Las irregularidades y delitos aparentemente cometidos por Juan Carlos I, de los cuales cada vez tenemos más detalles, han empezado a formar una pelota difícil de tragar incluso por la sociedad española, que hasta ahora había mirado hacia otro lado o contemplado con benevolencia los comportamientos reales. Unos comportamientos que, además, siempre le llegaban en forma de rumores o atenuados por la intervención sumisa de los grandes medios de comunicación.

Que Juan Carlos era un mujeriego incorregible y que había tenido una infinidad de amantes era bastante conocido. También que había ganado dinero gracias a los árabes era más o menos sabido por el público en general. Los ciudadanos no tenían muchos detalles de todo ello, aunque en su momento el New York Times cifró su fortuna oculta en 1.800 millones de euros y Forbes en 2.000.

Todo iba tirando hasta el caso Urdangarin y el escándalo de la caza de elefantes en plena crisis económica en España. El prestigio del rey se deterioró hasta tal punto que se le tuvo que convencer para que abdicara a favor de Felipe VI. Era un parche, pero podía funcionar. Los cerebros de la operación así lo esperaban. Confiaban en que, con el monarca protegido por la sombra y concentrados los focos en la pareja Felipe-Letizia las cosas funcionarían mejor. Querían creer, además, que lo peor había pasado y que si los españoles no habían estallado contra quien, según la mistificada versión oficial, los había llevado la democracia y salvado del 23-F, pues ahora ya no lo harían.

Este era el plan hasta que el asunto de los trapicheos suizos estalló, gracias a la justicia de aquel país y a algunos medios de comunicación extranjeros. En el centro del lío, Corinna Larsen, una mujer atractiva —podría ser hija de Juan Carlos, ya que él es de 1938 y ella de 1964— por quien el rey perdió completamente la cabeza. Una pasión amorosa y de alcoba que llevó al monarca a cometer un montón de disparates. De hecho, por Corinna se saltó todas las líneas rojas, traspasó todos los márgenes de seguridad, trituró toda prudencia. Las temeridades no fueron todavía más y peores porque, dicen, su entorno, escandalizado, lo pudo evitar.

El asunto Corinna, que ha echado a perder ya irreversiblemente la forma en que Juan Carlos pasará a la historia, contiene una dimensión enternecedora y a la vez un tanto patética

Cherchez la femme. Intentar ver la historia como una historia de pasión loca; este, pienso, es un enfoque poco común todavía. ¿Qué tiene Corinna, qué puede tener Corinna para hacer enloquecer a un hombre que, ya desde que estaba en la academia militar, no ha parado durante prácticamente toda su vida de acostarse con mujeres a un ritmo inimaginable para cualquier mortal? El rey ahora emérito instaló a Corinna en el recinto de la Zarzuela, le compró una casa de lujo en los Alpes, la cubrió de regalos y lujo, y malgastó montañas de dinero. Hasta el punto de darle o confiarle los famosos 65 millones de euros suizos.

Juan Carlos, hoy abandonado por su amante, podría ahora perfectamente entonar aquella canción que cantaba Pablo Abraira en los setenta y que decía: "Amiga, hay que ver cómo es el amor / Que vuelve a quien lo toma / Gavilán o paloma / Pobre tonto, ingenuo charlatán / Que fui paloma por querer ser gavilán"..

El asunto Corinna, que ha echado a perder ya irreversiblemente la forma en que Juan Carlos pasará a la historia, contiene una dimensión enternecedora y a la vez un tanto patética. Esto es cómo un hombre como Juan Carlos puede enamorarse como un adolescente con acné por una mujer hasta el punto de jugárselo todo, empezando por su posición, pasando por el reinado de su hijo y acabando por la monarquía en España.

La avalancha de informaciones escandalosas sobre el rey emérito y Corinna —alemana de origen danés y exmujer de Casimir zu Sayn-Wittgenstein-Sayn— no parece que se pueda detener.

Mientras tanto, los aparatos del Estado y Felipe VI piensan qué hacer. De nuevo, se trata de rescatar la monarquía.

Una opción posible es enviar a Juan Carlos muy lejos, al extranjero. Para él, dicen, sería una verdadera tragedia, inconcebible. Volvería a ser un exiliado, como en su infancia y juventud. Esta maniobra presenta algunos problemas. Por ejemplo: ¿qué pasaría con la reina Sofía? Y un cierto riesgo, ya que la justicia suiza está investigando al rey emérito.

Veremos si Felipe VI, para salvarse, condena sin reparos a su padre (de hecho, ya nos dijo que es culpable al retirarle la asignación y renunciar a la herencia). Si eso pasara, que es posible, Juan Carlos probaría la misma medicina que él administró a su progenitor, Juan de Borbón, conde de Barcelona, a quien abandonó en el exilio para irse él a España con Franco. Después se convertiría en sucesor del dictador. Haciéndolo, dejaba a su padre —que era quien ostentaba los derechos dinásticos— sin la posibilidad de recuperar la corona que el abuelo Alfonso había perdido.