Siempre he destacado una diferencia sustancial entre el valiente "Ho tornarem a fer” proclamado por Jordi Cuixart ante el Tribunal Supremo que lo juzgaba y el "Ho tornarem a fer" posterior de políticos en activo. Básicamente porque entiendo lo que dice Cuixart y no tanto lo que dicen algunos responsables institucionales.

Cuixart dice que lo volveremos a hacer porque no ha hecho nada que merezca condena de ningún tipo y no piensa renunciar a pesar de una sentencia injusta como las que encarcelaron a tanto y tantos luchadores por causas nobles: Mandela, Ghandi, etc. La lucha por las libertades no se acaba nunca, ni aquí ni en la China Popular. Movilizarse contra la injusticia, contra el atropello de derechos fundamentales, contra la discriminación, contra la explotación es un derecho que algunas personas heroicamente comprometidas lo toman como una obligación.

En cambio, cuando dirigentes políticos e institucionales, es decir no activistas sino los encargados de dirigir el país, proclaman que lo volverán a hacer, habida cuenta los antecedentes, deberían concretar exactamente a qué se refieren porque es de suponer que no querrán hacer lo mismo que dio como resultado exilio, cárcel y pérdida de autogobierno.

En todo caso, constatando que con el pretexto de la crisis las instituciones españolas han acentuado la represión y la recentralización, activistas por un lado y responsables políticos por otro deberán reflexionar cómo gestionar el conflicto en la nueva situación. Todo el mundo es consciente de que la crisis sanitaria, política y económica que estamos sufriendo tendrá secuelas que a muchos sectores de la sociedad les situará nuevamente en la obligación por interés propio y por solidaridad de protestar contra los poderes y los poderosos, porque como siempre ha pasado, las élites privilegiadas intentarán por todos los medios defender su hegemonía.

 La recentralización que ha comportado el estado de alarma es una primera demostración de quien piensa ante todo en defender su poder. Pedro Sánchez preside el gobierno de composición teóricamente más progresista imaginable en la España de hoy. Sin embargo, sus decisiones (y también las indecisiones) tienen más que ver con las imposiciones de los poderes fácticos del Estado, que tienen razones para sentirse más amenazados que nunca.

Hace tiempo encontré un texto de Karl Marx y lo archivé porque me hizo pensar. Entre otras cosas decía: "Si bien Inglaterra es el baluarte de los grandes propietarios de tierra y del capitalismo europeo, el único punto en el que se le puede asestar un duro golpe a la Inglaterra oficial es Irlanda... Si cae Irlanda caerá también Inglaterra... El sistema inglés, además de perder una fuente importante de sus riquezas, se verá privado también de la fuente más importante de su fuerza moral como representante de la dominación de Inglaterra sobre Irlanda".

El campo de batalla es el ciberespacio, así que habrá que aprovechar las nuevas circunstancias y el cambio de terreno de juego. Después de reclutar a epidemiólogos e investigadores, serán necesarios especialistas en ciberactivismo y cibersubversión para hacer la revolución de los 'cibersomriures'

Hasta ahora, la causa soberanista catalana se había especializado en manifestaciones y protestas multitudinarias. Sin embargo, la "nueva normalidad" que nos encontraremos cuando la pandemia apacigüe nos obligará a mantener el distanciamiento social, así que el ejercicio de los derechos de reunión y manifestación se verán, de hecho ya se ven, alterados. Y con una tasa de paro superior al 20% y la desaparición de miles de pequeñas y medianas empresas, las desigualdades llevarán inexorablemente a un estallido social.

Esto significa que se multiplicarán las causas nobles a defender, que no será posible defender una y olvidar la otra y que las calles ya no serán nuestras. Ni nuestras, ni de la policía, ni del ejército. El campo de batalla es el ciberespacio.

Volvemos a situarnos, pues, ante el mito de la caverna. Encadenados sin poder movernos de sitio, observaremos unas figuras proyectadas que confundiremos con nuestra realidad, si no hay nadie que sepa aprovechar las nuevas circunstancias y el cambio de terreno de juego. Después de reclutar a epidemiólogos e investigadores, serán necesarios especialistas en ciberactivismo y cibersubversión para hacer la revolución de los cibersomriures.