Hace unos días el presidente de la Cambra de Comerç de Barcelona, el señor Miquel Valls, afirmaba en una entrevista que en general los jóvenes no quieren hacer el esfuerzo de formarse. Qué absoluto desprecio, el de este señor hacia los jóvenes de nuestro país. Una generación —como todas— con luces y sombras, pero que es fantástica y que afronta las dificultades que gente de la edad del señor Miquel Valls les ha impuesto. Y lo hacen con una madurez y un espíritu de superación digno de elogio.

¡En Catalunya tenemos 67.000 jóvenes exiliados! Y no, como afirmaba alguna ministra, no son aventureros. Ir a estudiar o trabajar a fuera siempre tiene que ser una opción, nunca la única salida que ha tenido buena parte de esta generación de jóvenes. Gente que habla idiomas, con carreras universitarias y máster o doctorados, alimentando con su formación otros países. Jóvenes que, si no nos espabilamos, harán fuera sus proyectos vitales. Y ya no volverán.

El 37% de la juventud de nuestro país está sobrecualificada para los trabajos que hacen, es decir: ¡se ha formado!

Pero para contextualizar las palabras del señor Valls, hay que indicar que el 37% de la juventud de nuestro país está sobrecualificada para los trabajos que hacen; es decir: ¡se ha formado! Y las ofertas que recibe de las empresas de aquí son para hacer trabajos de poca calificación, con salarios bajos y condiciones draconianas que, a duras penas, les permiten sobrevivir, cuando no, malvivir.

Hace falta que todo el mundo sepa que en una generación la tasa de paro se ha doblado y la tasa de emancipación se ha desplomado (del 32,6% en 2007 al 24,2 en 2016). A esta gente joven sus condiciones de vida les van atrás como los cangrejos y ven como el pasado, desgraciadamente, era un lugar más adecuado. Hoy se miran en unos padres, madres o abuelos que sabían que con su esfuerzo se podía ir a mejor y ellos ya no tienen tan clara esta ecuación.

Sinceramente, preferiría ver a las élites económicas de mi país debatiendo y haciendo propuestas para cambiar la situación. Querría que hablaran —con seriedad— de formación dual, de transferencia tecnológica entre universidades y sectores productivos y sobre todo de que apostaran por un modelo productivo basado en el alto valor añadido —con I+D+i, con energías limpias, con infraestructuras te dignas...—. Preferiría que hablaran de eso y que pusieran freno al país de trabajos temporales y precarios en que nos estamos convirtiendo. Y sobre todo, que dejaran de culpabilizar al eslabón más débil de sus incompetencias.

Señor Miquel Valls, haga menos reproches a los jóvenes y analice qué ha hecho usted o qué puede hacer para garantizarles un futuro digno

Señor Miquel Valls, haga menos reproches a los jóvenes y analice qué ha hecho usted o qué puede hacer para garantizarles un futuro digno. Implementen de una vez por todas la ley de la formación profesional, porque si no lo hacen, tendrán que explicar a toda esta generación que por disputas internas no se está llevando a cabo. O dejen de especular con su futuro favoreciendo los salarios bajos y la precariedad. Piensen cómo les podemos ofrecer una vivienda asequible y en condiciones y no cómo los expulsamos de los barrios y las ciudades. Asegurémonos de que todos los que quieren pueden ir a la universidad y digámosles hasta la saciedad que el futuro es un lugar confortable y que nosotros trabajamos intensamente para que sea así.

Esta seguramente es la generación que más se está esforzando. No me vale que digan que antes a los 14 años ya se trabajaba. Son excusas de mal pagador. Era y es nuestro deber moral, como sociedad, hacer que cada generación viva mejor que la anterior. Estamos ante una generación con grandes valores como la generosidad, la solidaridad y el compromiso. Seguramente lo hacen de formas diferentes que las nuestras, participando en movimientos sociales, en asociaciones, en los millares de "caus" o a través del deporte o la música. Tratémosles bien. No los despreciemos. Porque si no, nos acabarán escupiendo en la cara. Y con razón.