Mefistófeles, el demonio que simboliza la tentación, ronda impúdicamente a Ada Colau. Y ella se deja cortejar. Perdió las elecciones, pero Mefistófeles la puede mantener al frente de la ciudad. Basta con que la antigua activista antisistema, haga una cosa: venderle su alma (y la de su proyecto político). El precio es alto, pero la ambición y la avidez de Ada también.

Mefistófeles ofrece, seduce, pone en bandeja. Insiste, presiona.

La angelical Ada se deja cortejar. De momento, ha insinuado que tal vez sí que optará a la alcaldía y permitirá que Manuel Valls la encumbre. Mefistófeles sonríe, esta es exactamente la oferta.

Valls susurra al oído de la alcaldesa en funciones que la votará porque para un ex primer ministro de Francia todo vale contra el soberanismo catalán, y que es gratis (se lo dice, pero no es así: una hipoteca nunca es gratis).

Collboni ha declarado, con gesto solemne, que él también hará lo que sea menester para que no manden los independentistas. Él quiere ser cortafuegos y trinchera. Algún día habrá que entretenernos con Collboni ―casi cincuenta años y siempre viviendo de la política― y su fervor unionista. En uno de sus eslóganes de campaña proclamaba que quería una Barcelona "dialogante". Caramba con el diálogo.

Mefistófeles contempla con satisfacción con qué gracia y armonía bailan sus peones.

Colau, mientras tanto, asegura que los posconvergentes no quiere saber nada. Negociará gustosamente con Collboni y el PSC ―puro establishment, puro régimen del 78, puro 155― y aceptará los votos de la derecha salvaje de Valls, pero ni se sentará a hablar, lo ha repetido, con Quim Forn ―en la cárcel y juzgado para defender el derecho de la gente a decidir el futuro de Catalunya― y su formación política. Son, según ella, "la derecha". Colau ―que ha crecido en el ambiente sectario del antipujolismo― también tiene, y esto la une a Valls y Collboni, vocación de cortafuegos, de trinchera.

Suerte que tanto Colau como Collboni y Valls proclamaban que lo que realmente les convenía a los barceloneses era dejar de lado "el conflicto" y hablar a fondo de lo que necesita la ciudad. Que había que centrarse en los problemas de Barcelona.

La operación Mefistófeles de momento marcha bien. El demonio está haciendo un buen trabajo

El espectáculo debe haber dejado aturdido a Ernest Maragall, y eso que a lo largo de su vida ya ha visto de todo. Y a Oriol Junqueras, quien el fiscal pide 25 años sin que el gobierno español se le haya movido ni una pestaña. Y a ERC.

Los ricos y poderosos, aquellos a quienes Colau prometió escarmentar, se frotan las manos. Ellos saben que todo el mundo tiene un precio, y que los que más alardean suelen ser los más comprables. La operación Mefistófeles de momento marcha bien. El demonio está haciendo un buen trabajo. Al fin y al cabo, tiene una experiencia infinita en el arte de corromper.

Llegados a este punto, Maragall, que es a quien los barceloneses prefieren como alcalde, sólo tiene dos opciones. Pactar un gobierno con Colau aceptando las condiciones que los comunes ―muchos de los cuales trabajan codo con codo con los ricos y poderosos en la operación Mefistófeles― quieran imponerle o bien quedarse en la oposición a pesar de haber ganado.

Quien decide, como decíamos al principio, es ella. Es a ella a quien Mefistófeles ha elegido hacer la oferta, es a ella a quien Mefistófeles ha tentado.

Hay que decir que, a diferencia de otros demonios, Mefistófeles nunca actúa contra nadie caprichosamente. Lo que hace es únicamente brindar un trato, que aceptas o rechazas. No obliga, aunque Colau, si finalmente se deja seducir por Mefistófeles, seguro que intentará embaucar a los ciudadanos diciéndoles que no había otro remedio, y que todo lo hace por el bien de Barcelona y al servicio del pueblo, de quien ella tiene el vicio de erigirse en encarnación.

Pero Colau puede decidir. Puede ser fiel a los ideales, principios y objetivos que ha proclamado y aceptar los resultados electorales. O puede venderse el alma y dejarse comprar por los ricos y poderosos, por la casta, que decía su camarada Pablo Iglesias, y por el españolismo antisoberanista.