Escribo estas palabras cuando los están vapuleando. Ahora un puñetazo, patada, patada, un puño. Después las costillas, más abajo, hurgando. Los revientan a palos. Cuando lean estas palabras los seguirán vapuleando, a nuestros jóvenes, la sal de la tierra, la alegría de todos los caminos, estos descontentos que se han despegado un rato del móvil, de su mundo particular e imposible que poseen, tan hormonado, tan emocionante. Golpean tanto a los violentos como a los pacíficos, tanto a idealistas como a espabilados, en esto los de la represión son igualitarios y demócratas. Nosotros sabemos que los estamos sacrificando cada dos por tres en el altar de la patria todavía no nacida, lo sabemos pero no queremos pensar en ello. Mientras había confinamiento todavía los pudimos retener un poco, pero ahora es imposible, ahora ya ha quedado claro que el exabrupto vale lo mismo que la palabra, ahora ya se ha entendido que el mundo de los adultos y de los responsables no da más de sí, un mundo que parece un humedal donde se ha estancado el flujo y se propaga el paludismo en el que se ha convertido la política. Todos quietos, como muertos, las aguas negras. Si no fuera por la juventud independentista aún podríamos imaginar que tenemos un conflicto entre personas civilizadas y partidarias del diálogo. Un conflicto democrático y no lo que es en realidad: una cacería humana denominada A por ellos. "Apreteu, apreteu", decía el presidente Torra, como diciendo, no te fíes de los políticos, porque los políticos nunca están dispuestos a mover un dedo. Y después de la sentencia del Supremo aún menos. Y claro que la juventud aprieta porque ¿qué debería hacer si no? ¿Cómo se explica que todos no hagamos como nuestros jóvenes? Por un lado, los independentistas que gobiernan la Generalitat envían a los Mossos de la Escuadra a repartir leña. Y, por otro, estos independentistas que gobiernan siguen diciendo apreteu, apreteu. El mundo de la gente mayor y responsable, el mundo de los que no son exaltados sino constructivos, sensatos y realistas es bastante curioso y contradictorio.

El futuro de la nación es demasiado importante para dejarlo exclusivamente en manos de los que nos gobiernan

La Diada ha vuelto a ser del pueblo y, por supuesto, el pueblo de Catalunya nunca falla, políticos desgraciados, incrédulos, desagradecidos. El nuestro no es un pueblo muy suicida, qué le vamos a hacer, los catalanes no somos japoneses y no buscamos el martirio, en definitiva somos mediterráneos y hemos venido a vivir lo mejor posible. Pero el 11 de septiembre siempre se desborda para reclamar la independencia, porque el pueblo no quiere continuar con esta estafa llamada Catalunya española, porque sabemos que la estaca está podrida y acabará cayendo. Es la alegría de los catalanes más fuerte que el veneno más fuerte, que los palos más contundentes, que la indiferencia de muchos graciosos. Es la alegría viva de los catalanes la que nos acerca a la independencia, que se producirá seguro, porque estamos determinados a ello. Se burlan de nosotros, a veces, y nuestros políticos nos engañan, pero para ser tan ridículos como dicen, somos unos cuantos, unos cuantos más de lo que pensábamos. Somos muchos más que los que se burlan de nosotros, eso seguro. La manifestación de la Diada es de los que estamos convencidos y solo nosotros aguantamos la llama, aunque nos digan de todo, porque Catalunya no es Catalunya sin nosotros, la mayoría. Vestidos de cualquier manera, sudados, cansados, los bolsillos vacíos, hastiados, hemos resistido no solo la represión españolista, sino lo que más nos duele, el abandono de nuestros políticos, el miedo que tienen, el egoísmo que gastan. Temen hasta dónde pueda llegar la revolución. A los independentistas, les veo todos los defectos porque es como mirarme al espejo y constatar que, afortunadamente, aún no hemos caído ni en la arrogancia ni en el complejo de superioridad, el cual, como sabe todo el mundo, no es más que un complejo de inferioridad al que le han dado la vuelta, un complejo de desgraciado. Afortunadamente, no creo que la política haga mejor a nadie y me conformo con que no haga a nadie peor. Pero dejad de imaginar una Catalunya sin nosotros porque nunca existirá, nunca conoceréis este país sin nosotros, los que llenamos la manifestación del 11 de septiembre, sin los que llenan los camiones policiales y las comisarías.

Los políticos de los tres partidos independentistas han hecho todo lo posible para desmovilizarnos, porque quieren que dejemos el destino de Catalunya solo en sus manos. Pero como dice la conocida sentencia el futuro de la nación es demasiado importante para dejarlo exclusivamente en manos de los que nos gobiernan. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que la mesa de diálogo que defiende el presidente Aragonès es una gran burbuja de jabón y que la unilateralidad de la presidenta Borràs es una palabra mágica que no tiene nada más detrás. Ni el uno ni la otra se merecen a un pueblo como este, el mismo pueblo que les paga la nómina.