Ayer lo más importante que dijo Jordi Cuixart en el juicio fue hostia. También dijo collons, tío, y ahora no recuerdo si añadió algo más, realmente importante, si dejó para la posteridad algún otro mensaje realmente digno de memoria. En este juicio contrahecho, por ahora el más cursi de la historia, destinado a recordar a nuestra época como una de las más hipócritas y lacrimógenas, de las más asustadizas, de las más ortopédicas y engañosas, las expresiones coloquiales de Jordi Cuixart resonaron en la sala como una especie salvación posible, como un escopetazo de verdad. Como si, de repente, la humanidad tuviera remedio. Fue como cuando, inesperadamente, oyes como cae el chaparrón sobre la tarde abrasada, como quien reencuentra el móvil a tientas durante un apagón eléctrico, como cuando se recupera la llave que había caído de la cerradura hasta las oscuridades más inquietantes de la alcantarilla. Ayer ante unos jueces de somnolencia bananera, frente al rococó grandilocuente de las Salesas Reales, de la chapería falsa que quiere pasar por noble metal, frente al servilismo de unos abogados petrificados, que nunca protestan ni hablan en catalán ante unas acusaciones falsas, tan mentirosas como el papel mentiroso que las sostiene, de unos hechos tan desfigurados, tan transgénicos que no los reconoce ni la madre que los parió, oímos un hostia. Y luego varias réplicas de intensidad diversa. Y luego un étnico, glorioso, collons, legendaria palabra catalana que figura también una de las más importantes obras de la literatura española, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: “Collons, me cago en el canon 27 del sínodo de Londres”. Fue la expresión más ajustada a derecho, a ley, fue la manifestación fenomenológica de la palabra viva de Joan Maragall, la inesperada irrupción de la Vaca cega transformada en vaca de la mala leche.

El juez Marchena, que es un canario cumplimentero y padre de una nena, primero hizo como que no había oído lo que todos habíamos comprendido. Una cosa es que Cuixart hablara de tsunami democrático, o que recordara la guerra sucia del Estado español contra el país a través de la Operación Cataluña, la que, entre otras cosas, nos reventó la sanidad pública. Pero hostia no, hostia eso sí que no, no se podía ir repitiendo. Y collons aún menos, tú. Marchena no tuvo respeto ninguno por el hecho indiscutible que Cuixart es el presidente de una entidad cultural como Òmnium Cultural. Para la idiosincrasia expresiva y genuina de una persona culta como Jordi Cuixart, que no sólo no puede hablar en catalán sino que debe dejar de decir palabrotas porque la justicia las discrimina. “Esas interjecciones coloquiales... ¡vamos a reprimirlas!” Dijo el presidente de la Sala, añadiendo aún más represión a la represión, considerando que estas palabras “no son propias”. ¿Cuáles entonces serían las expresiones propias? Y lo dice siempre, graciosamente, en plural, como hacen algunas enfermeras despóticas, que cuando dicen que nos tragaremos la píldora, pero en realidad, sólo eres tú quien te la tragas mientras ella te mira. Insisto: ¿cuáles son esas expresiones propias de un tribunal? Marchena, que tiene una gran sensibilidad lingüística, nos obsequió el otro día con una expresión que no olvidaré nunca, nunca, mientras Dios me dé vida. La expresión propia de Marchena, el de la nena, la dijo cuando el abogado de Carles Mundó nos hizo terminar a todos a las tantas. La frase fue formidable: “manifiestan no inconveniencia...”. Mucha atención a la lítote. Marchena no dijo “manifiesto la conveniencia”, no dijo de manera directa, clara, mostrando una claridad mental y una rotunda nobleza de pensamiento que tal o cual persona estaba de acuerdo, que lo encontraba adecuado. No señor. Hubiera sido demasiado fácil. Marchena el de la nena usa una doble negación enfática, por un lado dice “in” y luego que no. “La no inconvenciencia” es una prueba de cargo. Preguntad a cualquier persona que sepa escribir, que sepa hablar en público, o simplemente que sepa pensar. Os dirá que es una complicación innecesaria. Y lo que es más grave: una manera retorcida, falsamente sofisticada, abusivamente cursi de plantear una afirmación. Una manera retorcida de hablar que demuestra una manera retorcida de pensar, una manera tortuosa de celebrar la ceremonia de la confusión. Es como si te invitan a comer y no dices que sí, y que muchas gracias. Si eres una preciosa ridícula como las de Molière te da por manifestar verbalmente tu no inconveniencia a ser invitado a comer. Con arabescos así, no me extraña que hayan llenado 60.000 folios en esta causa y que se pasen el día jugando con las palabras, subvirtiendo su significado a cada momento. Todo ello para castigar a los presos políticos independentistas. Mucho peor que las palabrotas son las expresiones que demuestran fehacientemente que la ética y la moral de una sociedad navegan a la deriva. No digo que no.