El próximo lunes, si no hay ninguna novedad, el Govern de la Generalitat, ciento diez organizaciones y los agentes sociales firmarán el Pacto por la Reforma Horaria. Si una realidad se ha impuesto en los últimos años en la agenda social, es la insostenibilidad de nuestros ritmos de vida. Famosa es una campaña de hace unos quince años que tenía como lema "A las seis en casa". Lo que entonces pareció una salida de tono, con el paso de los años ha demostrado que sólo poniendo los temas de una forma comprensible, la gente se los hace suyos y acaban incardinándose a la sociedad como algo insoslayable.

Como pasa en todos los debates, este ha ido evolucionando e incluso confundiéndose. Empezamos hablando de conciliación de la vida laboral y familiar. A este fenómeno se le unió la conciliación de la vida personal. Y muchas veces se ha obviado que la mayoría de la sociedad afronta este debate desde puntos de inicio muy diferentes. Porque no es lo mismo el punto de partida de las mujeres que el de los hombres. Como tampoco lo es el de quien trabaja en la industria que el de quien trabaja en la función publica. Ni el de quien trabaja en el teatro o en las urgencias médicas. Es por eso que hace falta un pacto global entre la sociedad que nos ayude a recuperar las dos horas que tenemos de desfase con Europa. Y este hecho no puede comportar que unos sectores vayan en detrimento de otros. Hay que hablar de racionalización horaria en el trabajo, es verdad, pero también en la educación, en el ocio, en los servicios públicos, etc., etc.

Si los principios son diferentes, también lo son los momentos sociales. Es verdad que un grupo de activistas ha puesto el foco ante esta problemática. Todos hemos asumido que hay que resincronizar los tiempos, pero el momento, seguramente, no es el más óptimo. Las últimas reformas laborales han abierto la puerta a la distribución irregular de la jornada. Es decir, la posibilidad de distribuirla hasta un 10% sin acuerdo de manera unilateral por parte del empresario. Si alguna esperanza de cambio —aparte de los pactos institucionales— tiene la reforma horaria, viene dada por los acuerdos de flexibilidad de la jornada alcanzados a través de la negociación colectiva. Favoreciendo medidas como la compactación de la jornada y pactando la flexibilidad, o bien recortando, en los casos donde sea posible, la presencialidad. Parece que las partes implicadas —patronales y sindicatos— están dispuestas a trabajar y ya han llegado a algunos acuerdos globales tanto en el Consejo de Relaciones Laborales como al CTESC.

Seguramente, para sincronizarnos con Europa, necesitaremos un tiempo de transición. No lo haremos de un día para el otro. Pero es imprescindible que las administraciones públicas prediquen con el ejemplo

Y también hay que decir que este país es muy injusto. En el momento que determinamos que necesitamos cambios, el Govern nos propone una nueva ley del comercio, con más horas de abertura. Eso iría contra el concepto de reforma horaria que estamos hablando. La pregunta es: ¿son ciudadanía de segunda y no tienen derechos, ellos? Supongo que sí. El Govern tendría que recapacitar, y nosotros como personas consumidoras, también. ¿Hay que ir a comprar un domingo?

Seguramente, para sincronizarnos con Europa, necesitaremos un tiempo de transición. No lo haremos de un día para el otro. Pero es imprescindible que las administraciones públicas prediquen con el ejemplo. Abriendo y cerrando servicios en horarios racionales —siempre que no vayan ligados a urgencias y emergencias— y que sus propios trabajadores y trabajadoras puedan dar ejemplo. Igual que tienen que dar ejemplo los medios de comunicación públicos. Algunos programas televisivos son sencillamente anti-racionales con respecto a los horarios.

Y es evidente que este futuro pacto por el tiempo tiene que tener un valor añadido. Tiene que ir acompañado de más corresponsabilidad entre hombres y mujeres. Si racionalizamos los horarios, si apostamos por poder vivir mejor, este hecho tiene que revertir en toda la sociedad. Malo si lo que hace es seguir haciendo recaer la responsabilidad de los cuidados y el hogar en las mujeres.

Escribo este artículo desde Essen. Una de las capitales de las empresas siderometalúrgicas de Alemania. La persona con quien he quedado para cenar me recogerá en el hotel a las siete. Cenaremos a las siete y media. En Catalunya normalmente saldría del trabajo a esta hora. Tardaría una hora en volver a casa y todavía iría a hacer deporte antes de cenar. Sencillamente, agotador. Pero culturalmente normal.

Tenemos que resituar la vida en el centro de las personas, y no el trabajo.

Es obvio que, a pesar de las dificultades expresadas, el Govern, las organizaciones y los agentes que el lunes firmarán el pacto tienen que mover ficha. Hace falta que envíen una señal inequívoca de que el tiempo es finito, y que la organización que hacemos aquí es absolutamente irracional. Es necesario resincronizarnos para ser felices y hacer felices a los otros. Eso sí, sin ciudadanos de primera y de segunda.