Lo que se ha venido a calificar de desbloqueo de un gran proyecto, la ampliación de El Prat, se ve como la luz verde a una iniciativa que estaba entretenida en los pasillos de la política. Una vez el president Illa ha anunciado el acuerdo entre la Generalitat, el Ministerio de Transportes y Aena, cuando todo parece bien encauzado para consumar la operación en 2033, querría dar un repaso de aspectos del proyecto que a criterio mío merecen luz ámbar y/o luz roja.
Recordemos que se plantea una inversión de 3.200 millones de euros en diferentes proyectos de ciudad aeroportuaria, terminales, el alargamiento de una pista hacia la Ricarda y el Remolar, etcétera, que tendría que permitir alcanzar la cifra de 75 millones de viajeros (55 millones actualmente), hacer 90 operaciones de aterrizaje o despegue en hora punta (recuperando lo que ya decía el plan director inicial del aeropuerto), ser un hub y tener más vuelos intercontinentales para facilitar la captación de talento y de inversiones extranjeras, entre otras cosas.
Deslumbrados por la magnitud de la inversión y por la promesa de puestos de trabajo durante la construcción y después en la operativa normal, las reacciones han sido de un entusiasmo bastante generalizado por parte de los partidos, que cuando oyen la palabra inversión y puestos de trabajo son capaces de firmar lo que sea. También ha sido entusiasta la reacción tanto de los agentes económicos y sociales no relacionados con el proyecto (patronales, sindicatos, cámaras, colegios profesionales, etc.) como de aquellas organizaciones y empresas que se beneficiarán, sea directamente (constructoras, ingenierías, etcétera) o indirectamente (hostelería, restauración...). Nadie habla de Aena, que es el principal interesado en el proyecto...
Más allá de los intereses, choca constatar que poca gente se detenga a pensar en una pregunta que parece previa a todo ello: ¿hay que tener un aeropuerto mayor que el actual, con más capacidad? Que esta pregunta no se la haga Aena y los interesados directos e indirectos es comprensible, pero que no se la haga una parte del estamento político, que puede dar luz verde o luz roja, no lo es tanto. No pretendo responderla en este artículo, sino que solo querría aportar a los defensores de la ampliación algunas cuestiones que creo que tendrían que incorporar en su cuerpo de razonamientos y posicionamientos favorables a tener un gran aeropuerto como el que se propone.
La primera duda viene de que El Prat ya tiene más de cincuenta conexiones intercontinentales directas, de las que se realizan con grandes aeronaves, un argumento utilizado para justificar la petición del alargamiento de la pista corta que toca al mar. Lo que pasa es que se quieren hacer con más destinos y más frecuencias, sin molestar más que ahora a los vecinos de Castelldefels y Gavà Mar.
El segundo es el argumento genérico y atractivo que, ampliando el aeropuerto mejorará la competitividad de la economía catalana. No lo querría poner en duda, pero haría falta una pizca más de precisión sobre en qué, cómo y en cuánto mejoraría la posición competitiva actual en una economía tan globalizada como la que tenemos.
El tercero es que Barcelona no es un destino que tenga ventajas especiales en el mundo de los negocios, porque estos tienen preferencia clara y fundamentada por Madrid, donde está el poder político y económico del Estado, y donde, por cierto, ya existe una telaraña de conexiones intercontinentales. El mundo del business por la vía aeroportuaria se impulsaría, en su caso, si fuéramos un Estado y no una región.
El cuarto es el argumento de la captación de talento. Se tendría que demostrar que la captación depende de conexiones intercontinentales directas y explicar en qué mejoraría la presencia de talento extranjero que ya tenemos ahora, con el aeropuerto actual. Eso sin contar con que no hubiera un efecto perverso, como el fortalecimiento de la fuga de talento catalán que se va fuera.
¿Qué vendrían a hacer los 20 millones de viajeros adicionales que se pretenden conseguir?
El quinto punto es preguntar quiénes son y qué vendrían a hacer los 20 millones de viajeros adicionales que se pretenden conseguir. Con la especialización de El Prat en low cost y con el atractivo de Barcelona (una ciudad donde parece que “todo vale”), la sombra de la profundización del turismo de masas es muy alargada. Es cierto que este tipo de turismo se puede limitar por otras vías, pero es contradictorio alimentar una bestia que después tienes que someter a dieta.
El sexto punto argumental de los partidarios de ampliar es que El Prat será un hub intercontinental. Alguien tendría que responder si hay posibilidades de serlo teniendo presente que Madrid, que está a cuatro pasos en términos de distancias aeronáuticas, ya lo es; mucho me temo que la respuesta es no. El Prat se ha especializado en low cost y no tiene compañías de bandera que tengan su sede allí, sea principal o secundaria, factores críticos para la función de hub.
Hay otros puntos no económicos tanto o más importantes que los anteriores que se tendrían que poner sobre la mesa de la euforia por la ampliación, como la invasión de un espacio protegido, incluido en la red europea Natura 2000, o si tiene sentido potenciar un sector altamente contribuidor al calentamiento global. Sin embargo, a pesar de los puntos anteriores, lo que más me sorprende es que la Generalitat, el Ministerio de Transporte y Aena hayan pactado sacar adelante la ampliación sin haberse realizado un análisis amplio, riguroso e independiente de los costes y beneficios que comportaría la ampliación. Y todavía más, que la Generalitat no haya analizado como esta ampliación afectaría al modelo económico de un país con un grave problema de turismo de masas.
Por el momento, en ausencia de respuesta de todos los puntos anteriores, me quedo con la impresión de que el Govern de Catalunya se ha puesto al servicio de un proyecto que tiene como principal impulsor y beneficiario una empresa pública que no piensa en el interés general, sino en el interés del 49% de su capital, que está en manos de inversores privados, grandes beneficiarios de la ampliación. Y solo por eso ya sería necesario, no una luz verde, sino de momento roja.