Los discursos presidenciales de Fin de Año, o de Navidad, o de Sant Esteve, como es el caso, sirven tradicionalmente para mirar hacia delante, para afrontar el año que entra con renovada energía, con optimismo. Para intentar trasladar a la ciudadanía la sensación de que está en buenas manos y las cosas se están haciendo bien, razón por la que hay que tener confianza.

Contrariamente, no son discursos en los que se introduzcan incertidumbres, o se señale aquello que puede salir mal, aquello que puede fracasar. Menos todavía si se trata de algo que hasta el momento se ha presentado como un elemento central, fundamental. Un elemento que ha servido para justificar toda una actitud política y que ha dado pie al pacto constante con el gobierno de Madrid.

Sin embargo, el día de Sant Esteve, el president de la Generalitat, Pere Aragonès, utilizó su mensaje institucional para pedir por favor al presidente Pedro Sánchez un nuevo y rápido encuentro de la mesa de diálogo, aunque, añadió, mira, quizás no servirá para nada, será inútil, y, si es así, entonces, otra cosa se tendrá que probar, habrá que inventarse algo diferente. El president dijo, literalmente: "Tenemos que empezar a construir alternativas ―actuando con realismo, buscando el máximo consenso y aprendiendo del camino que hemos hecho hasta ahora― por si la negociación se encalla y no aporta resultados".

La mesa de diálogo ―no digo de negociación, porque eso sería ser un iluso y tomarlos a ustedes también por ilusos― se ha reunido hasta ahora dos veces (una en 2020 y otra en 2021). Este septiembre, en el segundo encuentro, a los de ERC les costó lo que no está escrito conseguir que Sánchez se dejara hacer la foto sentado con las dos delegaciones, la de la Generalitat (sólo con miembros de ERC) y la del Estado.

Aragonès, por voluntad propia o presionado por Sánchez, había dejado fuera de la mesa a Junts per Catalunya, que había elegido representantes que no forman parte del Govern. Las palabras del president de la Generalitat del día de Sant Esteve, temeroso del fracaso de la operación, no hacen más que dar razones a JxCat para mantenerse lejos de la mesa.

A ERC, al revés que al PSOE, la mesa, además de tiempo y de ser una pieza clave para su relato, también le ha dado votos, le ha ayudado ―mucho o poco― en el terreno electoral

Se me pueden recordar, en este punto, los indultos. Pero hay que considerar que Pedro Sánchez, además de ver los indultos como una concesión a sus aliados de ERC, los veía también como una válvula para desinflar la beligerancia independentista. Cabe decir que le salió bastante bien. Sin los presos, las cosas no son lo mismo. Añadamos que los indultos supusieron para Sánchez un coste político muy inferior a lo que había calculado y temía.

Una vez realizada la operación de los indultos, Sánchez y los suyos decidieron que ya habían hecho bastante. Pasemos página, como diría Salvador Illa. A partir de entonces, Sánchez se dedicó, primero, a alinear el Gobierno y el PSOE para, a continuación, concentrarse en derrotar a Pablo Casado cuando llegue el momento. Ahora, con elecciones dentro de cuatro días en Castilla y León y después en Andalucía, la mesa catalana debe ser, si es que es alguna cosa, tan sólo un eco lejano en la mente del presidente español.

De hecho, el fracaso de la mesa de diálogo estaba y está cantando. No obstante, la parte catalana tiene que actuar como si fuera un camino real y transitable. Como escribí aquí mismo en julio, es una comedia que hay que hacer. Pienso que no tiene que ser el gobierno catalán quien entierre la mesa ―en este sentido, probablemente las palabras de Aragonès fueron un error― y que hay que continuar hasta que se haga del todo evidente que el Estado no piensa hacer ninguna concesión.

Si examinamos la correlación de fuerzas, nos damos cuenta de que la única palanca con la que cuenta ERC son sus votos en el Congreso de Diputados. Pero hasta ahora ERC siempre ha complacido a los socialistas, sin que la mesa de diálogo avanzara. Y es que existe un elemento estructural que minimiza la fuerza republicana. Es el siguiente: Esquerra nunca hará caer al gobierno de socialistas y podemitas. Sencillamente, no puede propiciar un gobierno del PP con Vox. CiU, en su tiempo, podía jugar a derecha e izquierda. No es el caso de los de Junqueras.

Hay que admitir, sin embargo, que, a pesar de su previsible esterilidad, la mesa de diálogo ha cumplido una función muy importante y nunca reconocida o explicitada: servir de base a un relato, incrustado en una estrategia de alcance más amplio, que ha legitimado el acuerdo entre ERC y PSOE a lo largo de todo este tiempo. Un acuerdo que, sin la mesa y lo que significa, no habría sido digerido con facilidad. La mesa ha proporcionado, resumiéndolo mucho, tiempo a republicanos y al PSOE. Y el tiempo es muy importante en política. Ahora, Pedro Sánchez, que tiene en frente a un PP dispuesto a todo para conseguir el poder, ha optado por dejar de pagar el precio que para él y los suyos tiene la mesa de diálogo.

Para Sánchez y el PSOE la mesa de diálogo, aunque no se acuerde nada, supone un desgaste político y electoral en España. El caso de ERC es diametralmente diferente, porque a ERC, al revés que al PSOE, la mesa, además de tiempo y de ser una pieza clave para su relato, también le ha dado votos, le ha ayudado ―mucho o poco― en el terreno electoral. En Catalunya gusta la idea del diálogo. Es por eso que Aragonès quiere más mesa de diálogo (y que la mesa dé algún resultado), mientras que Sánchez no quiere ni oír hablar de ella y hará todo lo posible para librarse.