Hemos asistido los últimos días a la polémica disparada por unas frases más bien confusas pronunciadas por el republicano Gabriel Rufián en las que tildaba de "tarado" al president Carles Puigdemont. El portavoz de ERC en el Congreso tuvo que rectificar casi de forma inmediata, después de que Pere Aragonès lo riñera públicamente. Rufián tiene un largo historial de ataques a Junts. Los dos más recientes, al margen de este último, son haber cargado contra los contactos entre el entorno de Puigdemont y algunos elementos rusos (“Son señoritos que se paseaban por Europa reuniéndose con la gente equivocada porque así, durante un rato, se pensaban que eran James Bond”) y, después, haber espetado a Jaume Asens, de los comuns, en un momento de irritación y desde la tribuna: "¡Deja de ir tanto a Waterloo, anda!".

El trabajo de Rufián implica, seguramente, tener que hacer estas cosas. Él habla para aquellos sectores de la izquierda menos nacionalista con la meta de atraerlos hacia ERC. Por eso que se llamaba y se debe llamar todavía "ampliar la base". Encarna también Rufián una cosa no tan loable: la bilis, la malicia y la virulencia que, en Esquerra, muchos sienten hacia Junts. Son los mismos que ven por todas partes convergentes con cuernos y cola. Gángsteres corruptos y burgueses de eructo. Son también estos sectores republicanos los que, si pudieran, romperían mañana mismo con los de JxCat.

El defensa bruto y rompepiernas está en todas las formaciones políticas. Sin embargo, que uno tenga este papel no quiere decir que no tenga que pensar muy bien lo que hace. Y tengo la sensación de que Rufián, quizás porque, contra su voluntad, ERC lo enviará a Santa Coloma de Gramenet de candidato municipal, últimamente está muy nervioso. Y pierde los papeles con facilidad, con excesiva facilidad.

Las manifestaciones de Rufián juegan a favor de los intereses de Borràs, en la medida en que indignan a muchos dentro de Junts, a los cuales cosas como estas les dan ganas de romper las cartas y mandar definitivamente a los republicanos a hacer puñetas

Mientras tanto, en la otra orilla del río, en Junts, hemos observado cómo la militancia reunida en Argelers daba una buena lección de humildad a Laura Borràs y su grupo, algunos miembros del cual no han podido reprimir su cabreo. Cabe decir que en el caso de Borràs las lecciones de humildad nunca están de más. Si Jordi Turull y los suyos no osaron o no les interesó enfrentarse a campo abierto —en unas primarias— a Laura Borràs, si accedieron a un acuerdo de reparto del poder que, en realidad, daba más a la presidenta del Parlament de lo que le tocaba, la militancia se encargó el fin de semana de corregir la situación al votar los diferentes cargos de la dirección. Así, Borràs quedó tercera y algunos de sus fans en los últimos puestos.

Borràs y cía. tienen el vicio de proclamarse más independentistas que nadie. Más puros, más valientes, más catalanes. La presidenta del Parlament es partidaria de romper con ERC y salir del Govern, y así lo ha dejado claro al reclamar en voz alta que la continuidad del ejecutivo sea sometida a votación de las bases. De hecho, ya no le gustó el pacto con los republicanos cerrado en su día por Jordi Sànchez (y por eso se situó como presidenta del Parlament).

Si uno fuera más malicioso, pensaría que el hecho de que Borràs haya reavivado el cuestionamiento del pacto de gobierno tiene que ver, al menos parcialmente, con el futuro inmediato. Y es que tenemos que tener en cuenta que Borràs se encuentra en puertas de un juicio por su torpe gestión en la Institució de les Lletres Catalanes. Los documentos, e-mails y grabaciones, etcétera, que apuntan contra ella son, en este sentido, contundentes. Se le acusa de varios delitos relacionados con el hecho de haber troceado contratos con el fin de poder otorgarlos a dedo a un amigo suyo.

El reglamento del Parlament dice que en caso de juicio por corrupción, Borràs tiene que dejar su cargo (artículo 25.4):

"En los casos en que la acusación sea por delitos vinculados a la corrupción, la Mesa del Parlament, una vez sea firme el acto de apertura del juicio oral y tenga conocimiento de ello, tiene que acordar la suspensión de los derechos y deberes parlamentarios de forma inmediata. [...]."

Sin embargo, con el objetivo de mantener su puesto, ella ha ido argumentando que, en realidad, el suyo no será un juicio por corrupción, sino que forma parte de la ofensiva represora del Estado contra el independentismo.

Cuando llegue el momento, lo más probable es que ni la CUP ni ERC apoyen a Borràs. Entonces, lo único que impediría más o menos que Borràs evitara la etiqueta de posible corrupta es que Junts, en protesta por la actitud de Esquerra, rompiera el Govern. Precisamente, lo que Borràs y los suyos se están esforzando por convertir no solo en posible sino también en conveniente. Hay que añadir, además, que el hecho de que Borràs se haya erigido en la nueva presidenta de Junts juega a su favor, y hará que los partidarios de continuar en el Govern y volverle la espalda lo tengan más complicado.

Las manifestaciones de Rufián tildando de "tarado" a Puigdemont —ante las cuales, por cierto, Oriol Junqueras ha callado— juegan a favor de los intereses de Borràs, en la medida en que indignan a muchos dentro de Junts, a quienes cosas como estas les dan ganas de romper las cartas y mandar definitivamente a los republicanos a hacer puñetas.