Todos tenemos mil historias de lo que pasó el 1 de octubre. La mía empieza protegiendo mi centro cívico y las urnas, y acaba en un lugar de Barcelona. A media tarde, por diferentes motivos, tuve que bajar al cap i casal. Allí, con una ciudadanía en estado de choque y con los colegios electorales todavía abiertos, me encontré con diferentes miembros del Govern y los líderes de las entidades soberanistas. Después de un largo abrazo, todos te iban preguntando: "Y tú, ¿cómo estás?". Eran horas graves y las imágenes de la televisión y las redes hablaban por sí solas.

Del 1 de octubre me quedo con la gente. Las personas que aguantaron bajo la lluvia colas de cuatro horas para votar, los hornos llevando comida, la gente priorizándose entre ellos con un civismo espectacular —"¡Primero las personas mayores y las mujeres embarazadas!"—. Las horas de angustia, pero también la convicción. Y las llamadas de mis amigos. De los de fuera de Catalunya y de los de dentro que rechazaban el referéndum. Todos, preocupados por cómo estaba.

Y aquí está la grandeza de aquel día. Me quedé tranquila. Tenemos unos líderes y una sociedad que rezuman humanidad. En los momentos de más incertidumbre, decidimos cuidarnos mutuamente. Tejimos un sistema de autoprotección emocional que nos han hecho más fuertes. Cada herido del día nos lo hemos hecho un poco nuestro y hemos demostrado que al final sólo los del pueblo nos salvamos entre nosotros.

En el otro lado, Albiol apelando a lo que él denomina "buenos catalanes". ¿Quiénes son los buenos catalanes? Si lo dice, ¿debe ser porque hay malos? ¿Me está diciendo que mis conocidos y amigos que se quedaron en casa son los buenos catalanes, y los que estuvimos en las calles, los malos? ¿Los que se manifiestan con banderas españolas son los buenos y los que no lo hacemos, no?

Cuando haces una línea divisoria entre dos bandos, obligas a la gente a situarse en un lado o en el otro. Y aquí radica su irresponsabilidad

Señor Albiol: hay miles de personas que se quedaron en casa el 1 de octubre. Y son tanta gente como miles de razones tienen: por miedo ante la violencia, porque consideraban que el referéndum no ofrecía garantías, porque sencillamente no les interesaba o porque entendían que el statu quo ya les va bien. Y los que salimos a la calle teníamos tantas razones como los anteriores. Tan lícitas unas como las otras. Y eso no convierte unos en buenos y los otros en malos. Sencillamente, vivimos en una sociedad plural y profundamente autónoma de pensamiento.

En la vida puedo perdonar muchas cosas, pero que nos intente dividir entre buenos y malos me parece una mezquindad suprema. Me parece ser malo de verdad. Sembrar el odio y dividir la población civil nunca sale gratuito. Mientras el Govern, la mayoría de grupos parlamentarios y la Taula per la Democràcia se han desgañitado pidiendo paz y sobre todo vetando la violencia, usted ha trazado la frontera entre unos y otros. Y cuando haces una línea divisoria entre dos bandos, obligas a la gente a situarse en un lado o en el otro. Y aquí radica su irresponsabilidad.

Entre unos dirigentes, partidos (soberanistas o no soberanistas) que tienen su proyecto pero que lo defienden desde la discrepancia legítima, y los que sitúan frentes de buenos y malos, no tengo ninguna duda de quien me representa.

La política es el arte de cerrar fracturas. Y el señor Albiol cada día abre mayores. Hace un nefasto servicio a todo el mundo. Creo que él también se lo tiene que estar pasando mal: por eso, como no quiero ser como él, le pregunto: "Y tú, ¿cómo estás?".