieren y pueden ponerle remedio. Me refiero a las toneladas de rencor, de recuerdos amargos, de heridas a la autoestima, de estereotipos y prejuicios, de agravios históricos, de deslealtades, de engaños, de ofensas reales o imaginadas, etcétera, que se han ido acumulando en los espíritus de unos y otros, y que han sido incapaces hasta ahora de dejar atrás. Cuando un matrimonio no es capaz de situar los buenos momentos pasados y el proyecto en común por encima del recuerdo de los momentos amargos vividos, ese matrimonio está condenado. Se va a pique. Y es mejor, para los dos, que así sea.

De acuerdo, el nuevo gobierno tiene que contar, como veíamos más arriba, con grupos, comisiones y mecanismos de coordinación de todo tipo. Que haya control y vigilancia es necesario, al menos en este momento (trascendental). Pero mucho más necesario es que haya mecanismos que fomenten la reconciliación y la construcción de un entorno de confianza. Hacen falta coaches, consultores matrimoniales, psicólogos, incluso una delegación de sacerdotes, si hace falta, a fin de que todos puedan confesarse y limpiar sus almas.

Se trataría de que el aborrecimiento, la repulsión y la rabia se vayan fundiendo, vayan enfriándose progresivamente hasta que todo coja otro color... Hasta que la inquina deje de enturbiarles los ojos y embotarles el juicio. O eso se hace en serio y lo hacen todos los que pintan algo en esta historia o el matrimonio fracasará, cosa que supondrá un duro golpe para la gente que votó a ERC y JxCat para darles otra —y quizás última—oportunidad.

El factor humano, siempre tan menospreciado por politólogos y otros profesionales del ramo, resulta siempre clave, ineludible, si hablamos de política. Si no hay un sincero, profundo, propósito de enmienda, de darle al reset, de empezar de nuevo, por parte de unos y otros, da igual que ERC y JxCat salgan adelante juntos o se separen, la magnitud del desengaño será colosal, quizás insoportable.