La brutalidad de la represión franquista, encarnada por aquel asesino de masas que el reyecito exiliado glorifica con acalorado entusiasmo, ha impedido recordar otro hecho execrable: la violencia de la izquierda dogmática en el interior de la República. Desde las razias de las checas comunistas, hasta las matanzas anarquistas sistémicas —con un especial recuerdo al mayo del 37, cuando se perpetraron cacerías contra personas por todo el país—, es indiscutible que se sufrió una persecución violenta que, situada en el otro extremo ideológico, respiraba la misma intolerancia criminal que el fascismo. La brutal represión de la dictadura nos haría olvidar esta evidencia que marcó a fuego el siglo XX: la extrema izquierda puede llegar a ser tan violenta e intolerante como la extrema derecha. De hecho, en términos de números absolutos, el comunismo y el nazismo compiten en brutalidad letal.
Sin embargo, este dato histórico sufre una doble amnesia en nuestro país: la de los negacionistas de la represión franquista, que blanquean o directamente elogian a Franco; y la de aquellos que beatifican todas las corrientes que se enfrentaron al franquismo, como si alguna de ellas no tuviera el germen de la violencia. Podemos verlo en el relato público cotidiano cuando parece clara la línea entre la extrema derecha y el resto de partidos, pero nunca se considera que haya partidos de extrema izquierda que practiquen una intolerancia similar.
Hay un fascismo progre que señala a disidentes, demoniza a opositores, pide censuras, impone pensamientos únicos e impide la práctica libre del debate político. Podemos, por ejemplo, tiende a menudo a esta cultura de la demonización; la CUP la tiene en el ADN, y los restos a la izquierda de ambos partidos pasan de las palabras intolerantes a los actos intolerantes con una facilidad y una benevolencia social que son muy alarmantes. No cuesta mucho imaginar que esta gentuza que señala, estigmatiza y boicotea el pensamiento de otros, ejercería la violencia si estuviera en los años treinta.
Fue anunciar la palabra judío y toda la patulea progre que saliva bilis cada vez que oye el vocablo inició la cacería de la historiadora
El último ejemplo de este “fascismo” de izquierdas se ha vivido en las Illes, a raíz de la cancelación de una conferencia que tenía que dar la doctora en historia Laura Miró Bonnín en Ca na Vallespina, en Manacor, auspiciada por la Obra Cultural Balear. Especialista en la historia de los judíos conversos mallorquines, Miró es considerada una historiadora rigurosa (su tesis fue calificada cum laude), que se ha convertido en una referencia internacional por su capacidad de conectar las dinámicas de discriminación locales con las generales. En este caso debía hablar de la evolución del antisemitismo y de la trágica persecución que sufrieron generaciones enteras de chuetas. Pero fue anunciar la palabra judío (por otro lado, tan importante en la cultura balear) y toda la patulea progre que saliva bilis cada vez que oye el vocablo inició la cacería de la historiadora. Los prejuicios ideológicos, alimentados por una izquierda que ha convertido el odio a Israel en una nueva forma de odiar a los judíos, sumados a la ignorancia supina de mucha gente que no sabe nada del tema, pero que compra sin digerir cualquier consigna barata que le venden en las redes, transformó una tarde de sabiduría y conocimiento en Manacor en un ejemplo moderno de inquisición. En medio, la acción demonizadora de los Arran de turno, la estela —de imponer, estigmatizar, perseguir y difamar todo aquello que no entra en su dogma de fe— de los cuales es tan larga como violenta. De hecho, todos estos grupos actúan como inquisidores del pensamiento libre, niegan el derecho a la disidencia e impiden el derecho al debate, si es necesario violentamente. A este fenómeno podemos bautizarlo de muchas maneras, pero es inequívocamente fascismo.
Un capítulo aparte merece la deplorable y vergonzosa actuación de la Obra Cultural Balear, que con este gesto de censura ha mostrado una cobardía tan patética como humillante. Lejos de defender la voluntad de explicar la historia de los chuetas en la isla, y hacerlo de la mano de una experta internacional, ha preferido esconderse (ni siquiera notificaron la anulación a la Dra. Miró), ceder a las presiones y, encima, justificarlo de la manera más delirante. Han dicho que “como entidad democrática” tenían que rectificar si se habían equivocado. Es decir, como “entidad democrática” ceden a la intolerancia, y niegan el derecho de una experta a hablar de una comunidad secularmente perseguida que llegó a sufrir incluso juicios públicos y sentencias de hoguera en la plaza pública. Decía la periodista e investigadora Empar Isabel Bosch Sans, en un artículo crítico en el Diario de Mallorca, que “convertir el estudio riguroso del odio y la discriminación en un instrumento de batalla ideológica es una irresponsabilidad que desinforma y polariza”. No solo esto. También es una cesión a la intolerancia y a los tics fascistas que a menudo se esconden debajo de las banderas progresistas.
Vergüenza, Obra Cultural Balear, vergüenza: habéis demostrado una falta de liderazgo cultural espeluznante, ser permeables a la presión, estar contaminados por el prejuicio y ser incapaces de defender el debate de las ideas. Convertidos en censores, habéis ensuciado el digno legado que deberíais tutelar.