1. Y SIN EMBARGO, FUERTES. La pasada semana acabó con polémica. El anuncio de la reforma del Código Penal para sustituir el delito de sedición por otro igualmente pernicioso, tapó la presentación que el Centro de Estudios de Opinión (CEO) hizo del Barómetro de Opinión Pública (BOP) de este final de año. Jordi Muñoz, el director designado por Esquerra, ha introducido nuevos criterios para elaborar y valorar el actual barómetro que no siempre aportan más argumentos para medir el estado de la opinión pública y sus efectos en las actitudes políticas. Por ejemplo, ofrece una estimación electoral, pero no explicita qué participación prevé en las próximas elecciones. Uno de los aspectos más destacados de este nuevo BOP es la resiliencia del debate nacional y cómo la cuestión de la relación con el Estado sigue muy viva. El dato que lo demuestra es que, a pesar de la represión, el acoso mediático y la desunión sectaria, el independentismo tiene todavía hoy en día un aval del 42 %. Me parece un tanto por ciento extraordinario atendiendo a las circunstancias, como también los es el 8 % de indecisos. Esto quiere decir que, independientemente de la vía que cada grupo tenga para resolver el pleito, un porcentaje elevadísimo de ciudadanos de Catalunya quiere separarse de España. La estabilidad del mapa político que plantea el BOP es, en realidad, la constatación de una estabilidad inestable. Postiza.

Cantar victoria porque el 50 % de los encuestados se manifiesta contrario a la independencia, no elimina el conflicto. Quizás lo maquilla y tranquiliza a quien querría cubrir con una capa de cemento la realidad. Cuando se pregunta cuál es el principal problema de Catalunya, “las relaciones Catalunya-España” es el tercero más citado (con un 10 % de menciones), por encima del paro, de la inseguridad ciudadana y de otras muchas cuestiones. Al catalanismo también se lo dio por muerto en otras épocas críticas, especialmente después de 1939, pero, mira por dónde, supo resistir y en 1976, en Sant Boi, resurgió con fuerza. Además, el BOP deja claro que los partidos llamados independentistas, al margen de que un partido reciba más apoyo que otro, conservan su fuerza. Eso sí, sin ampliar la base. Al contrario, según el BOP, se ha reducido la simpatía hacia los partidos independentistas, hasta el punto de que un 27,6 % de los votantes de ERC, un 29,6 % de los votantes de Junts y un 20,7 % de los votantes de la CUP declaran no sentir simpatía alguna por ningún partido político. Estos datos apuntan a un posible aumento de la abstención por un evidente desgaste de los partidos protagonistas del procés, pero, también, porque la insatisfacción con la política es el segundo problema (con un 18 %) que mencionan los encuestados. Los ciudadanos y los políticos —y los periodistas que se erigen en sus portavoces— viven en dimensiones diferentes.

2. DOS BLOQUES ELECTORALES. Nos negamos a aceptarlo, si bien el fenómeno es evidente y granítico. En Catalunya hay dos bloques electorales muy definidos, el españolista y el independentista, que tienen una transferencia de votos entre ellos muy baja o prácticamente inexistente. Por lo tanto, la transferencia de votos es intrabloques más que interbloques. Si este sistema de partidos dualístico se consolida, podría replicar en Catalunya el dualismo que ya existe en Irlanda del Norte o en Bélgica. Muchos analistas esquivan la cuestión para evitar llegar a unas conclusiones que, según cómo se mire, podrían ser desagradables y echarían por tierra la idea de que los catalanes “somos un solo pueblo”. Ya hace tiempo que sabemos que los orígenes de los votantes —la mezcla o no de raíces culturales y lingüísticas, catalanas y foráneas— condicionan su posición respecto de la independencia de Catalunya. Aun así, esta dualidad electoral es tan cierta como lo es el hecho de que el independentismo también se nutre —y debería nutrirse todavía más si quiere obtener una mayoría incontestable y permanente— de votantes de orígenes y lengua no catalanas. Si bien para algunas personas esto es una demostración de debilidad del movimiento independentista, para otras, entre las que me incluyo, es la única opción para superar las fronteras estrictamente etnolingüísticas. En el BOP que se acaba de presentar se constata, además, que la transferencia de voto entre el independentismo y el españolismo es baja. Solo un 2,7 % de antiguos votantes de ERC y un 2,2 % de votantes de Junts afirman que ahora votarían al PSC. La porosidad entre las dos grandes tendencias políticas es mínima. A pesar de que la bajada de Cs ayudaría al PP a recuperarse, aunque no sé si tanto como augura el BOP, los socialistas, que tienen un electorado bastante fiel, son los que más se beneficiarán de la transferencia del voto españolista: recibiría un 9,5 % de antiguos votantes de Cs, un 5,6 % del PP, un 5,1 % de los Comunes y un 2,8 % de Vox.

Si en 2017 el voto españolista se concentró en Cs, al margen de consideraciones ideológicas, ahora se guarecerá bajo el paraguas del PSC, también sin ningún escrúpulo ideológico. La olla ideológica revuelta fortalece al españolismo. El independentismo, en cambio, la rehúsa porque con la excusa del purismo ideológico pone barreras a la unidad. Los socialistas, además, también se beneficiarían de un 18 % de votos recuperados de la abstención. El españolismo está movilizado y se siente victorioso, mientras que el independentismo no ha digerido nada bien lo que ocurrió después de 2017. La frustración impacta sobre la intención de voto, pero los partidos independentistas se alimentan de votos independentistas y no suman un electorado nuevo. De entre los anteriores votantes de ERC, un 4,9 % declara que ahora votaría a Junts y un 2,5 % a la CUP. De entre los votantes de Junts, un 5,6 % se decanta por votar a ERC y otro 5,6 % a la CUP. Finalmente, un 6,5 % de los votantes de la CUP del 14-F ahora votaría a ERC y un 2,2 % se decantaría por Junts. Votos que van y vienen y se neutralizan, si bien por el camino se pueden perder hacia la abstención. Este baile de cifras muestra la impermeabilidad entre el españolismo y el independentismo, si no es que se abandona, como ocurre con algunos votantes de ERC, lo que define a cada espacio político. Estar medio embarazado es imposible. O se está embarazada o no se está, como se es unionista o bien independentista. No se puede ser las dos cosas al mismo tiempo.

3. UNA OPA HOSTIL. Uno de los datos más significativos de esta tercera y última oleada del BOP de este año es la constatación que el 42 % (qué coincidencia, ¿verdad?) de los votantes de ERC no son independentistas. Teniendo en cuenta que la muestra no prevé que los republicanos aumenten el apoyo electoral que tienen ahora, aunque puedan mantener la segunda la posición en el Parlamento, es realmente chocante que solo un 58,2 % de los votantes de ERC respondan “un Estado independiente” a la pregunta “cómo cree que tendría que ser la relación entre Catalunya y España?”. Esquerra avanza como los cangrejos. Hace algo más de treinta años que Enric Company titulaba su cónica del 21 de noviembre de 1989 para El País con una contunde afirmación: “Independentistas radicales se hacen con el control de Esquerra Republicana”. Esos “radicales” eran Àngel Colom y Josep-Lluís Carod-Rovira, dos dirigentes históricos de la izquierda independentista. Oriol Junqueras, que tardó años en afiliarse a ERC, lo hizo en 2010 y lo anunció con un artículo breve, más emocional que político, publicado en El Punt el día de Navidad. Junqueras ya era eurodiputado por los republicanos y dio el paso porque en ese momento ERC sufría los efectos de una resaca catastrófica a raíz del fracaso del tripartito presidido por José Montilla. Fue precisamente entonces cuando Junqueras vio la oportunidad para deshacerse de lo que quedaba de una dirección republicana en crisis. Fue llegar y besar el santo.

A Junqueras se le está poniendo cara de Joan Hortalà, el dirigente de ERC que derrotaron Colom y Carod-Rovira, en vez de Francesc Macià. Junqueras está revirtiendo la trayectoria independentista de las últimas tres décadas con la apuesta por apuntalar la izquierda española y pactar con el PSOE soluciones unilaterales, en clave regeneracionista española y en ningún caso independentista, como la supuesta mejora del Código Penal, cuyo único objetivo es acabar con una anomalía llamada Carles Puigdemont y laminar el derecho de protesta. La obstinación de los republicanos por combatir a Junts per Catalunya, como también al revés, de Junts contra Esquerra, provoca que aumente el desencanto de los votantes independentistas y debilita el movimiento de emancipación nacional. La mayoría de los medios han destacado con una alegría nada disimulada que Junts perdería apoyo electoral. Doy por bueno que tal vez será así. No obstante, también es cierto que el 88,8 % de los votantes de Junts son declaradamente independentistas. Esto tendría que llevar a reflexionar a los dirigentes de Junts sobre cómo aprovechar la oportunidad de convertirse en el partido de referencia del independentismo y cómo actuar para plantear una verdadera OPA hostil a las bases electorales republicanas que desean la independencia y que discrepan del aplazamiento sine die que ha decretado la actual dirección de ERC. Lo que hace falta es que Borràs y Turull pongan orden —mucho orden, diría yo— interno y se dejen de tanta batallita para hacer creíble y coherente —muy coherente— la estrategia de resistencia con la que culminar lo que una mayoría de catalanes quería en octubre de 2017.