La crisis vivida estos días en torno a la situación de un grupo de inmigrantes en Badalona es solo la pequeña punta del iceberg de lo que pasa cuando no hay ningún control sobre los flujos migratorios, cuando se deja entrar a todo el mundo de manera absolutamente desordenada, cuando no hay ningún tipo de distinción entre la inmigración legal y la ilegal. Esta es la realidad de hoy en España, y Catalunya sufre doblemente las consecuencias al ser la autonomía que más migrantes irregulares recibe y al no tener competencias para hacer nada al respecto. Un caso que, más allá de la escenificación del partidismo con el que lo han tratado el alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, del PP, y el president de la Generalitat, Salvador Illa, del PSC, y con los Comuns de Josep Maria Asens metiendo baza, es la constatación de que no hacer frente al fenómeno migratorio se convierte cada vez en un problema más grave.
En este escenario convulso, que debería ser motivo de reflexión profunda y no un episodio más de politiquería, las fuerzas llamadas de izquierda, que han demonizado el debate sobre la inmigración con la excusa de que entrar en este terreno es hacerle el juego a la extrema derecha y comprarle el marco discursivo [ver Los catalanes (no) son de extrema derecha d’ElNacional.cat del 14-10-2025] harían bien en releer qué han dicho y qué han hecho sobre la cuestión dirigentes —ellos sí de izquierdas— que les han precedido en el tiempo. En lugar de rechazar hablar de un asunto que preocupa a la gente, y cada vez más, y de permitir que su silencio lo ocupen sin resistencia alguna los adversarios y, de manera muy especial, las fuerzas antiinmigración, estaría bien que tomaran nota de cuál era el comportamiento de miembros ilustres de este sector cuando la división ideológica entre derecha e izquierda todavía tenía políticamente un mínimo de sentido.
En Catalunya es, por ejemplo, el caso de Pasqual Maragall, militante destacado durante muchos años del PSC, que no tenía ningún recato en hablar abiertamente, cuando era necesario, de inmigración y de los retos que genera en la sociedad. Especialmente significativa en esta dirección es la intervención que en diciembre de 2003 realizó en el Parlament en el debate de investidura como president de la Generalitat, en respuesta a Joan Saura, entonces máximo dirigente de ICV, y en referencia al llamado plan de barrios que su gobierno pondría en marcha. El exalcalde de Barcelona, cuando no tenía un discurso escrito, acostumbraba a menudo a dejar frases colgadas y a ligarlas de forma poco ortodoxa y también, según cómo, a divagar, pero, aun así, el mensaje central de su relato se entendía. En la transcripción literal de aquella exposición que se reproduce a continuación, es necesario, pues, tener muy presentes todas estas consideraciones.
"Se ha hablado mucho en esta campaña, y antes de la campaña [la campaña electoral de las elecciones catalanas del 16 de noviembre de 2003], y se seguirá hablando, de los problemas que crea la inmigración. Y se ha hablado mucho de cuáles son las políticas que deberían solucionar el tema de la inmigración, y de controles de la inmigración, y de principios, y de derechos..., y que este es un país que debe defenderse y que debe tener la mano abierta, pero al mismo tiempo exigir de aquellos que vienen un montón de cosas. Todo esto está muy bien y me parece que en el terreno de la discusión de los valores es perfectamente legítimo. Pero todos estos problemas no tienen solución si no es en el campo real de la vida real de los barrios reales de las calles reales y de los pueblos donde esta química entre los inmigrantes y los autóctonos se produce".
"Ya podemos ir cantando excelencias de una cosa o de otra, ya podemos estar en contra o a favor, ya podemos tirar dinero a los problemas, como dicen los americanos. Si no estamos en condiciones de hacer que los barrios donde todo esto suceda con un dramatismo que otros no conocen (...). Otros barrios, por supuesto, no tienen este tipo de problemática y cuando piensan sobre eso piensan más en términos de valores que de realidades. Si no podemos hacer un esfuerzo extraordinariamente importante (...) en los treinta, cuarenta barrios de Catalunya donde esto se convierte en discriminación, donde esto se convierte no solo en discriminación de los que llegan, no, porque finalmente si llegan muchos serán los autóctonos los que se marcharán y los que acabarán discriminados serán los antiguos inquilinos que son tan pobres que no pueden huir. O porque son personas que tienen algún tipo de vínculos especiales o porque no tienen la fuerza ni para marcharse".
Queda claro que el 127.º president de la Generalitat no rehuía en absoluto el debate sobre la inmigración
"Pues a estos barrios nosotros pensamos dedicar el mayor de nuestros esfuerzos, porque sabemos que es aquí, es en las escuelas de estos barrios, es en las calles y en los bares y en los centros sociales de estos barrios donde se juega el futuro de este país, donde se juega el futuro de este país desde el punto de vista de su capacidad o no de integrar. Dejémonos de especulaciones librescas. Al fin y al cabo, lo que cuenta será esto (...). No es solo un problema de vivienda. Es un problema de que los barrios se mantengan, porque muchas veces la vivienda se degrada porque el barrio se ha empezado a degradar primero. Porque en esas escaleras hay unos cuantos nuevos y el valor de los pisos ha empezado a caer, y entonces la gente quiere vender y se encuentra en situaciones en las que alguien me ha dicho 'quise vender porque había dos inmigrantes que se habían metido en la escalera y cuando fui a vender por el precio que yo sabía que tenía mi piso me dijeron 'ya vale menos'. ¿Por qué? Y dice, porque tiene dos en la escalera'. De modo que estos procesos son de una rapidez espectacular, desgraciadamente espectacular, y hay que estar, antes de que se produzcan o en el momento en el que se empiezan a producir, con todos los instrumentos preparados para hacerlo".
Queda claro que el 127.º president de la Generalitat no rehuía en absoluto el debate sobre la inmigración. Al contrario, proponía afrontarlo de cara. Eso era a finales de 2003, hace veintidós años, cuando Catalunya tenía unos 6.900.000 habitantes. Había superado la cifra del mítico eslogan pujolista 'som 6 milions' y estaba a punto de alcanzar los 7 millones. Pasqual Maragall, primero como alcalde de Barcelona (1982-1997) y después como president de Catalunya (2003-2006), tuvo siempre el genio y la intuición de identificar las situaciones potencialmente problemáticas antes de que se convirtieran en irreversibles. En el caso de la inmigración, hizo lo mismo, hizo un diagnóstico correcto del panorama que se acercaba y señaló cómo había que empezar a actuar. La pega es que no se hizo entonces ni se hizo después ni se ha hecho ahora lo que él dijo que había que hacer —ojo, que estos izquierdistas de ahora no tengan la jeta de tacharlo también a él de xenófobo y de racista, como hacen con todos los que no comulgan con sus ruedas de molino— y la consecuencia es que el quebradero de cabeza, corregido y aumentado, está servido.
Veintidós años después, el país ha superado los 8 millones de habitantes y la Catalunya de los 10 millones que plantean algunos, basada en un crecimiento de la inmigración totalmente descontrolado —que es como ya se ha producido en estos últimos tiempos—, es del todo inasumible. Lo que de manera visionaria Pasqual Maragall pronosticó que pasaría, desgraciadamente se ha acabado cumpliendo, porque no se ha procedido como él preveía que se debía hacer. Veintidós años atrás, la izquierda hablaba de inmigración, cuando todavía se estaba a tiempo de resolver los primeros obstáculos que aparecían para evitar que un fenómeno entonces incipiente se convirtiera, como dice él mismo, en un problema. Pero la dimisión de responsabilidades de la izquierda lo ha hecho imposible y ha conducido a la situación —¿quizás de forma irreversible?— hasta aquí. Y Badalona es tan solo una pequeña muestra de ello.