Dicen que el arte es una vivencia personal y subjetiva. Sin embargo, hay obras de arte que son reconocidas y admiradas por muchos de nosotros, como La Gioconda, de Leonardo da Vinci. El otro día, sin embargo, me enteré de que el gran reconocimiento social de su excepcionalidad surgió a inicios del siglo XX a raíz de su robo. No hay como una historia truculenta para despertar el interés de los humanos. Tengo que decir que no es una de mis obras preferidas. En cambio, os puedo decir que mi primer viaje al Museo Egipcio de Berlín me cambió la percepción de la belleza. La sublime perfección del rostro más bello y lleno de orgullo y altivez que jamás he podido ver, el busto de Nefertiti, me cautivó. Si realmente en persona era tan bella como lo es esta representación, entiendo que debió ser difícil sustraerse de su magnetismo. Magnetismo que el busto refleja, incluso cuando le falta la pintura de un ojo.

Nefertiti fue la mujer de Akhenaton, faraón egipcio que quiso cambiar la religión politeísta ecléctica y heredera de siglos de civilización y mestizaje cultural con los países de los alrededores, por una religión monoteísta basada en la prevalencia de Aton, el dios del Sol. Murió cuando todavía era relativamente joven, ya que su hijo Tutankamón heredó el reinado cuando no era nada más un niño, hacia los 8-9 años, y también murió muy joven, una decena de años más tarde, de forma imprevisible y debido, muy probablemente, a la sepsis causada por una herida abierta, pero esta es otra historia.

El trío Akhenaton, Nefertiti y Tutankamón se encuentran entre los reyes de Egipto más conocidos. Los faraones eran enterrados con todas las pompas porque los egipcios creían en la reencarnación, y los talleres donde se embalsamaban los muertos eran muy apreciados porque, para poder tener acceso a la vida eterna, los cuerpos tenían que estar incorruptos. Durante un periodo muy largo de la historia (que duró miles de años), los diferentes faraones construían la tumba que tenía que guardar sus restos humanos con mucho cuidado, porque aparte de su sarcófago, enterraban todos los objetos cotidianos queridos, las joyas, y todo aquello que podría ser necesario para iniciar una nueva vida en el más allá, pequeñas esculturas como representaciones, juguetes, pinturas, jeroglíficos, semillas, ropa, e incluso los animales de compañía, y otros parientes amados eran enterrados juntamente o en cámaras comunicadas próximas. Los saqueadores y ladrones de tesoros bien que lo sabían, por lo tanto, los faraones también intentaron construir tumbas con la seguridad de la época, con entradas falsas, trampas, y entradas reales disimuladas. Una gran parte de estas tumbas se encuentran en el valle de los Reyes (King's Valley), un desfiladero que se adentra en el desierto desde el río Nilo. Cuando se intentó reencontrar esta parte tan importante de la historia cultural humana, los investigadores se encontraron con muchas tumbas saqueadas y revueltas. No quedaba ninguna pieza del ajuar mortuorio que tuviera un valor monetario directo, ni joyas ni oro, ni figuras pequeñas, que eran fáciles de vender a coleccionistas de arte, (que han existido en todas las épocas). Muchas momias estaban fuera del sarcófago y mezcladas unas con las otras. Era difícil saber quién era quién, y el Museo del Cairo está lleno de momias sin nombre y sin afiliación, excepto por una etiqueta que dice en qué tumba se encontró. La numeración de las tumbas y las momias sigue la orden de descubrimiento, KV (siglas de Valley of the Kings, o King's Valley) más un número (por ejemplo, las tumbas KV35, KV62). Pues bien, el descubrimiento de una tumba que no había sido saqueada antes y todavía estaba incólume, la tumba del faraón niño Tutankamón por parte de Howard Carter en 1922, generó un gran interés y fascinación. Hace unos años, fui a una exposición espectacular sobre la tumba de Tutankamón que se hizo en los Astilleros de Barcelona, donde se encontraba la reproducción de la cámara principal de la tumba (KV62), con 5000 réplicas de buena parte del ajuar con que fue enterrado y detalles de la vida y los objetos de la época, y evidentemente los diferentes sarcófagos, que a manera de muñeca rusa, llenaban la momia y la magnífica máscara funeraria de oro y lapislázuli, tan fotografiada y representada. Junto con la momia de Tutankamón, encontraron dos pequeños cuerpos embalsamados, los de sus dos hijas, todavía feto, de 5 meses y cerca de plazo (8-9 meses). Así, pues, teníamos a Tutankamón, pero no se sabía qué momia era Akhenaton (padre), Nefertiti (mujer de Akhenaton), o Ankenesamon (mujer de Tutankamón, hija de Akhenaton y Nefertiti y, por lo tanto, hermanastra por parte de padre). Un buen lío de familia.

Cuándo las técnicas de genética forense se generalizaron, se pensó si se podrían usar con el fin de poder reconocer y dar nombre a algunas de las momias que están almacenadas. Dentro de la línea biológica genética de Tutankamón se tenían reconocidas dos momias, que eran los bisabuelos (Thuya y Yuya), padres de su abuela Tiye, que se casó con Amenhotep III (abuelo) y tuvo un hijo, Akhenaton. A partir de las momias de los bisabuelos (KV46), de las de Amenhotep III (KV35) y Tutankamón (KV62), y haciendo reconstrucciones de DNA mitocondrial (que pasa directamente de madre a hijos, vía matrilineal estricta), de DNA del cromosoma Y (que pasa directamente de padres a hijos macho, vía patrilineal estricta) y del resto de cromosomas, fueron identificando varias momias de la familia, como la momia de Akhenaton. Entonces surgieron las sorpresas. El DNA mitocondrial de Tutankamón coincidía punto por punto con el de su padre Akhenaton, y no era nada similar al de Nefertiti (lo que tenían sus hijos embalsamados). Eso es sorprendente porque los hijos NO tienen el DNA mitocondrial del padre, sino el de la madre. Por lo tanto, Tutankamón no es hijo de Nefertiti (mujer oficial de Akhenaton), sino que es hijo de un incesto entre dos hermanos, Akhenaton y su hermana. Su nombre es muy dudoso porque la historia lo ha obviado, pero en cambio, tenemos la momia. En la tumba KV35 había dos momias femeninas, una de más edad que la otra, por eso se las denominó KV35EL (elder lady, que quiere decir a la mujer mayor) y la KV35YL (younger lady, la mujer más joven de las dos), momias que ahora sabemos que son de Tiye (la abuela al mismo tiempo materna y paterna) y de la madre de Tutankamón. La coincidencia en los marcadores genéticos entre las momias de Akhenaton, la de su hermana (la madre de Tutankamón) y la de Tutankamón es muy grande, de hecho, la consanguinidad es manifiesta. Así que no sabemos su nombre pero sabemos quién es.

¿Y qué pasa con Ankenesamon, la mujer de Tutankamón y hermanastra por parte de padre? Pues que ahora sabemos que también tenía otra hermana, y que las dos fueron enterradas conjuntamente. Tenemos dos momias en la tumba KV21 que, genéticamente, pueden ser Ankenesamon. La calidad de la secuencia de DNA no nos permite diferenciarlas suficientemente para averiguar cuál de las dos es la madre de los dos fetos, pero una de las dos lo es. También queda claro que con una consanguinidad tan elevada, incesto tras incesto, entre padres y abuelos (y vete a saber en otros antepasados), es mucho más que probable que los dos fetos murieran porque habían heredado mutaciones recesivas por parte de padre y de madre que comprometían su viabilidad.

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Pedigrí que muestra las relaciones genéticas entre las momias analizadas de la dinastía XVIII de Egipto (extraída de Hawass, et al. 2010, JAMA 303:638-647)

La única que queda para identificar es la elusiva Nefertiti, reina de Egipto, madre de otra reina de Egipto, casada con un faraón y madrastra de otro faraón. La mujer más bella y fascinante del antiguo Egipto, que no tuvo herederos macho, ni nietos que pudieran sobrevivir al exceso de consanguinidad. Imaginad el éxito y la gloria de quien pueda encontrarla. Las investigaciones continúan en el valle de los Reyes, mucha nueva tecnología, pero también muchos egos y pistas falsas. Esta semana ha sido noticia que parece que puede haber una cámara secreta en la zona norte de la tumba de Tutankamón. Pero no cuadra con la zona que otros investigadores (algunos usando técnicas convencionales de excavación, y de otros métodos más modernos de radar) habían propuesto. Parece ser que muchas pistas previas han acabado en desencanto, y bien podría ser que esta posible cámara secreta no exista, que solamente sea una zona más vacía o menos densa de los alrededores de la tumba real, o que realmente sea la buscada tumba de Nefertiti. Yo, de todos modos, si tuviera que apostar, y lo digo basándome sólo en las relaciones humanas, no creo que Nefertiti esté enterrada al lado del yerno que tendría que haber sido su hijo, pero que no lo fue, y de lo que era la suegra. Me cuadraría más que hubiera sido enterrada cerca de sus hijas, una de las cuales fue reina de Egipto, igual que ella. Pero eso no lo sabremos hasta que no se encuentren sus restos. De momento, nos tendremos que conformar al ver su rostro impávido y perfecto, reptante y cautivador el resto de mortales que osamos mirarla.

¿Qué tienen las cámaras secretas que a todos nos fascinan?