¿Se está malversando dinero público, se están tirando recursos que son de todos? Porque, hasta hoy, toda esta farsa judicial sólo ha servido para demostrar, esencialmente, lo que ya había dictaminado el tribunal de Schleswig-Holstein sin tanta prosopopeya ni tantos momentos de ridículo teatral. Que no hubo rebelión, ni sedición y que la malversación de dinero público debería verse si acaso la hubo, dependiendo de si se logra demostrar documentalmente. Y no, no vamos a ver qué pasa más adelante porque ya sabemos lo que pasará más adelante: que condenarán a todos los acusados, tal vez con la excepción de Santi Vila, a muchos años de prisión. De acuerdo con la dinámica de la venganza represora del Estado sustanciada en la realización material de este juicio. ¿Lo ven? Yo también sé hablar de manera pomposa porque me ha enseñado el juez Marchena. Es un maestro. Ahora, a partir de ahora, cuando mis acciones sean arbitrarias, erráticas, cuando no tenga ni idea de lo que estoy haciendo y cambie de opinión según sopla el viento, intentaré justificarme detrás de una frase grandilocuente, cursi , y falsamente técnica. Así podré hablar sobre a qué huelen las nubes, de Palas Atenea o de la Virgen cuando era niña. O determinaré que la pertenencia de los interrogatorios es de cristalización progresiva. Basta con tener el pico de oro y un morro considerable.

Durante este juicio hemos aprendido bastante sobre el uso barroco de la lengua castellana, una lengua de precipitación torrencial, tendente a la exageración y al triunfalismo pasado de vuelta, una lengua preciosa y grave a la que, por ejemplo, no le basta con desearte un buen día como hace el italiano o el francés, sino que va más allá, plus ultra y te desea, espléndidamente, un buen día tras otro, para siempre, un buen día permanente y sistemático y, por este motivo , inventa la expresión plural “buenos días”, que la cultura española teme la carencia y la penuria de medios. “Que no falte de ná” asegura otra conocida sentencia y, quizá por eso, ayer oímos como un número de la Guardia Civil, ya puesto a inventarse una realidad paralela, se inventó una inexistente bandera de Òmnium cultural. Una bandera, a la que no le faltaba de nada, una bandera que era la bandera de todas las banderas de la creatividad, de la generosidad española, de la exageración tropical de las crónicas de Indias. Una bandera que, según el testigo, es un trozo de tela cuadrada, donde pone Òmnium. De color verde. Lleva alguna raya. Con un palo. Porque ya sabemos que hay gente que se pone las banderas como capa, colgando del cuello. Y esta no, esta iba colgada de un palo, que es lo suyo. Ya sabemos que palos, la Guardia Civil, todos los que ustedes quieran.

No hay ningún testigo que demuestre nada, que nos pueda convencer de nada. Las mentiras que exhiben son transparentes como la oreja de un gato, rudimentarias como las patrañas de los niños, perfectamente sensoriales e indeterminadas ya que no pueden ser mentales, determinadas y razonadas. Se habló de terror pero no creímos en ese terror. Vimos, una vez más, al cadí en mitad del tribunal, rodeado de los ulemas, ejerciendo la cruel justicia de la sharia. Con lengua aljamiada hablan, con la sobresaturación del almíbar, con la lógica particular del enemigo. Y salmodian con la cabeza en dirección a la sagrada Meca. No hay nada que hacer. Está escrito.