Espero que me disculpe José Antich por apropiarme del verbo que usó en su artículo del viernes, pero es exactamente así: Pedro Sánchez ha aprobado sus presupuestos sin despeinarse. Y esta evidencia, que sin duda denota una habilidad considerable para moverse en aguas revueltas, también explicita de manera rotunda y cruel, lo baratos que han salido los votos catalanes.

Es el bajo precio catalán más ínfimo de la historia de la democracia española, hasta el punto que más que una negociación parece una rendición. No deja de ser sorprendente que aquellos que se pasaron décadas criticando las negociaciones de Convergència y Unió con PSOE y PP, incluso despreciando con vehemencia el famoso pacto del Majestic, se hayan convertido en unos convergentes de rebajas, una especie de spin off de una película que ya habíamos visto y que dábamos por caducada. Vistos los resultados de las varias veces que ERC ha tenido la posibilidad de conseguir acuerdos relevantes, vista la necesidad de sus votos por parte de Pedro Sánchez, solo hay una conclusión posible: los republicanos han regalado cada uno de estos momentos de oro, en un entreguismo tan gratuito, que resulta incomprensible. De alguna manera han incumplido un principio básico que todo negociador catalán tiene que conocer y practicar en su tira y afloja con el Estado: no demostrar debilidad sino fortaleza y nunca, en ningún caso, mostrarse servil. España es un Estado forjado con la mentalidad del conquistador, no del comerciante, de manera que no tiene aliados, sino súbditos. A diferencia de la nación catalana, de base fenicia, acostumbrada históricamente a los acuerdos comerciales y a la iniciativa privada, Castilla —base fundacional, no lo olvidemos, de la España actual—, siempre ha avanzado con el espíritu del señor feudal, instalado en su torre fortificada y pisando tierra conquistada con el caballo. España no nace del acuerdo, ni se ha forjado en el acuerdo, sino que de la imposición propia de la conquista y por eso tiende a despreciar aquellos que no le plantan cara. Mostrarse servil, derrotado y vulnerable nunca no ha implicado históricamente, para Catalunya, una mejor posición de negociación, ni le ha representado ningún tipo de respeto, sino, todo lo contrario, es cuando más se la ha humillado. Y aunque sea un término duro, no puedo evitar considerar que Esquerra Republicana se ha dejado humillar una vez y otra, en cada negociación fallida que ha firmado, porque siempre ha ido con la mentalidad del buen catalanito que desea gustar al poder central. Una ministra lo definió en unos términos lo bastante elocuentes: "ERC está en modo alfombra", y por eso, convertida en alfombra, la han pisado en cada negociación. Es el famoso cepillo de Tarradelllas que, en el caso republicano, ha llegado al paroxismo.

Esquerra Republicana se ha dejado humillar una vez y otra, en cada negociación fallida que ha firmado, porque siempre ha ido con la mentalidad del buen catalanito que desea gustar al poder central

¿Por qué motivo ERC ha cometido este error histórico de rebajarse hasta límites inimaginables, y más después de haber coprotagonizado una gesta heroica el Primero de Octubre? Sin duda es la pregunta del millón, y algunas de las posibles respuestas, vinculadas a la letra pequeña de la negociación de los indultos, resultan aterradoras, solo de pensarlas. En todo caso, es evidente que se han asustado y se han acobardado, y esta doble condición, que es comprensible en términos individuales, es del todo injustificable cuando motiva todo un proceso de desmovilización del movimiento independentista, siempre camuflado bajo el paraguas de una nueva estrategia de partido. Aquello de ampliar la base y el resto del cuento. En cualquier caso, la conclusión es la que nos han grabado a fuego durante estos tres siglos de régimen borbónico: rebajarse y mostrarse servil nunca no ha implicado conseguir más respeto y fuerza, sino más desprecio y futilidad. Por decirlo en reescritura de una frase histórica, si Roma no pagaba traidores, Madrid no paga vasallos.

En el otro lado del espejo, tenemos estos días dos ejemplos de la utilidad de presentar batalla y no dejarse humillar. Una es la lección de inteligencia estratégica —y de dignidad personal— que ha mostrado Josep Costa ante el juicio de la Mesa del Parlament. Costa ha aplicado un principio fundamental de la lucha nacional: no legitimar, con su actuación, la farsa de juicio político que habían fabricado. A diferencia del resto de miembros de la Mesa, que aceptaron la lógica represiva sin ninguna reacción, Costa recordó que la causa catalana es una lucha de derechos fundamentales enfrentada a la cultura represiva. Y ha sido el único de los encausados que ha preocupado de verdad al TSJC. Más allá de si lo condenan en una instancia superior, o se gana definitivamente, Costa ha dejado claro que aquello era una farsa, una mentira antidemocrática vestida de justicia, una simple y basta herramienta represiva.

El segundo ejemplo —que estos días ha vivido un capítulo clave en Luxemburgo— remite a toda la lucha judicial del exilio catalán, conducida por personas concretas, desde el president Puigdemont, Clara Ponstatí y Toni Comin, hasta el abogado Gonzalo Boye, pero planteada como una causa global. Como recordaba el mismo president, "no Es una lucha jurídica e individual, es política y colectiva". El exilio catalán ha plantado cara, ha mostrado fortaleza y firmeza y ha conseguido derrotar a España en instancias internacionales. Lejos de mostrarse asustado y servil, ha demostrado que se mantenía firme en las convicciones, fuerte en las razones y proactivo en la lucha. Y este lenguaje es el único que entiende España. Por eso Puigdemont es el enemigo a batir, pero también es el único líder a quien temen de verdad. Lo pueden odiar, pero no lo pueden humillar.

Al revés, aquellos que escogen la debilidad y la servidumbre en lugar de la firmeza y la determinación, solo consiguen la espalda cepillada, el bolsillo vacío y la dignidad por el suelo.