Quedé con un exnovio de cuando tenía veinte para ver cómo he cambiado y para poder hacer este artículo. Trabajo de campo, lo llaman algunos; para mí, simplemente, se trata de revisar la historia con otro filtro. Y que hace veinte años exigíamos unas cosas, y ahora solo pedimos normalidad, que ya es mucho.

—A las mujeres os gustan los malotes —me dice, sin ningún tipo de remordimiento.

—No, a mí ya no. Me gustan solo las buenas personas.

—No, qué va, sois tan inseguras y presumidas que os encantan cuando no os hacen caso…

—En eso te doy un poco la razón, pero las hay que evolucionamos…

Encuentro que hay hombres de cincuenta para arriba que se han quedado con unas maneras muy antiguas de ligar. Sí, hablo de esos machos no deconstruidos que siguen siendo niños caprichosos que no quieren responsabilizarse de nada. Los mismos que lo apuestan todo al físico. Y recordemos que los guapos no se esfuerzan, y que los hombres feministas nos resultan cada vez más sexis. La razón es que prefieres a alguien con quien compartir las cargas mentales, que ver unos buenos abdominales. Hombres de una generación que ya necesitan la pastillita azul, pero que, como no quieren nada que pueda hacer ni un poquitín de sombra a su hipermasculinidad, dicen que no la necesitan. Después, cuando les intentes poner un condón, verás que sí. Y parte de su poco encanto es que les gusta el riesgo de contagiarse y contagiar enfermedades sexuales. Tenían más juicio antes, cuando podían dejar embarazadas a las mujeres, que ahora.

—Hombre, no soy tonto —me dice un amigo cuando le pregunto si sigue poniéndole los cuernos a su señora.

—Ya trato de ir con buenas niñas.

Eso de niñas, espero que se refiera a mujeres más jóvenes. Si después de medio siglo todavía te tengo que explicar, como si fueras un adolescente, que quizás esta "buena chavala mayor de edad" ha estado con alguien como tú que no era tan fiel, la verdad es que no acabaría nunca. Hay gente como Trump que no cambiará y lo único que podemos hacer es rezar para que su papel pierda empuje. Esto también va por los gays de 47 años que creen que pueden presumir de tener parejas de 24. De esos que tienen que sentirse constantemente admirados y pocos cuestionados. Y que a mí me dan más que mucha pereza y pavor. Y pena de que solo aspiren a ser unos sugar daddy en la vida para no quedarse solos con sus manías.

Encuentro que hay hombres de cincuenta para arriba que se han quedado con unas maneras muy antiguas de ligar

Me encontré en una fiesta por la ciudad —al más puro estilo wines and the city— a otro hombre que me había gustado bastante en el pasado. En su momento, era muy interesante, muy reconocido en su trabajo, un gran soltero de oro y un hombre eminentemente atractivo.

—Estás muy buena —dice, pensando que, como ya no te lo dicen tanto, con esta frase vas a caer de cuatro patas—. Tú y yo todavía tenemos algo pendiente —me dice, en cuanto mi pareja se da la vuelta, sin ningún tipo de elegancia.

—Tengo pareja —le contesto y se la señalo.

Y me dice que para él no supone ningún problema. Supongo que, tan emborrachado de su ego, ha sido incapaz de ver cómo ha cambiado la realidad que lo rodea. Y no le hace falta, porque prefiere seguir en otra época, en la que las mujeres le hacían caso, se derretían con esta mierda de comentarios, no se habían empoderado e iban mendigando su tiempo. De los creadores del "estudias o trabajas" (pues ya no pueden utilizar eso del "¿tienes fuego?" o "¿me das la hora?"), llegan los seductores paternalistas del "¿señora o señorita?". Una manera antigua de ligar que resulta más patética que nunca. Sí, hay señoros que no cambian; por suerte, nuestra percepción sobre ellos sí.

Porque las cosas se hacen por amor o, precisamente, por no amor hacia uno mismo o hacia los demás. Y más que el vestido de la venganza, la mejor venganza es el éxito. Que es estar donde tú quieres con quien quieres. No se trata de verlo con otras mujeres (que, por un lado, ya ni duele), sino que él te ve convertida en otra persona. A veces, ganar consiste en tener más calma. Hay buenas personas que no son buenas parejas. Nadie es perfecto. Lo sabemos al mirar a nuestros padres, hermanos o algunos de nuestros conocidos que podrían parecer ideales. Habría que inventar un tipo de renting también con las relaciones románticas. Porque ha sido un placer coincidir en un periodo vital, pero no te compro el "para siempre". Esto es lo que te repites mientras no eres ni capaz de cruzar la acera para saludar a aquel con el que perdiste la virginidad. No vaya a ser que estropee el recuerdo siendo un señoro.