Para entender por qué Pedro Sánchez todavía aguanta el pulso con el PP, hay que remontarse a los pactos de la Transición. Si los barones y las vacas sagradas del PSOE que lo presionan para que vote la investidura de Rajoy no fueran cómplices de un engaño tan grande, ya se lo habrían podido sacar de encima, con los resultados que ha hecho.

Sánchez puede jugar a ser el único político joven capaz de tumbar el PP, porque es el único candidato que puede contribuir a mantener la comedia que ha articulado la democracia española en los últimos 40 años. Si el PSOE no hubiera ayudado a legitimar el franquismo, Podemos no habría aparecido, el discurso de Ciudadanos no lo comprarían ni los taxistas y el PP no habría ganado a todas las autonomías, excepto en Catalunya y el País Vasco

El Financial Times dice que la investidura de Rajoy es una especie de Love Actually, una película romántica de aquellas que ya sabes que acabarán bien y que sólo tienen interés por los giros de la trama. Los británicos no tienen en cuenta que la democracia española se basa en el resorte del miedo y que el miedo, como ha visto David Cameron, tiene sus límites, cuando es el único argumento.

Socializando la culpa de la guerra civil y de la dictadura, el PSOE y el PP arrinconaron a los republicanos y a los comunistas españoles y se repartieron el poder. Mientras ningún actor tuvo fuerza para poner en evidencia los fundamentos franquistas de la Constitución, todo fue bien. Con el independentismo catalán bajo control, España se pudo articular a través de un partido del orden y un partido de los buenos, mientras financiaba la fundación Francisco Franco.

El PSOE gestionaba el resentimiento de los vencidos de la Guerra Civil y de la dictadura administrando gestos estéticos, para marcar distancias con el PP, que hacía de polícia malo, en nombre del realismo. En Catalunya, el papel del PP lo hacía al PSC. Mientras tanto la CiU de Pujol barnizaba el régimen autonómico de libertad nacional, para disimular la ocupación de Catalunya y la vigencia del Decreto de Nueva Planta, que TC ha invocado esta semana para anular una ley valenciana.

A diferencia del PSOE, Pujol protegió unos mínimos y dio tiempo a los catalanes de reponerse de la noche franquista. Cuando Catalunya perdió el miedo y las instituciones se empezaron a tambalearse, el PSOE entró en crisis y empezaron a salirle competidores que aspiraban a hacer su papel de legitimador estético de la democracia. El PP hizo honor a su rol de partido del orden y se aferró al poder vendiendo la fórmula de yo o el caos.

No es causalidad que Podemos y Ciudadanos jueguen a atribuirse la falsa superioridad moral que el PSOE vendió mientras ETA mataba y Catalunya se recuperaba. Como, cuando tocaba, no se juzgaron los malos, ahora el miedo es el principal motor de la política española. El PP gana en toda la España castellana o castellanizada porque el franquismo está legitimado. El PSOE no puede investir a Rajoy porque perdería el único motivo por el cual mucha gente que se tragó la bandera, la monarquía y la reconversión de los viejos franquistas en demòcratas de toda la vida, todavía les puede votar.