Hablo desde la metrópoli, y cualquiera que habite en una de ellas sabe que en julio parece que el mundo se acabe. Este julio está siendo, y no ha hecho más que empezar, especialmente tenso. Lo digo, soy consciente, con la suerte de volver, al finalizar la jornada laboral, a un entorno verde y tranquilo, y con la mirada puesta en las cosas desde el trabajo en una universidad que se asienta en la falda de la montaña, mirando hacia la urbe con distancia física y con anímica compasión. Quizás por ello la sensibilidad se agudiza en cualquier intento de adentrarse en las fauces de la ciudad en hora punta (ya, ¿qué hora del día no lo es?) y crece la capacidad de percibir lo mucho de absurdo de nuestro mundo cotidiano.

En julio los colegios ya no están operativos y los progenitores se afanan en colocar a sus vástagos en “aparcamientos” más o menos capaces de librarlos del sentimiento de culpa: tampoco ahora, cuando ya no hay clase, podemos (¿o queremos?) estar con ellos, un tema que la historieta de la reforma horaria no va a arreglar aunque se arregle aquélla, y que ocupa varios meses antes (¿dónde?, ¿qué?, ¿de cuándo a cuándo?, y ¡ojo!, ¿cuánto?) o preocupa y desespera durante el mes en curso a toda persona con descendencia. Los más pudientes pueden incluso enviarlos fuera, donde “se provecha para aprender un idioma y espabilarse”, lo cual no deja de ser la conquista, previo pago, del descanso en la parte del día que debería serlo.

La reina del top manta ha prohibido en el frente marítimo esos biciclos veloces que pululan por el centro de Barcelona

Esa circunstancia, los colegios en modo reposo, repercute sobre otras varias, ya que una alternativa al viaje o cursillo, en caso de ausencia de recursos, voluntad o edad máxima, es ir a ver la metrópoli que también atrae a millones de turistas de todo el mundo. Es tan enorme el problema cuantitativo que ello supone, que dos alcaldesas han tomado medidas: la reina del top manta ha prohibido en el frente marítimo esos biciclos veloces que pululan por el centro de Barcelona; la jueza podemita ha ideado el “día sin bañador“ en las piscinas públicas de Madrid. Sin comentarios. Además, entre esos turistas y periféricos allegados a la urbe inmisericorde muchos se aventuran a coger un automóvil sin tener idea cierta de los itinerarios, lo que sumado a las obras abiertas por doquier con ausencia reiterada de operarios en cualquier momento del horario laboral (esto es, obras eternas) somete el trazado urbano a una saturación y caos en el que aventurarse en bicicleta es sin duda pasaporte a un cáncer de pulmón (además de riesgo para el sufrido peatón y para el propio ciclista).

Y por si el paisaje de julio que describo no fuera ya de por sí dantesco, añadamos este año la resaca de elecciones, con rigodón bailongo en los perdedores (un Sánchez huido, un Iglesias dolido, un Rivera perdido…) y el victorioso impasible candidato popular degustando cadáveres sin tener la mayoría absoluta con la que aderezarlos, mientras le crece en la barba un ministro de Interior que se ha dejado grabar en su propio despacho y aletean en su entorno algo más que las corrupciones típicas de todo partido que ha tocado poder.  

Hay guerra, sí; quien tiente la integridad del Estado se las verá con él, porque mantenerla es un fin que justifica los medios

Quizás por eso es también ingrediente de la ensalada de despropósitos de este exasperante julio el que denota la reciente salida de tono de la portavoz Munté, hablando como Govern de la Generalitat, pero para defender a su partido en el contexto de las intervenciones producidas en algunos ayuntamientos, entre los que haberlos háyalos de CDC; y diciendo algo que tal vez sea verdad, pero mucho menos en la actuación judicial y policial, que en el aprovechamiento mediático que pretenda hacerse del nuevo escándalo de investigada corrupción municipal: hay guerra, sí, quien tiente la integridad del Estado se las verá con él, porque mantenerla es un fin que justifica los medios; la independencia no será pieza fácil a cobrar del Estado, porque el español, y cualquier otro que exista, incluido uno eventual que Catalunya gestase, tienen por comprensible vocación sobrevivir. Bien es verdad que cuanto mayor sea la beligerancia del Estado más verosímil se advierte el objetivo a abatir; pero es en ese momento de peligro cuando las armas serán más veloces, menos previsibles, más diversas. Será falto de ética, o no, según se atienda a los instrumentos o las finalidades, según sea el observador o su nivel de consistencia argumental. Pero es más que esperable una guerra en muy diversos frentes, obviando el de las armas, que cuanto menos se extiende desde julio de 2014, aquel de las grabaciones y las confesiones, hasta éste de ahora. Todo amainará en agosto. Y de septiembre, ya hablaremos.