Me apropio del postulado de la añorada Montserrat Roig para encarar una semana absolutamente clave para nuestro futuro. Las elecciones de este jueves nos sitúan en una encrucijada que pide de todos nosotros una determinación máxima. Pero no solo eso: también hacen falta conocimiento y firmeza porque todo lo que nos jugamos es fundamental. Son nuestras libertades, es nuestro futuro lo que tenemos que ganar de forma colectiva. Quizás porque lo vivimos de muy cerca, en primera persona (el aliento de la amenaza y el miedo, que nunca tienen que ser parámetros vinculantes) nos hemos conjurado a fin de que Junts per Catalunya sea una candidatura transversal, integradora y que entiende la cultura como un motor de libertad y de construcción potentísimo.

Pero ¿cómo la queremos, esta cultura? ¿De pensamiento único? ¿Cómoda? ¿Intervenida o, igualmente nocivo, intervencionista? Añorado como estoy por el hecho de no poder vivir estos momentos decisivos físicamente cerca del potentísimo sector cultural de nuestro país, que es transversal, que es integrador, que se explica desde la diversidad y la capacidad de regeneración, de innovación, de revisión de sus propios cimientos, me pregunto: ¿qué es aquello que nos hace punteros, que nos universaliza, que nos proyecta en el mundo? En la respuesta encontraríamos una mezcla de factores entre los que está nuestro espíritu de querer ser —y de querer seguir siendo.

Los grandes genios de la cultura de todos los tiempos han ejercido su singularidad de forma desacomplejada y hasta cierto punto han mostrado una rebeldía contra la ortodoxia que explica su triunfo. La mayoría de los grandes creadores han sido, en este sentido, revolucionarios. Y no me refiero al ejercicio de la extravagancia, sino a la determinación de aquel que se sabe legitimado por coherente, por comprometido. ¿Y qué rol tenemos que tener, en este contexto, las administraciones públicas? Sin duda, el de acompañamiento, el de generar las mejores condiciones posibles a fin de que los artistas y los creadores, en un sentido amplio del término, puedan desarrollar su tarea de forma libre y, si hace falta, profunda.

Estaremos de acuerdo en que la rareza de la campaña que nos ocupa no nos ha permitido debatir a fondo sobre modelos culturales de presente y sobre todo de futuro. Tiempo habrá, estoy seguro, porque ahora lo más importante es ganar esta libertad fundamental para el pleno ejercicio de nuestra condición como ciudadanos de pleno derecho en el siglo XXI. No obstante, agradezco esta ventana para apuntar algunos aspectos que para mí son el meollo del programa cultural de la candidatura que encabeza el presidente Puigdemont. Por ejemplo, las garantías para el acceso a la cultura en igualdad de condiciones desde cualquier punto del país (amamos a nuestras capitales pero no olvidamos la fortaleza de un territorio maravillosamente diverso). O la inversión de hasta 100 euros anuales por habitante destinados a la cultura o la regulación de un marco óptimo para el correcto ejercicio de la actividad de los profesionales de la cultura (eso es el desarrollo del Estatuto del artista)...

Impregnar de cultura, con cultura, a todos y cada uno de los estratos de nuestra cotidianidad: en la escuela, con los amigos, en las familias. Convertir la cultura en algo necesario, estructural, imprescindible. Consumir foránea y exportar la propia. Son voluntades, sí, pero no solo: son objetivos a medio plazo y son posibles.

 

Lluís Puig i Gordi, conseller de Cultura