Unos cincuenta robocops, guardias civiles antidisturbios, han querido esta mañana humillar a toda Cataluña intentando impedir la votación del president Puigdemont en su colegio electoral. El ambiente festivo, pacífico y distendido del millar de ciudadanos que hacían guardia frente al polideportivo de Sant Julià de Ramis, ayudados por un impresionante servicio de orden de las autoridades municipales, se ha visto superado por la llegada de un pelotón militar español de la Guardia Civil poco antes de las nueve de la mañana. Estos funcionarios uniformados con la bandera de España en la manga, con trompadas, golpes de porra y de bota, se han abierto paso con mucha dificultad entre la masa de ciudadanos desarmados y pasivos, determinados y resistentes ante la rabia desatada. Los agentes maltratadores no han tenido miramientos ni para viejos ni jóvenes, ni para sanos ni enfermos, ni para mujeres ni criaturas, todo el mundo ha sido atacado en una confrontación literalmente militar de armas contra papeletas de voto. Un grupo de niños de cuatro palmos jugaba ingenuamente en la plaza que hay delante del polideportivo cuando los gritos y las carreras, las insistentes señales de alerta, han advertido de la llegada de una riada que se lo ha llevado todo por delante, sin previo aviso, cuando eran las nueve menos cuarto bien tocados. Como un agua negra y contaminada, como un río de plomo y de hiel amarga, los robocops se han precipitado sobre la multitud indefensa, han roto muchas caras y han deshecho el poco respeto que todavía suscitaban entre los más cobardes. Los gritos se han hecho cada vez más intensos y doloridos, más desesperados y vivos, mientras un helicóptero de las fuerzas españolas sobrevolaba incesantemente el lugar de la carga con un ruido ensordecedor. Delante de la puerta principal del polideportivo, de cristal, un gran tractor verde obturaba la entrada a las fuerzas represoras, mientras los organizadores locales del referéndum sellaban puertas y ventanas para resistir la invasión. Los hombres armados han arrancado literalmente a la gente de donde estaba y han intentado derribar las puertas de hierro laterales y la principal del polideportivo. La angustia ha crecido, los chillidos se han vuelto histéricos cuando de repente los sitiados dentro del edificio hemos visto cómo con un enorme mazo se procedía a la destrucción del vidrio a prueba de golpes que nos separaba de los hombres negros. Todo el mundo corría arriba y abajo. La urna presidencial, la que todos los periodistas habían fotografiado minutos antes porque era la que estaba previsto que utilizara el president Puigdemont, ha desaparecido por arte de magia junto con los ordenadores, documentación electoral y censo. Los golpes de mazo han hecho saltar violentos fragmentos mientras los teléfonos hervían, mientras los corresponsales y periodistas describían a gritos la dramática escena de la toma del polideportivo, convertido durante un instante eterno en el palacio de la democracia.

El agua negra de los guardias civiles por fin ha entrado allí donde estábamos, como una infección, como una fuerza de odio y de venganza. Han buscado la emblemática urna presidencial y las papeletas, intimidando a los representantes de los medios de comunicación, tratando a la población civil como si fueran un rebaño de ovejas, reventando puertas, derribando máquinas de refrescos a golpes de bota, a empujones violentos, mientras han comenzado a oírse cantos, dentro y fuera, a favor de las libertades de Cataluña, a favor de la dignidad colectiva seriamente insultada. El registro se ha alargado durante más de una hora, y cuanto más pasaba el tiempo, más se podía notar la irritación colosal de los agentes que lucen una espada y un haz a la manera de Mussolini. El botín se les resistía. Y no ha sido hasta bastante tiempo después que han anunciado que se retiraban y que habían finalmente secuestrado el importante emblema del derecho a decidir que custodiaban las autoridades municipales de Sant Julià de Ramis. Cuando dos horas más tarde el president Puigdemont se ha presentado por sorpresa para mostrar su solidaridad con los vecinos atacados, se ha desatado una euforia nunca vista. Después de horas de silbidos, insultos y gritos, la multitud literalmente ha venerado la imagen de este hombre inquieto, de este valiente Astérix, de este dignísimo representante de la voluntad de independencia del pueblo catalán.

Hoy se ha acabado la broma y ya era hora. Hoy el gobierno de España ha utilizado el ejército, el cuerpo militar de la Guardia Civil, para reprimir a sus propios ciudadanos, contraviniendo la legislación de la Unión Europea. Hoy se ha derramado sangre del contribuyente. Hoy hemos visto cómo los catalanes pagamos nuestros impuestos precisamente para financiar la violencia que las fuerzas armadas ejercen encima de nosotros. Del mismo modo que la China comunista factura a la familia de los ejecutados la bala que acaba con su vida. Hoy, cuando se ha impedido el derecho al voto del president de la Generalitat en el polideportivo de Sant Julià de Ramis a garrotazos, han caído definitivamente todas las caretas y todos los pretextos. Ninguna razón política justifica que el Estado castigue a los catalanes a través de la brutalidad armada, simplemente porque no quieren seguir formando parte de España. Hoy, quien equipare a los agresores con los agredidos estará definitivamente excluido del consenso de la opinión pública europea sobre lo que debe ser un Estado de derecho. Hoy España se ha ahogado en Cataluña dentro de un agua negra.