Las detenciones del 20-S ya forman parte de nuestra historia. La estrategia de la represión política en Catalunya nos obliga a hacer una retrospectiva del uso de este instrumento del poder para frenar las disidencias. Porque los quince detenidos, desengañémonos, forman parte de un contexto general de represión que empezó hace muchos años, y que el franquismo tendría que haber liquidado. La represión actual como expresión contradictoria del sistema mismo tiene antecedentes. Y desgraciadamente, muchas veces nos hemos puesto de perfil, pensando en una democracia cómoda y nos hemos olvidado de que hay que salir a defender cada día aquello que nos pertenece como ciudadanos y ciudadanas. Porque la historia nos habla de desobediencias y disidencias, que nos han hecho a todos, en el conjunto, un poco mejores.

En la década de los noventa, objetores e insumisos al servicio militar y a la prestación social sustitutoria fueron perseguidos y duramente represaliados, con castigos de prisión, incomunicación y aislamiento durante años enteros. Ellos nos mostraron la perseverancia que hace falta para oponerse a las legalidades ilegítimas. Hoy, si estamos donde estamos, es porque aquellos jóvenes desafiaron leyes injustas

Al sindicalismo ya hace años que le cuestionan constantemente el derecho de huelga, una libertad pública reconocida legalmente desde la transición. No olvidemos el juicio político a Isma y Dani, detenidos por participar en 2012 en la huelga general del 29-M y la pesadilla que vivieron durante tres años hasta que fueron absueltos. Ha habido momentos en que el movimiento sindical ha tenido más de 300 encausados por participar en piquetes, algunos con fiscales pidiéndoles 7 años de prisión. Y los sindicatos también han sido testigos de la entrada en sus locales sin orden judicial. Después de lo que hemos visto estos días, ¿quién les garantiza que cuando quieran convocar una huelga general, no pararán las imprentas? ¿o les dejarán hacer asambleas? ¿o bloquearán las webs?

La vulneración de derechos y libertades vuelve a estar en el orden del día, como en los viejos tiempos, los del blanco y negro

Pero seguimos con los ejemplos. El movimiento de la PAH por el derecho a la vivienda digna, uno de los derechos más pisoteados de todos, puso al descubierto una de las mayores grietas del régimen-sistema-gobierno, y recibió el linchamiento mediático durante mucho tiempo. Ponerse delante de las casas para evitar que leyes injustas actuaran, ha salvado a miles de familias de ser desahuciadas y ha servido porque hoy todos nos ponemos al lado de los más débiles y exigimos una solución al derecho a la vivienda.

Encontraríamos muchos más ejemplos de represión con la ley en la mano. Y es que el PP ya hace muchos años que ha ido escogiendo el camino fácil. Su ineptitud para dialogar, se ha convertido en categoría. Cada vez que la sociedad se organiza para denunciar una injusticia, primero lo ignora. Y pasa el tiempo. Y la indignación de la gente crece. Y el conflicto se enquista. Y finalmente, se saca el as de la manga, una ley que ayude al gobierno —no a las personas— a frenar el propio malestar. La ley mordaza, las reformas laborales... ¡Qué incómodo, que te reclamen vivienda digna! ¡Qué inoportuno, que te convoquen una huelga general! Cada vez que pierde los argumentos recurre a la misma estrategia: amenaza, represión y recorte de derechos. Pero siempre con la ley en la mano, claro está.

El camino de la represión política y social, de tan largo recorrido como el de la disidencia, se embala. La vulneración de derechos y libertades vuelve a estar en el orden del día, como en los viejos tiempos, los del blanco y negro. Ya no se vale cerrar los ojos y girar la cara. Es hora de que recuperemos a Thoreau y nuestro derecho legítimo de no ser cómplices ni de las dictaduras ni de sus borradores.