En medio del ruido del Brexit, la primera ministra británica Theresa May ha anunciado la creación del Ministerio de la Soledad. A primera vista esta medida podría parecer una excentricidad, pero cuando se profundiza, se ve que está apoyada en estudios sólidos, que revelan realidades muchas veces escondidas tras las paredes de las casas. Nueve millones de británicos viven solos y medio millón de ellos sólo hablan con alguien una vez a la semana o menos. Seguramente, esta será la epidemia de las sociedades europeas en los próximos años. Y también es cierto que no afecta únicamente a las personas mayores. Hoy en día vivir solo no es patrimonio de la edad. Ni siquiera convivir con gente significa automáticamente que una persona no pueda sentirse aislada. Porque en el fondo nos encontramos ante un estado mental, pero también de un cambio social importante. Y la política tiene que intentar ir compasada a los cambios sociales. El nuevo Ministerio se estrena sin presupuesto, ni plan de trabajo y con competencias transversales. Adosado a otro Ministerio. Pero en sí mismo ya es un éxito, porque sitúa en la agenda de las políticas públicas uno de los problemas sociales y también de salud más grandes que se tienen.

¿Y cómo podemos luchar ante esta plaga que también afecta nuestro país? Parece que la falta de natalidad hace cada vez las familias más cortas. Adolescentes solos, niños solos, madres solas, padres solos, hombres y mujeres solos. Y el incremento de la esperanza de vida también condena a la soledad a muchas personas mayores. En primer término hace falta que hagamos un diagnóstico multidimensional de la realidad aquí: en términos de salud pública, de educación, de políticas sociales y asistenciales. Y hecho el diagnóstico, tenemos que emprender medidas. Para mí, una de las fundamentales es el fortalecimiento comunitario. Las políticas públicas se tienen que comprometer a hacer de la acción cívica la piedra angular de las futuras sociedades. Por ejemplo, hay que destacar la importancia de los centros cívicos en la vertebración de los barrios, ciudades y pueblos con actividades adecuadas y permanentes, pero sobre todo hay que reforzar el tejido asociativo: son imprescindibles las asociaciones de vecinos y vecinas, las bibliotecas y sus clubs de lectura, los grupos castellers y los centros deportivos, los casales, centros de recreo y los ateneos. Y sobre todo tenemos que tener conciencia de que las sociedades individuales no pueden tener futuro. Hace falta que fortalezcamos los vínculos sociales, pero también hay que profundizar en sociedades inclusivas y cooperativas, con sistemas de detección precoz ante los casos de soledad. Y tenemos que tener servicios públicos articulados para dar respuesta a estas nuevas necesidades, pero también un tejido social preparado para responder desde la solidaridad. Y sobre todo, tenemos que aprender a tener cuidado los unos de los otros.

Poco sabemos, de las tristezas, angustias y soledades de los que habitan en nuestro entorno

Muchas veces la soledad viene acompañada de problemas como la pobreza. De la exclusión social muchas veces se desprende una doble espada de Damocles que impide a las personas participar en plenas garantías en la vida comunitaria. La pobreza no puede ser un factor que determine la soledad.

En estos momentos en Catalunya ya contamos con actuaciones y planes dirigidos a las personas mayores, pero posiblemente sin la transversalidad ni las políticas globales necesarias para hacer frente al fenómeno y, si todavía se puede, prevenirlo. Hace años visité el centro que la Cruz Roja tenía en el Poblenou y donde se gestionaba la teleasistencia. Mientras estuve allí, diversas personas mayores llamaban para las cosas más diversas, pero una de ellas me llamó especialmente la atención. Una señora que preguntaba si llovía en la calle. Los profesionales me explicaron que aquella señora llamaba sencillamente porque no hablaba nunca con nadie. Y la excusa era la lluvia. Vivimos en bloques de pisos cada vez más grandes, con más vecinos. Y poco sabemos de sus vidas. Estamos perpetuamente conectados a las nuevas tecnologías. Amigos virtuales y grupos de whatsapp que crecen día a día. Tenemos centenares de cadenas de televisión y un internet que nos conecta con el mundo, pero no con el vecino, y poco sabemos, de las tristezas, angustias y soledades de los que habitan en nuestro entorno. Decía el gran Pablo Neruda: "No hay soledad inexpugnable". Pues bien, hablemos, situémosla y, sobre todo, que no nos dé vergüenza afrontarla.