Una de las ventajas de que ha disfrutado el movimiento por la independencia ha sido, es indiscutible, los muchos errores, algunos fenomenales, como la violencia del 1-O, cometidos por el estado español. Sin estas pifias, grandes, pequeñas y frecuentes, las cosas serían hoy día de otra manera, y peores para el independentismo.

Manuel Marchena, y con él el Tribunal Supremo,cometió una pifia gigantesca cuando decidió preguntar al Tribunal de Justítica la UE, con sede en Luxemburgo, sobre la inmunidad de Oriol Junqueras. A pesar de interpelar a Luxemburgo, sin embargo, Marchena fue directamente. Es decir, actuó sin esperar que el tribunal europeo le dijera si podía hacer o no lo que estaba haciendo. Sencillamente, siguió actuando como si nada. Como aquel niño que pregunta a su madre si se puede comer los bombones y, sin esperar a ver qué le dice, se los zampa todos, hasta el último.

¿Por qué Marchena pasó de todo? Tenemos que suponer, de entrada, aunque este episodio ciertamente lo pone en entredicho, que ni él ni el resto de Tribunal que juzgó a los líderes del procés son analfabetos en Derecho. Quizás sí, sin embargo, que lo son en sentido común, ya que forma parte de las reglas más elementales de ir por el mundo esperar la respuesta cuando uno ha preguntado.

¿Por qué lo hizo Marchena? ¿Fanfarronada castiza? ¿Menosprecio por la justicia europea? ¿Tenía mucha prisa y no quería parar el proceso judicial? ¿Mala educación? ¿Confianza —temeraria— que Luxemburgo le daría la razón, pese a las anteriores malas experiencias?

El resultado, bastante que lo conocemos. Puigdemont, Comín y —dentro de un tiempo— Ponsatí serán eurodiputados. En el caso de Junqueras, el estado español tendrá que maquinar seguramente un monumental parche pseudolegal con el fin de no tener que dejarlo en libertad. Un parche que supondrá otro escándalo impresentable a sumar a los muchos que ya han protagonizado España.

Pero, claro, todo sería demasiado bonito si sólo el bando españolista cometiera equivocaciones. También el independentismo comete errores no forzados. Por ejemplo, el del presidente Torra al no hacer caso cuando le ordenaron quitar los lazos y las pancartas de la Generalitat. Dejó alegremente que su cargo, el de presidente, quedara —como pasa en estos momentos— en manos de la justicia española y de la Junta Electoral Central. ¡Qué gran resbalón!

¿Por qué lo hizo Torra? ¿Fanfarronada, cálculo erróneo, anhelo de épica, seducción por el martirio y la tragedia? El presidente, por un mínimo sentido de la responsabilidad institucional, no puede dejar que lo inhabiliten por una cuestión menor. Consiste una dejadez de su deber y un muy mal servicio al país y a los ciudadanos. Por descontado, es también un mal favor a Junts per Catalunya que, si el presidente es inhabilitado —y lo podría ser el próximo día 3 por la Junta Electoral Central—, tendrá que pelearse con ERC sobre lo que hay que hacer.

Visto todo, y vistas las fechas en que nos encontramos, sólo se me ocurre recurrir a los Reyes Magos. Y pedirles un regalo que, aunque puede parecer modesto, no lo es nada. Es este: que el españolismo se continue equivocando como hasta ahora o, si puede ser, un poco más. Y que el independentismo intente no imitarlo o, como mínimo, que la pifie menos, ojalá mucho menos, que hasta ahora.