Junts va a la desesperada. La opinión pública vira a la derecha arrastrada por la extrema derecha, que marca la agenda. Y del pacto con el PSOE, que el president Puigdemont definió como un compromiso histórico, no han podido obtener nada que justifique la renuncia que significó. Parecen dos circunstancias que corren en paralelo: una en el eje social y la otra en el eje nacional. En realidad, sin embargo, ambas son síntoma de la fragilidad de los fundamentos ideológicos de un partido que ya no se reconoce a sí mismo. Es un partido de quienes son leales al president Puigdemont, pero también es un partido de gente que, para sobrevivir, ha antepuesto esta adhesión a la posibilidad de ser creativos, de ser críticos, de ofrecer a sus votantes un poso de ideas sólido que explique cuál es el país que tenemos, cuáles son sus urgencias y desde qué lugar se quieren abordar. El rédito sentimental del president Puigdemont no es infinito. De hecho, cada vez queda más acotado a determinados momentos y es menos fértil, y cada vez que Junts mercadea con él resulta más obvio que está mercadeando. Sin ideas propias y asumiendo el desgaste de haber pactado con el PSOE sin obtener nada a cambio —lo que, ya en el momento del pacto, era una obviedad para muchos que sería así—, el partido va desnudo y no tiene las herramientas para vestirse con ropas nuevas.
La irrupción de Aliança Catalana ha puesto a Junts contra las cuerdas, porque la posibilidad de que les arañen votos se suma a la coyuntura que ya propició una bajada electoral en los últimos comicios. Ahora, la extrema derecha lleva la batuta y Junts, que en vez de nutrir un espacio ideológico se ha dedicado, perezosamente, a estirar un chicle insípido, baila a su ritmo con la esperanza de salvar los muebles por enésima vez. Pero a ojos del votante que se puede dejar seducir por Aliança, Junts no es más que una imitación bastarda del original sin la credibilidad del original ni el brillo de lo nuevo. La necesidad de plagiar para recuperar una cierta notoriedad en la vida pública del país, en realidad, hace que su imagen se deshaga todavía más. La voluntad de taparse las vergüenzas apunta directamente a las vergüenzas que se esfuerzan por taparse, a sus carencias. Y la mirada cortoplacista en términos electorales les impide pensar que, quizás con una idea de país propia y robusta, dejando de desplazarse adonde piensan que están los votantes, los votantes volverían adonde están ellos.
Esta ruptura no tendrá ninguna consecuencia para el PSOE, que se pasa los gestos simbólicos de los catalanes blanditos por la entrepierna
Con el PSOE les ha ocurrido lo que se veía venir que ocurriría. Tras meses de silencio y tolerancia a los incumplimientos, parece que la consigna vuelve a ser distanciarse para poder deshacerse de la caricatura de pactistas de pacotilla y rentabilizar la presunta dignidad y coherencia ideológica que hay tras la ruptura. Una ruptura, por cierto, que en la práctica no tendrá ninguna consecuencia para el PSOE, que se pasa los gestos simbólicos de los catalanes blanditos por la entrepierna. Junts se creyó que debilitar el discurso pretendidamente rupturista les saldría a cuenta si el PSOE hacía alguna concesión que ellos pudieran reivindicar como victoria política, pero una vez más, la izquierda española —que lo único que tiene que hacer es mantener a los catalanes distraídos para poder convertirlos en su juguete—, los ha tenido donde ha querido hasta que ya no los ha necesitado. Y cuando los vuelva a necesitar, le bastará con falsas promesas para hipnotizarlos y hacerlos pasar por el aro de nuevo.
A menudo se explican las causas del auge de la extrema derecha desde el fracaso de la izquierda, pero un panorama político sin una derecha competente, creíble y moderna que haga de dique de contención tiene tanta o más incidencia en el auge de determinados discursos que la incapacidad de la izquierda. Junts ya no puede escudarse en la retórica inflada y los momentos históricos, porque el momento político ha cambiado y sus embestidas sentimentales ya no tienen el efecto que tenían. Y porque poner a disposición del pactismo el simbolismo que aún encarna el president Puigdemont le ha restado capital electoral. Ahora rompen con Sánchez para intentar revertir —en la medida de lo posible— los efectos de una renuncia sin frutos, pero, en realidad, el producto del desgaste de los últimos años, de los tira y afloja que no han llevado a ninguna parte, es que la apatía política generada se ha convertido en una frustración que políticamente no vehicularán ellos. En este contexto, cualquier gesto de los de Junts que no se traduzca en diferenciarse de Aliança con propuestas políticas propias y abandonar la táctica de hacerse los disgustados con el PSOE, será en vano y revelará, una vez más, que Junts va a la desesperada.