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Se suele decir que a Catalunya la pierde la estética pero a menudo la estética es también el combustible que le hace levantar el vuelo como a un ave fénix. O por lo menos lo intenta: aquí, hasta los revolucionarios tienen conciencia del límite –“Vamos lentos porque vamos lejos” era el título del vídeo de la CUP para el 27S, todo un hit en las redes– y, a veces, el motor parece que se para. Pero no. A Catalunya –a sus gentes, a sus gobernantes– más bien le sucede como al pintor de Wittgenstein, que sigue pintando después de tirar la escalera, o al creyente de Kierkegaard, que se sabe en el vacío pero también que no le queda otra que dar el salto.

Esta semana, Artur Mas, presidente en funciones de la Generalitat, ha vuelto a remontar políticamente el vuelo tras los hechos del Palau de Justícia, aunque su futuro siga dependiendo del voto de dos diputados de la CUP. Ese es un dato fundamental. Sin embargo, si se quiere contemplar todo el paisaje, hay que poner las luces largas. Veinte días después de la supuesta victoria amarga del independentismo en el 27S, el llamado “suflé” soberanista ha vuelto a exhibir su naturaleza rocosa, su consistencia granítica, incluso reviviendo la unidad política interior perdida tras la no-consulta del 9N, y Europa y el mundo han vuelto a poner el foco mediático sobre lo que aquí sucede.

El "suflé" soberanista ha vuelto a exhibir su consistencia granítica y Europa y el mundo han vuelto a poner el foco mediático sobre lo que sucede en Catalunya

La estética, la “escenificación” patriótica entorno a la declaración de Mas, de la exvicepresidenta Joana Ortega y la consellera Irene Rigau en el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya como imputados por la no-consulta del 9N ha vuelto a imponer su ley, la del efectismo emocional y un altísimo nivel de civilidad (no se registró ni un sólo incidente) y a reposicionar la cuestión catalana en el tablero global. La estética: entre Novecento y Braveheart, pero con “proletarios” junto a consellers trajeados. Esa revolucionaria alianza entre los de las camisetas y las corbatas encabezando la manifestación para escándalo de los que siguen sin entender nada y los que, pese a su papel protagonista, aún dudan de que investir presidente a Mas es el acto más revolucionario que se puede llevar a cabo aquí y ahora.

Los hay que aún dudan de que investir a Mas es el acto más revolucionario que se puede llevar a cabo aquí y ahora

Los histriónicos y las histriónicas de los despachos y del papel, los administradores de esa determinada política y esa determinada prensa de allí y de aquí; ese poder judicial tan presto a ponerse en primera posición de saludo a la Moncloa, han calificado de coerción inadmisible a los tribunales, a la división de poderes (algo que a España se le supone, pero de lo que tanto adolece en los momentos clave), esa "escenificación". O sea, la presencia de miles de manifestantes ante la sede del TSJC; del Govern en pleno, de 400 alcaldes vara en alto –el signo de la autoridad que viene de abajo–; de los líderes de Junts pel Sí y de las entidades soberanistas, pero también de la CUP, de Unió, de ICV, o de las alcaldesas de Barcelona y de Badalona, en las antípodas ideológicas de Mas y su partido. Y ello es así porque no se trataba tanto de apoyar a unos dirigentes políticos determinados sino a la decisión que tomaron el 9N: la de no impedir que se votase. Cosa que sólo era factible como acto de participación política –perfectamente amparado por la Constitución– con la colaboración de millares de voluntarios. Contra lo que se ha titulado, no es que Mas, Ortega y Rigau cargasen el “delito” a la gente en sus declaraciones ante el tribunal, es que sin la gente no había “delito”.

Ergo no es que el 9N Mas desobedeciera al TC –el Govern suspendió de immediato la campaña institucional– sino que obedeció a la gente, el 80% de los catalanes, los del sí y los del no a la independencia y los del depende, partidarios de una consulta o referéndum con todas las de la ley que el Gobierno y las Cortes españolas rechazaron. A la gente y al mandato de una amplísima mayoría del Parlament. Por lo mismo, el president se abstuvo de ordenar a los Mossos que retirasen las urnas de cartón o sellasen las puertas de los centros de participación –que no colegios electorales–. Como tampoco Mariano Rajoy o su ministro del Interior o de Defensa enviaron ni a la Policía ni a la Guardia Civil ni al Ejército a restablecer el “orden” que en ningún momento se vio alterado en Catalunya.

A diferencia de Mas, que no hizo nada por impedir la votación, nadie ha imputado a Rajoy por la manifiesta retirada del Estado en Catalunya el 9N

Otrosí, el mantra de Rajoy de que todos los gobernantes son iguales ante la ley cae por su propio peso. A diferencia de Mas, que no hizo nada por impedir la votación, el 9N los tanques no entraron por la Diagonal –felizmente–, para desespero –infame– de más de uno, pero nadie ha imputado al presidente del Gobierno de España por dejación de funciones o por incumplimiento de sus obligaciones como máximo responsable del Ejecutivo. O, dicho de otra manera, por la manifiesta ausencia de los poderes del Estado en Catalunya el 9N, como advirtieron sectores del PP catalán ante la súbita aparición de las urnas en la calle. Quizás, porque, como dijo el mismo Rajoy, o su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, o su ministro de Justicia, Rafael Catalá, no cabía hacer nada ante un “sucedáneo” o “simulacro” que sólo llevaba a la nada.

La estética. Y la ética. En su declaración, Mas se ha responsabilizado absolutamente de todo lo que sucedió aquel día, mientras que Rajoy sigue mirando hacia ningún sitio, cual náufrago asido a la balsa de Soraya, la de las leyes y reglamentos: la de la ley del TC para inhabilitar a Mas que ayer mismo entró en vigor; la del artículo 155 de la Constitución para suspender la autonomía de Catalunya que nadie sabe cómo se aplica y quién sabe qué nuevos centauros legales para romperle el espinazo a quien, como el president, ose obedecer al pueblo. La ética y la estética antigua a la par que inoperante del legislo y mando frente al pertinaz suflé y las indomables olas esteladas.