Cualquiera que haya visto la serie Borgen, creada por Adam Price, seguro de que se ha sorprendido de un detalle del guión que no es de ficción, aunque podría parecerlo visto desde este pequeño rincón de mundo, sino característico y propio de las democracias nórdicas. Deberíamos decir: de las democracias maduras, dentro del club de las cuales, desgraciadamente, no se cuenta la nuestra, tan reciente, precaria, tentativa y obstaculizada. Cuando, después de las elecciones, Birgitte Nyborg, la dirigente del partido Moderado, sustituye como primera ministra al conservador Lars Hesselboe, descubrimos, un poco estupefactos por los hábitos a los que se nos ha acostumbrado aquí, que el secretario permanente de la oficina del primer ministro, Niels Erik Lund, continúa, con toda tranquilidad, ocupando su cargo, sin que, ni por un solo momento, nadie plantee y ni siquiera insinúe la necesidad de relevarlo, aunque se trata de un altísimo puesto de responsabilidad en el funcionamiento del gobierno.

Aquí, más bien, lo que sucede es exactamente lo contrario. A cada cambio de gobierno, legítimamente avalado por los resultados de las urnas, lo siguen modificaciones de arriba abajo y de abajo arriba en todas las instancias de gobierno de todas las administraciones estatales, nacionales y locales, por no hablar de las espectrales diputaciones. A cada cambio de ministro, conseller o concejal, le sigue un desfile de la corte de confianza, a menudo de unas dimensiones que dan miedo, haciendo mutis, y el aterrizaje procesional de cofrades equivalentes. Nuestros hábitos democráticos, todavía bajo el síndrome juvenil y primaveral del acné, no han aprendido todavía a delimitar, con una cierta eficacia operativa, la distancia que separa los cargos políticos de los cargos técnicos. O, si tenemos que ser todavía más precisos, han consolidado una relación entre ambas modalidades de la administración en relación inversamente proporcional de la que sería, aunque sólo fuera en términos de eficacia, recomendable.

A cada cambio de ministro, conseller o concejal, le sigue un desfile de la corte de confianza, a menudo de unas dimensiones que dan miedo, haciendo mutis, y el aterrizaje procesional de cofrades equivalentes

Ahora que, por lo visto, tendremos que acostumbrarnos, en todas las instancias de la administración, a equipos de gobierno transitorios, a causa de las combinaciones variables en función de las cada vez más provisionales alianzas de gobierno, esta distorsión de la estabilidad en los equipos responsables de las políticas públicas corre el peligro de provocar no sólo un cambio continuo de los criterios que orientan las mencionadas políticas, sino también un baile continuo de los interlocutores institucionales. Sería deseable, por eso, si este debe ser el panorama al que tenemos que acostumbrarnos, que, como mínimo, se reduzca el efecto del baile de sillas en el que parece que, en las actuales circunstancias, se condena toda acción pública a una provisionalidad perpetua.

El sainete que se ha producido, en los últimos días, a propósito del anuncio de nombramiento de Xavier Marcé como comisionado de Cultura, como resultado de los pactos de Barcelona en Comú con el PSC, puede ser ilustrativo de lo que estamos sugiriendo. El anuncio causó, inmediatamente que se hizo público, una reacción de estupefacción, no sólo entre personas ideológicamente afines al equipo que gobierna el Ayuntamiento de Barcelona, sino entre gente, podríamos decir, sensible al futuro de las políticas culturales del consistorio. En primer lugar, por lo que más podía parecer una decisión incomprensible e injustificable, dada la responsabilidad de Marcé como vicepresidente de la productora teatral Focus y como presidente de Adetca, la patronal del sector, con intereses evidentes en la determinación de las políticas culturales públicas que fácilmente podían ser conceptualizados como en las antípodas de lo que, culturalmente, representa Barcelona en Comú. Y en segundo lugar, sobre todo, porque su nombramiento representaría el relevo de Berta Sureda, que todavía no ha cumplido un año al frente de su responsabilidad.

Por suerte, la noticia sólo ha tenido tres días de vigencia, porque el lunes de Pentecostés se anunciaba que Jaume Collboni, concejal de Cultura como contrapartida del pacto del PSC con los comunes, renunciaba a este nombramiento, seguramente viendo la tormenta que había desatado, y no sólo en las redes. Es comprensible que el reparto de cargos políticos, como la concejalía de Cultura, se vea afectado por el pacto de gobierno. ¿Pero eso tiene que afectar, cuando sólo hace un año que ha sido nombrada, a la comisionada de Cultura?

Es cierto que el nombramiento de Berta Sureda fue, hablando estrictamente, un nombramiento de gobierno, pero, ya que ella no es concejal, el ámbito de su responsabilidad no puede considerarse propiamente político, ya que dependía, orgánicamente, del concejal de Barcelona en Comú que tenía Cultura a su cargo, Jaume Asens. Por otra parte, su nombramiento, y es justo recordarlo, fue recibido con un consenso muy extendido, entre el sector cultural, por ser una profesional de trayectoria impecable, en el ámbito de las políticas públicas, por su ecuanimidad como directora de la Entitat Autònoma de Difusió Cultural de la Generalitat, y por su experiencia probada al frente de los programas públicos del Museo Reina Sofía de Madrid.

Cesar a Berta Sureda de su responsabilidad como comisionada de Cultura es una frivolidad que la ciudad no debería permitirse

Durante los diez meses que Sureda ha estado al frente de las políticas culturales del Ayuntamiento de Barcelona, ha iniciado un cambio de modelo en las instituciones culturales, trabajando por una nueva institucionalidad a la altura de las nuevas demandas y de los nuevos modelos que se están imponiendo en ciudades de escala parecida a Barcelona que están dibujando el futuro hacia el que avanzamos; ha abierto procesos participativos en buena parte de los frentes abiertos, y todavía no resueltos, de la cultura barcelonesa; ha implicado a sectores que hacía años que nadie escuchaba; ha forzado a redefinir el papel de La Virreina Centre de la Imatge, con una convocatoria impecable para la dirección que se resolvió con el nombramiento de una de las personas de más talento del país, entre los profesionales del arte contemporáneo y la cultura visual, como Valentín Roma, enmendando de paso la injusticia gigantesca que supuso su salida por la puerta de atrás del MACBA; ha escuchado, asistido y ayudado a personas, colectivos e instituciones que no acababan de encontrar interlocutores; ha empezado procesos para repensar el papel del Grec en la ciudad, para deshacer la chapuza de la separación arbitraria entre el Museu de les Cultures del Món y el Museu Etnològic, o para evaluar la exigencia, hoy insoslayable, del retorno social de la cultura. ¡En sólo diez meses!

El nuevo gobierno de la ciudad de Barcelona está todavía a tiempo de enmendar una decisión sin duda apresurada y poco reflexionada. Cesar a Berta Sureda de su responsabilidad como comisionada de Cultura es una frivolidad que la ciudad no debería permitirse: no encuentro una sola razón de peso que jusfitique tirar por la ventana un año de trabajo, el 25% de la legislatura. ¡Duele constatar que, a la cultura, siempre le toca recibir más palos que una estera!