La victoria, que llegará, contra el maldito Covid-19 es, como en cualquier guerra, acertar con la estrategia correcta. Y, como en cualquier guerra, el problema sanitario es un derivado, no el problema principal. Pensar que aplicando buenas estrategias de atención médica a los infectados se puede ganar la guerra contra el virus es tan equivocado como pensar que teniendo los mejores servicios médicos de campaña y millones de sanitarios se podía derrotar a Hitler. Los heridos y muertos de una pandemia son como los heridos y muertos de cualquier batalla: al enemigo no se le gana en los hospitales sino en la mesa de los estados mayores.

Y este ha sido, en gran medida, el error estratégico hasta el momento. Cabe decir que es disculpable, porque no hay nadie vivo que se hubiera enfrentado con un problema de esta magnitud contra un enemigo tan poderoso. Los precedentes, como la llamada gripe española (1918-1919) o la peste negra (1346-1353), eran poco más que terribles episodios congelados en los libros de historia. En un mundo de vacunas, escudo imbatible contra el enemigo sólo cuestionado por algunos irresponsables / chalados, nos parecía que una pandemia mortífera sólo pasaba en las películas de terror. Hemos descubierto, un poco tarde, que no es así: que tenemos el enemigo entre nosotros y que no tenemos escudos. Pues bien, mientras los científicos encuentran los escudos, que los encontrarán, tenemos que enfrentarnos esta guerra como lo que es: un problema de estrategia. Dejemos a nuestros héroes de campaña, los sanitarios, cuidar de los heridos. Pero concentrémonos también en hacer una guerra que no se ganará en los hospitales, sino en el campo de batalla: las casas y las calles. Los soldados de esta batalla somos, ni más ni menos, que todos nosotros.

Si todos los soldados no somos disciplinados, los caídos no serán nuestros hijos, como en las guerras, sino nuestros padres y abuelos

El enemigo es terriblemente poderoso y, por desgracia, invisible. Cuando matas a uno, ya tienes a tres más que te están rodeando. Y no ves por dónde llega hasta que ya lo tienes dentro. Pero tenemos una gran ventaja para nuestra guerra: este enemigo no tiene intenciones. Me refiero a que no es un ser vivo que nos quiera mal: es un agente infeccioso, un programa que nos necesita para propagarse. Y sabemos cómo funciona esta propagación. Es un problema matemático. Y pues (oh, sorpresa) los mejores consejeros para la estrategia son los matemáticos y físicos. Los médicos en los hospitales de campaña, los matemáticos en las mesas de decisión.

La batalla se juega en todos y cada uno de nosotros: el frente de batalla somos nosotros. El confinamiento tiene que ser el máximo posible. Sólo los servicios básicos tienen que poder tener la mínima movilidad necesaria. Cualquiera de nosotros puede ser víctima, pero sobre todo agente portador (y por lo tanto colaborador) del enemigo. Esta guerra sólo la ganaremos si todos nos concienciamos... Y para aquellos que no se conciencien las autoridades tienen que imponer la estrategia. Será una guerra larga y las buenas noticias tardarán en llegar. Todo lo que vaya en la dirección del máximo confinamiento tiene que ser aplaudido; todo lo que vaya en la dirección del "no es asunto mío" o la crítica fácil a las decisiones difíciles, supondrá una pérdida de tiempo y, por tanto, más bajas. Si todos los soldados no somos disciplinados, los caídos no serán nuestros hijos, como en las guerras, sino nuestros padres y abuelos. ¿Y tú, qué haces por la victoria?

Manel Sanromà, profesor de Matemática Aplicada de la Universitat Rovira i Virgili