Oriol Junqueras, ayer, se reivindicó como líder indiscutible del independentismo, no sólo ante los jueces del Tribunal Supremo. Sobre todo ante Catalunya toda y ante el mundo que gira. También ante Waterloo. Carles Puigdemont, Carles el Expectante, al parecer reaccionó fraternal y conciliadoramente, con tres twits que destacaban la verdad: “un discurs de grandesa política que deixa en evidència les premisses dels repressors.” El presidente de ERC, con su grupo de fieles colaboradores y subordinados, llevaba mucho tiempo preparando este momento central, esta oportunidad de afirmación política, de reivindicación personal, de demostración de potencia intelectual. Al menos desde que salieron las primeras muestras de la campaña promocional Free Junqueras. En su generosa alocución, emotiva y serena, profunda y pedagógica, brillante y ética, consiguió lo que se había propuesto desde un momento muy temprano, siguiendo siempre la lógica particular del partidismo político. Supo hacerse escuchar. Y reunió, combinó y supo conformar las diferentes familias del independentismo tras un ideal compartido, al menos durante lo que duró el discurso, al menos mientras se mantenga la mirada puesta sobre el futuro más rabiosamente inmediato. El de Junqueras fue un discurso poderoso, que aspira a ser representativo del conjunto de la sociedad catalana, ambicioso desde un punto de vista cívico y social, exigente en cuanto a la ética, con sus referencias habituales al amor, a la bondad y a la superioridad moral del independentismo catalán que, a buen seguro, entusiasmaron a los más convencidos. Que intentó hacernos quedar bien en el exterior es innegable. Incluso dejó caer una conocida cita divina de Dante. Dejó entendido, para cualquier persona civilizada e indiferente al nacionalismo español, que ni somos unos cualquiera ni nuestra causa tiene ningún tipo de tara. Que tenemos el derecho a ser como somos y a exigir nuestra libertad como pueblo.

Es, en este sentido, en el de hacernos conocer tal y como somos, de hacernos entender, pero sobre todo de solicitar la ayuda internacional a la causa catalana —por ahora la única táctica vigente— que no se acaba de entender demasiado la estrategia que los abogados, en su conjunto, han impuesto a sus clientes. Si el juicio, como hemos dicho y repetido es una farsa grotesca y la sentencia ya está escrita de antemano, parece innecesaria toda esta imagen pública de sumisión, de genuflexión, de derrota y de educación mal entendida que practican los abogados. Olvidando que este no es un juicio a unas personas individuales sino un juicio punitivo contra los representantes de Catalunya. Que se está juzgando a Catalunya. Que son presos políticos sólo porque osaron obedecer el mandato electoral al que se habían comprometido ante los electores en unas elecciones democráticas. Que los presos políticos están ante el Tribunal Supremo de la misma manera que Lluís Companys y su Gobierno estuvieron durante los tiempos de la República, de aquella estupenda República, tan españolista y que tanto gusta a Ada Colau y a otros comunes. Una vez se ha reconocido, a la fuerza, la potestas del tribunal represor español presidido por el juez Marchena, ¿era imprescindible, por ejemplo, que Benet Salellas, antiguo diputado de los anticapitalistas de la CUP fuese travestido con una corbata negra para defender a su cliente? ¿Era imprescindible que el mismo gabinete de abogados que representó a la Infanta Cristina por un asunto de corrupción representara también a un ex consejero de la Generalitat? ¿Era imprescindible contar con un magnífico abogado que fue uno de los fundadores de Ciudadanos como si fuera el único magnífico abogado disponible? ¿Es así como queremos acabar con las élites económicas tradicionales y autonomistas que hacían de intermediarias entre los catalanes y el Estado, esas élites que conspiran contra la independencia? Para que lo entendamos los más burros, a ver, ¿dónde está la diferencia de actitud entre un abogado que defendería un político autonomista y a uno independentista? Y por encima de cualquier otra consideración, ¿por qué los abogados han renunciado unánimemente a utilizar la lengua catalana ante el tribunal teniendo en cuenta que es la lengua propia de Catalunya, y también teniendo en cuenta que queremos hacer conocer al mundo que somos una nación con derecho a la libertad y, sobre todo, al respeto por sí misma? ¿Esto es un pueblo tozudamente alzado? O nos faltan hechos o nos sobran palabras. Tras el fracaso más totalitario de la entelequia del arquitecto intelectual de la independencia del Primero de octubre, el jurista Carles Viver i  Pi-Sunyer, un hombre tan colosalmente preparado como escasamente conocedor de la realidad, un hombre que quería pasar ingenuamente de la ley a ley, ¿aún dejaremos que los juristas continúen dictando a nuestros políticos la dirección política de la nación? Joan Pere Fontanella estaba a las órdenes de Pau Claris y no Claris a las órdenes de Fontanella, no sé si lo habéis pensado. Aparte de todo esto que hemos dicho más arriba, la verdad es que sí, tenéis toda la razón, todo nos va la mar de bien.