La cuenta atrás ha empezado y Catalunya se dirige de cabeza a unas nuevas elecciones, el próximo 14 de febrero. Esta vez la legislatura tampoco ha durado cuatro años, lo que ya empieza a convertirse en tradición.

¿Cómo será esta campaña que, de facto, ya ha empezado? Hace dos semanas yo mismo escribía que, a pesar de la pandemia y la durísima crisis económica asociada, y a pesar también de que los ciudadanos cuando son encuestados reclaman "buen gobierno", es muy posible que la discusión electoral se centre, se siga centrando, en la cuestión nacional.

En primer lugar, porque los dos grandes protagonistas de la contienda, JxCat y ERC, han gobernado y gobiernan juntos. No parece, pues, que la controversia entre ellos tenga que ser sobre si desde el gobierno se han hecho bien las cosas o no. Los dos tienen que vender que las cosas se han hecho bien o tan bien como las circunstancias han permitido. Tampoco parece que la batalla se tenga que focalizar en si hay que hacer políticas más de izquierdas o más de derechas, por la misma razón —han gobernado y gobiernan juntos—, y también porque JxCat, si es que se puede ubicar en algún lugar ideológicamente hablando, se ubicaría en una posición similar a ERC. (Aragonès, por su parte, no puede ser considerado un peligroso trotskista).

Apuntaba hace un momento que es muy posible que la discusión electoral siga girando entorno a la cuestión nacional. En concreto, sobre el significado de lo que ocurrió el otoño del 2017 y, muy ligado a este análisis, sobre qué hay que hacer una vez superadas las elecciones del próximo febrero. En este escenario, viviremos el combate —es mi vaticinio— entre el independentismo pragmático o realista (representado por ERC) y el independentismo emocional o radical (representado por JxCat). Cabe decir que en las dos facciones hay otros actores, pero ERC y JxCat son los que atraerán todos los focos.

Viviremos el combate entre el independentismo pragmático o realista (representado por ERC) y el independentismo emocional o radical (representado por JxCat)

Este planteamiento resulta a priori muy incómodo para Esquerra, ya que Puigdemont y JxCat pondrán toda su fuerza e imaginación, que no es poca, en cuestionar la voluntad y las convicciones independentistas de los republicanos. ¿El objetivo? Presentarlos ante el electorado como un partido político tibio, miedoso, que ha renunciado, que ha aceptado el statu quo y, además, es cómplice del PSOE. Un partido que ha reculado hasta el peix al cove y, en definitiva, que en el fondo ha renunciado al objetivo de la independencia. La palabra "traidores" colgará siempre como una espada de Damocles sobre los dirigentes republicanos.

Esta táctica por parte de JxCat no es nueva en absoluto, y encuentra su primer precedente en la elaboración del Estatut después desmantelado por el Tribunal Constitucional. Entonces, ERC formaba parte del primer gobierno tripartito, que, por decisión de Pasqual Maragall, se esforzaba por elaborar un texto nuevo y más ambicioso. Desde la oposición, CiU exigía ir más allá y hostigaba a ERC con todo tipo de reproches, cosa que inevitablemente acababa generando fuertes tensiones en el interior de un gobierno con mayoría del PSC.

Los primeros movimientos para desgastar ERC ya se han empezado a producir y suponen un buen indicador de por dónde irán las cosas. Un ejemplo es la exigencia de Puigdemont de que las elecciones se presenten como un plebiscito, añadiendo que si este plebiscito se gana (si el independentismo reúne más del 50 por ciento de los votos), se ponga de nuevo proa directamente hacia la independencia. JxCat, entre otras cosas —ya lo ha empezado a hacer—, reclamará una y otra vez que ERC renuncie públicamente a pactar en Catalunya con los comunes y con los socialistas. Es decir, que se comprometa a que la Generalitat seguirá teniendo un gobierno independentista. Etcétera.

Será muy interesante, pues, observar hasta qué punto ERC tiene la sangre fría y la solidez suficientes para mantener su discurso. Si plantará cara al pressing de Puigdemont y a los desafíos patrióticos que le lanzará JxCat, y, también, si saldrá adelante a la hora de poner en valor la importancia de un gobierno solvente, que gobierne bien, más allá del objetivo de una Catalunya libre.

Veremos, en resumen, si ERC aguanta y es capaz de defender con solvencia su estrategia realista frente a la oleada de emociones que Puigdemont y los suyos intentarán movilizar.