La estrategia es más vieja que Matusalén. El hombre que golpea a una mujer y, para justificarse, acusa a la mujer de violenta, por ejemplo. Que la mujer lo mira mal, que habla agresivamente. El hombre inventa que la violenta es la mujer. El reproche es tan falso, tan infame, tan mentiroso, que, a la mujer, le resulta muy difícil defenderse. Se deja intimidar por los pretextos, por las falsas acusaciones del hombre y llega, incluso a plantearse hasta qué punto tiene razón el hombre. Llega al absurdo de hacer examen de conciencia para tratar de saber si, en realidad, la culpable del conflicto es ella misma. Al hombre miserable le basta con haber sembrado la duda, con haber puesto en entredicho, con haber puesto en el interrogante la distribución de responsabilidades. A partir de ese momento la víctima puede ser considerada la agresora y el agresor puede llegar a ser considerado la víctima. Es lo mismo que ocurre cuando una mujer lleva una falda demasiado corta por la calle, demasiado corta en opinión miserable del hombre que la denosta o que incluso la agrede. Es lo mismo que ocurre cuando un hombre lleva una ropa que otro hombre considera afeminada, que otro hombre cree que es indecente, merecedora de reproche. El hombre que critica la indumentaria de las otras personas siempre es el mismo hombre. El hombre moralmente perverso, el hombre violento que justifica su violencia a cualquier precio. La violencia es consecuencia de una atracción sexual del hombre que proyecta su mirada, que proyecta su deseo inmoderado y mal contenido, en la víctima femenina o masculina, esto es lo de menos. El violador o agresor siempre desea, sea consciente o no, a la víctima, siempre la quiere someter para explotarla de alguna manera. El homófobo y el misógino, en realidad, no odian al homosexual, no odian a la mujer. Lo que odian es la libertad del homosexual, la libertad de la mujer. Lo que odian es que no son ni quieren ser sus esclavos sexuales o sus esclavos morales. De esta perversidad surge también que determinadas mujeres estén obligadas a ir con burka o con un velo o pañuelo, incluso cuando son muy pequeñas, incluso cuando se bañan en las piscinas municipales de Francia. Otro día hablaremos de esta otra cuestión mahomética, ahora de lo que quiero hablar es de la España étnica.

Convertir a la víctima en el agresor es lo que ha hecho el españolismo con los votantes del primero de octubre. En su infame, depravada opinión, los agresores fueron los votantes y las víctimas fueron los policías y guardia civiles que se vieron “obligados” a apalearlos y a abrirles la cabeza. El maltratador siempre utiliza el mismo argumento, cuando maltrata a otra persona siempre se justifica diciendo que lo hace por el propio bien de la víctima. Es una vieja estrategia. La estrategia que utiliza el amigo que siempre te pide dinero, que siempre te está explotando económicamente. Y cuando llega el día en que le dices que ya está bien, cuando le dices que no le darás nada más, entonces te acusa de materialista, de insolidario, te acusa de estar pensando sólo en el dinero cuando es evidente que está proyectando sobre ti su psicología perversa. Un informe de la cátedra Ferrater-Mora de la Universidad de Girona, titulado Un biaix etnicista en la política catalana? L’efecte desigual del “procés” y redactado por los profesores Joan Vergés-Cifra, Ivan Serrano y Macià Serrra, ha demostrado, recientemente, que el argumento de que independentismo es un movimiento étnico no sólo es un argumento falso, lo que ya sabíamos. Lo que demuestra, con multitud de datos objetivos, es que este argumento es una proyección del proyecto de una España étnicamente homogénea. Que los votantes de los partidos políticos españolistas son culturalmente y étnicamente contrarios al hecho vivo de Catalunya, de la Catalunya real mestiza en la que conviven muchas identidades diferenciadas, en la que la identidad catalana es la más cuestionada, porque es la más refractaria a la asimilación.

El electorado de los partidos independentistas es más heterogéneo y plural que no el electorado unionista. El independentismo es inclusivo y el españolismo es asimilador

El electorado de los partidos independentistas es más heterogéneo y plural que no el electorado unionista. El independentismo es inclusivo y el españolismo es asimilador. Como en Turquía, en España, tradicionalmente se ha elaborado una concepción etnicista de la identidad nacional. Una concepción que es debida al tiempo consecuencia de una cultura política reticente al federalismo o la aceptación del hecho multinacional. Los tres autores del informe concluyen que “el conflicto en Catalunya es de carácter político. Se enfrentan diferentes maneras de concebir la democracia y de entender qué significa pertenecer a un colectivo, tener una identidad o compartir una identificación nacional.” Los etnicistas son los españolistas. Y acusan de ello al independentismo de la misma manera que lo acusan de violento, contra cualquier evidencia.