Hoy ha sucedido en el barrio de Chamberí de Madrid, pero ha pasado otras veces en muchos otros lugares.

Un hombre de 78 años ha acabado con la vida de su mujer de 77, que sufría Alzhéimer y que los servicios sanitarios han encontrado sin signos de violencia, y después se ha ahorcado. Él ha dejado una carta en la que confiesa que lo ha hecho por compasión por la enfermedad de la mujer, con quien había compartido toda su vida. Terrible. Y, según mi opinión, de una ternura humana tan abrumadora como cruel. No sé usted, pero yo entiendo a este hombre. Y ahora, que no estoy en la misma situación que estaba él, pienso que haría lo mismo. Quizás si algún día me encuentro en ella, cambiaré de opinión, vaya usted a saber. Porque las cosas, cuando estás en ellas, son muy diferentes. Pero hoy por hoy, actuaría igual. Y si el enfermo fuera yo, querría que investigaran conmigo todo lo que fuera posible para saber más cosas de la enfermedad y que después hicieran lo mismo. Y entendería que la persona que lo hiciera, que tuviera conmigo esta infinita compasión, continuara viviendo.

Sí, sí, ya sé que son dos muertes y que una de ellas es punible, desde el punto de vista penal. Y sé que se me puede decir que estoy defendiendo la violencia de género, que soy un asesino, que no tengo derecho a cometer esta barbaridad y que no soy nadie para disponer de la vida de otra persona. Perfecto. Asumido. Ningún problema. Y no sólo respeto su opinión, sino que la entiendo. Y si usted decide hacer lo contrario, no tengo ningún reproche ni ninguna crítica a hacerle. Pero cuando veo este tipo de noticia, no puedo evitar pensar en la mezcla de desesperación, amor, lucidez y generosidad que hay detrás de la decisión más bestia que puedes tomar en tu vida. Una decisión brutal, pero pienso que es la más humana posible.

El Alzhéimer es una enfermedad terriblemente cruel. Anula y humilla a las personas, robándoles una cosa tan importante como la memoria. ¿Cuando no eres capaz ni de reconocer tu pareja, ni tus hijos, ni la gente que quieres o has querido, qué eres? ¿Quién eres? ¿Si no sabes ni quién eres, dónde está tu identidad? ¿Dónde está tu vida? ¿Dónde queda la dignidad humana de quien sufre Alzhéimer, condenado a vegetar sin ninguna esperanza? Sentado esperando la muerte, pero sin ni tan solo saberlo. Es una inferioridad de condiciones demasiado desigual. No es justo. Contra el cáncer puedes luchar, no siempre con ventaja, pero puedes plantarle cara. Cada día hay centenares de personas que salen adelante. El Alzhéimer no. No te ofrece ninguna oportunidad. Es ir a destruir la máquina más potente existente nunca en la vida descalzo y con una palillo mordido.

Y después está la familia. Qué horror. Qué terrible ver cómo esa persona que quieres está allí, pero no está. Hablas con ella, pero no es ella. Esa persona que se deteriora día a día ante tus ojos y que tiene el cuerpo de alguien que no es nadie.

Entiendo perfectamente la decisión de un hombre de 78 años que convive cada día con una mujer que ya no es la persona con quien ha compartido su vida. Que la ve consumirse. Y lo imagino, con las fuerzas justas, pensando: "¿y si fallo yo, qué será de ella?". Y, al revés: "¿y si ella se consume del todo, qué será de mí?". ¿Qué sentido tendrá entonces nada? Y que un día decide que lo mejor es acabar con la situación. Y que busca la mejor manera de resolverlo. Y que se arma de valor. Y que el día que decide hacerlo, se despide de su amada, recordando todos los momentos compartidos. Y lo hace sin que en la mirada de ella haya ningún retorno, ninguna complicidad. Porque la otra mitad de estos recuerdos ya no existen. Se han evaporado.

Y entonces la coge la mano. Y seguramente recuerda el primer día que le cogió la mano. Y el segundo. Y todo el resto. Porque no hay nada que supere a coger la mano y a abrazar a quien quieres. Pero cuando quien quieres ni sabe a quién está abrazando, ni por qué, ni tan sólo entiende qué significa coger una mano ni abrazar, creo que es muy humano entender su decisión. Yo la entiendo. Perfectamente.