1. Han transcurrido 106 años, pero finalmente los EE. UU. han reconocido la existencia de lo que se considera el primer genocidio del siglo XX. El armenio. En el año 2000, la Cámara de Representantes estuvo a punto de reconocer el genocidio armenio, pero minutos antes de la declaración se cambió de posición, atendiendo especialmente a las advertencias del presidente Bill Clinton de que una declaración de ese tipo dañaría la seguridad nacional y las relaciones con un socio tan importante geoestratégicamente como Turquía. Al cabo de veintiún años las cosas han cambiado. Con motivo de la conmemoración del Día del Recuerdo de Armenia, que se celebra cada 24 de abril, otro presidente demócrata, Joe Biden, ha puesto la directa y ha calificado de genocidio la masacre del imperio otomano sobre la población armenia durante la Primera Guerra Mundial. En un comunicado en que también se proclama que no se quieren repartir culpas (nada es perfecto), Biden se compromete “a evitar que esta atrocidad vuelva a ocurrir”. No es necesario demostrar que después de esta innegable atrocidad de 1915, se produjeron muchas más. La historia humana está teñida de luto desde tiempos inmemoriales, si bien el siglo XX, como afirmaba William Golding, el autor del Señor de las moscas, ha sido el más violento.

2. También costó lo suyo que se reconociera el Holocausto, el “crimen de los crímenes”. Es un error confundir los genocidios con las masacres, con los crímenes de guerra o con los asesinatos a gran escala. No es la magnitud del crimen lo que le define, sino contra quién se dirige el mal. El genocidio tiene una definición específica, por lo tanto. Fue el jurista polaco, de origen judío, Raphael Lemkin quien puso nombre a este tipo de crímenes en Axis Rule in Occupied Europe, un obra publicada el 1944 y en la que definió el genocidio como la destrucción de una nación o de un grupo étnico. A pesar de que las NN.UU. no lo adoptaron hasta 1948, en un convenio que convertiría el genocidio en un delito perseguido internacionalmente, no cabe duda de que el Holocausto había sido también un genocidio. A partir del juicio contra Adolf Eichmann en 1961 fue imposible negar el propósito genocida nazi respecto al pueblo judío y en menor medida contra otras etnias de Europa. La renovada extrema derecha insiste en negarlo nuevamente, en un intento de reescribir la historia de Europa y aniquilar las minorías. Este choque de identidades define nuestro presente.

3. La mayoría de nosotros tenemos memoria de, por lo menos, dos grandes genocidios que sacudieron la década de los noventa. El genocidio ruandés y el genocidio bosnio. El horror de las matanzas, retransmitidas en directo, como quien dice, no deberían haber dejado indiferente a nadie. Pero costó que los políticos entendieran el valor de los derechos humanos como cimiento de toda democracia. Siempre habrá políticos más atentos a preservar los intereses geoestratégicos que a defender la democracia. Esa es la razón que explica por qué el mundo es hoy más tétrico e inseguro. Y uno de esos políticos es Javier Solana, militante del PSOE. El tuit que lanzó el mismo día 24 de abril, festividad de la conmemoración armenia, dice mucho sobre cómo piensa quién fuera portavoz del gobierno de Felipe González en la época de los GAL, el secretario general del OTAN que bombardeó Belgrado para liberar a Kosovo —un estado que no reconoce su partido— y Mr. PESC (el equivalente a un ministro de exteriores) de la UE durante la guerra de los Balcanes.

4. Solana no entiende el reconocimiento estadounidense del genocidio armenio porque “abofetea” a un aliado como Turquía. Habría hecho la misma observación sobre China contra los que osan defender a los tibetanos o a los uigures. Pero eso no es lo peor. Lo incomprensible es la utilización por parte de Solana del adverbio supuestamente, con el que pone en duda la veracidad del genocidio. Cuando Solana aparentaba ser un mediador neutral en el conflicto de Bosnia Herzegovina, los serbios perpetraron el genocidio más ignominioso de los últimos años. Según él, solo se podía suponer que los responsables de las ejecuciones masivas de bosníacos habían sido los serbios. Para la Corte Penal Internacional de la Haya que juzgó a los cabecillas serbios, serbobosnios y croatas de aquel desastre también deberían asumido responsabilidades gente como Solana. Es su forma de entender el mundo, la democracia y la memoria colectiva; lo que a menudo no evita los desastres, sino que los aumenta y los convierte en irresolubles. Lo reconocen incluso los críticos con la salvaguardia de la memoria, como por ejemplo David Rieff, el historiador y periodista hijo de Susan Sontag. A pesar de elogiar el olvido, Rieff se ve en la obligación de reconocer que “estar desprovisto de memoria es estar desprovisto de un mundo”.

5. Solana tiene 78 años, como el presidente Biden. Por lo tanto, no es la senectud lo que provoca que una persona escriba majaderías. Es necesario algo más. La decadencia socialista, por ejemplo. Después de la era Trump, los EE. UU. están viviendo un periodo de catarsis impulsado por el sector más progresista del Partido Demócrata, que reclama un retorno a las esencias humanistas y radicalmente democráticas de los líderes de la primera gran potencia occidental. Es el back to basics que se impone en todas partes con la fuerza de los movimientos reformadores, de los que queda excluida, desgraciadamente, la socialdemocracia. Ahora que los “progresistas” de Madrid han descubierto la verdadera cara del fascismo, quizás se arrepentirán de su indiferencia ante los ataques contra el independentismo de Vox y Ciudadanos, la doble cara de la extrema derecha nacionalista española. Entonces Solana se alineaba con esa gentuza y aseguraba, desde las páginas de The New York Times, que el referéndum catalán era una amenaza para la democracia española. El negacionismo actual del mal o los intentos de impedir el derecho a decidir con la represión es el nuevo huevo de la serpiente que Eugeni Xammar vio estallar en Alemania cuando los nazis se imponían ante la indiferencia de todo el mundo. “De aquellos polvos, estos lodos”, se dice en un proverbio castellano, que en catalán es todavía más preciso porque remite a la unión de intereses: “d'aquelles noces, aquests confits” [“de aquella boda, estas peladillas”].