Todo apunta, y así está previsto, que mañana miércoles en Waterloo se producirá el primer encuentro cara a cara entre los líderes de ERC y el de Junts, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, desde otoño del 2017, cuando, después de la fallida declaración de independencia, el primero optó por quedarse en Catalunya y el segundo por irse al extranjero.

Desde entonces, y especialmente a partir de la convocatoria, por el 155, de las elecciones del 21 de diciembre de 2017, estos dos hombres han dirigido desde la distancia la guerra sorda que los ha enfrentado a ellos y a sus dos formaciones. Es por eso que acordar el encuentro no ha sido fácil. Si las diferencias y las desconfianzas ya eran enormes cuando gobernaban juntos —uno, Puigdemont, como president, y el otro, Junqueras, como vicepresident—, las cosas después, con uno en la prisión y el otro en el exilio, no dejaron de agrandarse.

Algunos libros disponibles explican bastante bien qué pasó. Véase, por ejemplo, M'explico, de Puigdemont, u otro volumen que acaba de aparecer justo ahora, Enemics íntims, de Oriol March y Joan Serra Carné, dedicado justamente a radiografiar las relaciones entre republicanos y junteros. El giro de 180 grados de ERC, después de empujar a Puigdemont para que declarara la independencia, o la negativa de Roger Torrent a investir president a Puigdemont, el 30 de enero de 2018, son sólo dos de los agravios que han marcado a fuego una relación tortuosa, muy compleja.

Se ha avanzado que en el encuentro de mañana a Junqueras lo acompañarán Raül Romeva, Dolors Bassa y Carme Forcadell. Hay que suponer que el president Puigdemont tampoco los esperará solo en la casa de Waterloo, sino que lo flanquearán seguramente otros exiliados o personas de JxCat. Qué quieren que les diga. Si eso —que el encuentro, será, digamos, entre delegaciones— se confirma, no me parece una buena noticia.

Si las sospechas, la animadversión y el rencor acumulados a lo largo del tiempo no desaparecen, difícilmente podrá haber un acuerdo político que es imprescindible

Porque lo que es urgente, urgentísimo, es que ellos dos se encuentren a solas. Junqueras y Puigdemont no son amigos. Son dos políticos que a la fuerza se tienen que entender, al menos en una serie de puntos fundamentales. Pero lo primero que se debe hacer no es eso. Lo primero es que se encierren durante las horas que haga falta con el fin de poder decirse a la cara todo lo que se tengan que decir, para poder aclarar todo lo que tengan que aclarar. Para hacer catarsis e intentar aclarar las cosas. Si las sospechas, la animadversión y el rencor acumulados a lo largo del tiempo no desaparecen, difícilmente podrá haber un acuerdo político que es imprescindible.

El primer paso es, por lo tanto, decirse todo lo que se tienen que decir, que no es poco, intentar comprenderse mutuamente —con empatía— y, en caso de que haya cosas que no se puedan perdonar, ser capaces de guardarlas en un cajón bien hondo, manteniéndolo cerrado con llave mientras los dos tengan la responsabilidad que tienen, que no es pequeña.

Esta catarsis personal no se puede hacer si uno y otro están acompañados de un grupo de personas, del mismo modo que entiendo que no se podía llevar a cabo mientras Junqueras estaba en la prisión. Sin embargo, toca intentarlo. Si el independentismo quiere salir adelante, hará falta un reencuentro en el sentido profundo, y no tanto físico, del término. Harán falta estas horas uno delante del otro, horas de coraje y sinceridad. Y también, espero, horas guiadas por la clara conciencia de la necesidad de entenderse, de poder trabajar realmente juntos.

El encuentro entre las personas es previo y condición necesaria al encuentro entre los políticos. Eso es, para empezar a trabajar de verdad y poder llegar, ir llegando, a acuerdos concretos sobre qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo. No se me escapa que ERC y Junts son partidos de naturalezas muy distintas, pero todavía se me escapa menos que gobiernan juntos el país —en la Generalitat, en muchos ayuntamientos— y, además, que sin colaboración y acuerdo entre ellos el independentismo lo tendrá todavía más difícil para avanzar.

Resumiendo, es necesario que de una vez Junqueras y Puigdemont, y con ellos sus seguidores, pongan de verdad el país por encima del partido, por cuesta arriba que se les haga. Que demuestren que pueden vencer la animosidad y el antagonismo para colaborar lealmente, a pesar del pasado.

El encuentro de mañana miércoles hay que tomárselo, pues, sencillamente como un encuentro entre gente de un lado y otro que hace mucho que no se ven. Un encuentro preliminar. No me quejo, como mínimo servirá para paliar el mal sabor de boca provocado por el hecho de que los presos, al salir de las celdas, fueran a reencontrarse sólo con los de su partido, los de ERC en Suiza con Junqueras, los de Junts en Waterloo.