Hemos asistido recientemente a las dos crisis más serias del gobierno Aragonès desde que se puso en marcha a finales de mayo. La investidura de Pere Aragonès ya fue precedida por un largo tira y afloja, episodio que incluyó una primera votación fallida y también, en un momento dado, la ruptura de las negociaciones con Junts por parte de los republicanos, quienes, de forma poco comprensible, habían optado por priorizar el pacto con la CUP.

La crisis en torno a la ampliación del aeropuerto de El Prat tuvo como detonante las dudas que, de golpe, asaltaron ERC sobre el proyecto y cómo tenía que proceder el gobierno catalán. ERC vaciló ostentosamente, cosa que utilizaron Pedro Sánchez y Aena para enterrar una inversión de 1.700 millones. En la segunda crisis, que se solapó parcialmente con esta primera, fue Aragonès quien vetó a los representantes propuestos por Junts per Catalunya para la mesa de diálogo con el Gobierno. Aragonès dejó claro que sólo quería consellers, aunque no es eso lo que dice el pacto de gobierno entre ERC y JxCat. Un texto que también señala, sin embargo, que los representantes de la parte catalana tienen que ser consensuados. Finalmente, como es sabido, al Govern de la Generalitat lo representaron en exclusiva gente de ERC.

Después del lamentable espectáculo de discrepancias, codazos y peleas de patio de colegio que definió la legislatura anterior, ERC y JxCat se quisieron conjurar para no repetir unos comportamientos que, probablemente, el electorado no tolerará por segunda vez. Las largas negociaciones previas a la formación de gobierno a las que aludía más arriba fueron interpretadas por algunos, quizás demasiado optimistas, como una prueba de que esta vez todo estaría más trabado y que la determinación de no caer en los mismos errores era sincera y firme. Que no volvería a pasar y que, ahora sí, las cosas se harían en serio en beneficio tanto de unos como de los otros.

Desgraciadamente, pero, las dos crisis referidas demuestran que con la determinación de no repetir el pasado no basta.

Hacen falta mecanismos vigorosos, preparados y bien engrasados para cuando se producen este tipo de accidentes y disfunciones, los cuales, cuando la colisión no se puede evitar, atenúen el golpe y minimicen los daños

Hay que decir que el enfrentamiento por quién puede o no puede sentarse en torno a la mesa de diálogo sigue hoy abierto, como lo demuestran las declaraciones de Oriol Junqueras este domingo en el diario Ara. Se ha añadido, además, la falta de acuerdo y de coordinación con respecto a la espinosa cuestión de las fianzas exigidas por el Tribunal de Cuentas a los dirigentes independentistas en el caso de la política exterior de la Generalitat.

Mi convicción es que hacen falta mecanismos vigorosos, preparados y bien engrasados para cuando se producen este tipo de accidentes y disfunciones, los cuales, cuando la colisión no se puede evitar, atenúen el golpe y minimicen los daños. Hay que instalar airbags en el gobierno de Pere Aragonès.

Ser capaz de incorporar estos elementos de seguridad, y hacerlos funcionar correctamente, es imprescindible ―y me atrevo a decir que urgente―, sin embargo, obviamente, no resulta nada sencillo. Sobre todo si pensamos que ERC y JxCat son dos fuerzas políticas que compiten encarnizadamente y teniendo en cuenta también el denso historial de aborrecimiento mutuo y personal entre algunos de los personajes clave de esta historia. Para no hablar de aquellos que, simplemente, van por libre sin importarles, egoístas, nada demasiado.

Algunos de los que viven este asunto de cerca apuntan que más que una guerra abierta entre unos y los otros, lo que hay todavía entre los máximos responsables gubernamentales de ERC y de JxCat es "falta de confianza".

No es la intención de este texto dar lecciones, menos todavía de dictar cómo se tienen que hacer las cosas. Sin embargo, hay un par de elementos que creo que son centrales si, ciertamente, se quiere aprender a gestionar mejor las crisis entre los socios de gobierno. Uno son los ya mencionados airbags. El otro, la capacidad de anticipación.

La anticipación resulta también clave. Las crisis son muy difíciles de afrontar con serenidad y éxito cuando no las ves venir, cuando te caen encima por sorpresa. La anticipación es necesaria para tener tiempo para intentar resolver las diferencias y, en caso de que eso resulte imposible, poder activar los airbags. Esta anticipación es la que tiene que posibilitar llegar a consensos y encontrar puntos de equilibrio. Es para eso precisamente que se diseñaron un puñado de comisiones, justamente para abordar las divergencias y los malentendidos.

No puede pasar, como pasó en la crisis de la ampliación del aeropuerto y de la mesa de diálogo, que las diferencias estallen un día para el otro. En un caso, porque ERC cambió de postura. En el otro, porque, probablemente buscando poner al president Aragonès entre la espada y la pared, Junts per Catalunya dio a conocer a sus representantes en la mesa de diálogo sólo horas unas antes de la convocatoria. Este tipo de giros de guion hacen muy complicado, si no imposible, tanto poder llegar a acuerdos como, si eso no se consigue o no se consigue del todo, gestionar públicamente la discrepancia. Es como cuando a un portero lo pillan a contrapié y tiene que ver impotente, sin poder hacer nada, como la pelota cruza imperturbable la línea de gol.