Una de las mejores experiencias que nos ha regalado la victoria de Donald Trump en Estados Unidos ha sido la gracia de admirar de nuevo la relación eminentemente cínica que la mayoría de catalanes tienen con la democracia, un sistema que únicamente creen saludable cuando les da la razón. Hace dos años, cuando celebramos el 9-N, la red estaba llena de fotografías de abuelitos y longevas que acudían a votar, y así uno podía ver como todos los jóvenes del país estaban encantadísimos admirando a sus ancianos mientras ejercían el voto, algunos de los cuales hasta habían abandonado una sala de hospital para dar el sí-sí a la tribu antes de morir. Pero con Trump y América, estos mismos veteranos de la senectud se han convertido en una gente tremendamente radical y conservadora, en unos viejunos ignorantes que votan al candidato de la tele porque, pobrecitos, son casi retardados mentales.  

Con Trump y América, estos mismos veteranos de la senectud se han convertido en una gente tremendamente radical y conservadora

El independentismo se ha hecho fuerte básicamente en las provincias y es justo recordar que el movimiento de las consultas que culminó en Barcelona se forjó antes en Arenys y después en Osona. En aquellos tiempos, la ciudad vivía adormitada y se creía oportuno elogiar a los valientes de pueblo que –ya se sabe, diríamos en el Eixample– son tipos auténticos, de los que te puedes fiar y que no tienen mucho que perder. Pues bien, los personajes de todo este elogio de la vida rural, con Trump, se convirtieron, por arte de magia, en una panda de seres de escasa complejidad racional, en estúpidos cabezudos de Nebraska que osaron votar al partido republicano, lo que, para los redactores de TV3, les convierte en fundamentalistas religiosos que viven obsesionados con tener pistolas para disparar al primero que pase. La provincia era fantástica cuando votábamos la independencia, pero –ya se sabe– los americanos del interior son todos una caterva de tontos indocumentados.

La provincia era fantástica cuando votábamos la independencia, pero –ya se sabe– los americanos del interior son todos una caterva de tontos indocumentados

La democracia se define justamente por no desmerecer la opinión contraria a tus deseos y muchos independentistas hacen el ridículo y resultan mucho más radicales que el votante medio de Trump cuando enaltecen el arte de votar en libertad solamente para defender la propia visión del mundo. La democracia no es la revolución de las sonrisas, sino aceptar que triunfe aquello que no quieres. ¡Panda de cínicos!